Diferencias entre un estúpido y un idiota
OAXACA, Oax., 25 de octubre de 2020.- Continúan los esfuerzos académicos mostrando sus frutos al compartir interesantes hallazgos sobre el fenómeno del populismo.
Por un lado, tenemos las ya conocidas obras que lo caracterizan, clasifican, justifican o condenan.
Allí se ubican los textos más o menos recientes de Flavia Freidenberg, Ernesto Laclau, Chantal Mouffe, Fernando Vallespin,Yasha Monk o Pierre Rosanvallon.
De otro, se ha publicado este verano 2020 un texto imperdible, de Eric Posner, sobre el juego de la demagogia y la batalla por la democracia en los Estados Unidos.
Para el autor, este tipo de fenómenos sociales y políticos aparecen cuando los gobiernos centrales se alejan de sus gobernados, los utilizan para el provecho de las elites y terminan por desilusionarlos y enfurecerlos.
En la historia de la potencia norteamericana, ese fenómeno se ha presentado en varias ocasiones.
Fueron movimientos populistas el que consiguió la independencia de las 13 colonias ante el distante y utilitarista gobierno inglés; los que obligaron a democratizar a las elites «jeffersonians» y «jacksonianas» durante la primera mitad del siglo XIX, y los que resurgieron a finales del siglo XIX en contra de ferrocarriles y bancos, así como aquel que más tarde culpó al gobierno nacional por la Gran Depresión (1929), o bien el de las grandes movilizaciones de los años 60 por los derechos civiles y culturales.
El punto a iluminar es que a cada movimiento populista ha correspondido, primero, la dialéctica de sus propias contradicciones, y después un reajuste sistémico que los ha absorbido, mediado o sintetizado produciendo un nuevo régimen político o estado de cosas, en el mejor de los casos progresista, que con el tiempo vuelve a repetir el ciclo –aristotélico– que transita de la democracia a la oligarquía y la tiranía.
En México, además de los intentos liberadores, movilizaciones e insurrecciones regionales y locales no exitosas previas al siglo XIX (de Martin Cortes a la rebelion de Tehuantepec o la del «negro» Yanga) durante los dos últimos siglos tuvimos movimientos populares muy evidentes que definieron la evolucion de la patria.
La independencia fue primero originada en una insurrección popular que se extendió entre el 1810 del Grito de Hidalgo y el 1815 de la muerte de Morelos, en contra de gobiernos autocráticos y expoliadores, y luego consumada mediante pactos constitucionales que la institucionalizaron.
El reposicionamiento de los intereses centralistas entre 1836 y 1854 motivó el populismo liberal juarista que separó la ciencia y el estado de la religión y la iglesia hasta que la República Restaurada (1867-1876) consolidó el nuevo régimen democratico nacido en 1857.
La oligarquía porfiriana, distante de la sociedad, provocó la revolución política de 1910 y luego la revolución social de 1913-1916, cuya síntesis se reflejó en la Constitución de 1917 para re-estabilizar al país en forma paulatina y nada tersa a lo largo del decenio subsecuente, hasta la fundación del Partido Nacional Revolucionario en 1929.
Las erupciones populares de los años 30 (campesinas),50 y 60 (médicos, ferrocarrileros, estudiantes) y 80-90 (clases medias e indígenas) fueron igualmente conducidas al seno de nuevos arreglos estatales vía reformas constitucionales y políticas de gobierno.
El estado terminó prevaleciendo, aun cuando acordó diversas concesiones y arreglos, para procesar las respectivas exigencias.
Con ese trazo general, a partir del análisis comparado, podremos advertir que tanto en Estados Unidos como en México estamos hoy en situaciones parecidas en virtud de una nueva emergencia populista y su intermediación.
Así, el populismo norteamericano que abrazó hace 4 años a Trump podría encontrar en el triunfo demócrata el próximo 3 de noviembre el inicio de la reconciliación entre estado y sociedad mediante una agenda social renovada que Biden ha delineado con toda claridad.
En México, las recientes elecciones en Coahuila e Hidalgo, así como el esperado desenlace de la elección del presidente del movimiento popular gobernante –electo de manera excepcional en condiciones límite a través del método de encuesta, aplicado por extensión con base en los propios estatutos de Morena– parecen indicar el inicio de la ruta de la institucionalización populista, que no será pronta ni fácil.
Antes deberá agudizar sus contradicciones y, probablemente, satisfacer agendas pendientes para transitar a la síntesis del estado de bienestar democratico y emancipador.
Desde la trinchera del análisis comparado, habrá que seguir con máxima atención las experiencias de dos enormes países sub-continentes como lo son México y Estados Unidos, cuyas historias se entrecruzan y nos envían señales para no temer al futuro.