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Bajo el modelo del estado constitucional a lo largo de la modernidad hemos creído en los principios de libertad, igualdad y fraternidad, en la soberanía nacional, la democracia política, el orden jurídico jerarquizado, el desarrollo económico o los derechos individuales.
Esas creencias han sido garantizadas más formal que realmente por las constituciones y el Derecho, los cuales han contribuido a hacer posible la vida en común.
Desde luego que ello ha sido más o menos suficiente, según la posición de los respectivos países en el sistema internacional y su capacidad productiva, de innovación y también de dominio y extracción de recursos de otros países y el trabajo de otros pueblos.
Esa modernidad entre los siglos 16 y 20 tanto en Europa como en América y otras regiones del planeta nos hizo creer en la idea de «un estado una nación» integrada por personas y ciudadanos como entes individuales.
Más en los hechos ignoró la diversidad de muchas otras naciones, pueblos y grupos étnicos que fueron subsumidos o subordinados a la cultura hegemónica.
Las condiciones posmodernas y pos-estado céntricas de la época posmoderna o contemporánea en la que nos seguimos adentrando, cargada de incertidumbres y riesgos según es notorio, nos plantea cambiar nuestro sistema de creencias.
Entre otras, nos propone y demandamos creer no solo en la libertad, igualdad y fraternidad formales sino también reales o sustanciales; en la pluralidad política lo mismo que en la diversidad social y cultural; en el desarrollo pero también en la sustentabilidad; en los derechos individuales tanto como en los derechos colectivos; en la humanidad y en toda forma de vida y energía natural.
El cambio que urge en nuestra forma de pensar y actuar en el mundo es el de la democracia intercultural y biocéntrica.
Ello significa reconocer y garantizar la dignidad de todo ser vivo y fuente de energía natural, así como la integridad y emancipación de los pueblos, comunidades y colectivos étnicos y culturales instrumentalizados por las culturas dominantes.
Sin la democracia intercultural y el enfoque biocéntrico de los derechos y los deberes no podremos practicar y hacer realidad en la nueva época uno de los ideales más caros legados por la modernidad constitucional mexicana.
Este se encuentra en el artículo 3o de la Constitución General del país: la democracia no debe ser entendida sólo como una estructura jurídica y un regimen político sino como una forma de vida basada en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo.
En ese pueblo cabemos y debemos participar todas las personas, pueblos y comunidades sin discriminacion; con valores y bienes protegidos y armónicos; con todo ser vivo que sufre y goza; con hábitats viables, no depredados por unos cuantos en perjuicio de todos.
Desde luego que no es ni será fácil cambiar las creencias, pero cada vez se suman más a esta nueva conciencia transpersonal y colectiva indispensable.
Solo cambiando o transformando lo antiguo por nociones más útiles podremos vivir juntos y mejor.
Es el método más confiable para llegar a ser más efectivamente libres, iguales y fraternos.