
¿Lealtad a quién?
OAXACA, Oax., 7 de marzo de 2021.- La Constitución y la sociedad democrática prescriben que la igualdad entre hombres y mujeres no debe ser solo formal sino real o sustancial.
Para lograrlo, no basta con interpretar hechos y normas con perspectiva de género en favor de las mujeres en tanto sector histórica y estructuralmente desaventajado, discriminado y desempoderado. Ello es necesario, mas no suficiente.
La garantía escrita y el compromiso que encierran las convenciones internacionales y la Constitución del país implican la remoción de las barreras y obstáculos materiales que impiden la formación y enraizamiento de condiciones institucionales y de contexto propicias para que tenga lugar la igualdad real.
Del lado de las condiciones institucionales, es obligado que se refuercen las políticas y programas de capacitación, educación y operaciones específicas para prevenir, erradicar y, de ser el caso, sancionar, reparar y no repetir cualquier tipo de violencia en razón de género.
En el complejo espacio contextual hay que persistir con mayor efectividad en alterar la dinámica de las variables que reproducen y amplían las brechas de la desigualdad.
Esas variables son culturales, económicas, políticas, sociales y, por ende, históricas.
Se trata de la vieja, anodina y resistente mentalidad patriarcal que protege para estancar, decrecer, minimizar y luego destruir la identidad y dignidad de seres humanos.
Radica en la contradictoria, dañina y perjudicial marginación con respecto al mercado y la indebida proporción en la distribución de sus bienes y servicios. La feminización de la pobreza de cualquier tipo que es violencia de toda índole.
Consiste en la sorprendente y poco denunciada violencia explícita u oculta al competir por el acceso a los cargos públicos y la toma de decisiones en espacios relevantes de acción.
Se anidan, los referidos factores, en prácticas cotidianas que en todas las organizaciones –de la familia al estado y la propia comunidad internacional– coexisten con buenas intenciones y malos resultados estadísticamente confirmados dia a dia y año por año.
Las historias de la historia de la desigualdad real de género muestra una de las varias crisis del Estado de Derecho que no podemos remodelar para que le sea útil al siglo 21 por momentos y periodos cargado de más incertidumbres y riesgos que esperanzas.
Junto con otras luchas no menos decisivas, la de la igualdad sustancial e intercultural de género seguirá marcando centralmente la agenda de nuestro siglo.
De su gestión auténtica y eficaz e idealmente de su eliminación de la tabla de prioridades pende el que mejoremos la calidad de quienes y como somos y seamos.
Por lo tanto, de ello depende que el futuro de las historias y la historia del futuro lo puedan testimoniar y celebrar por el bien de todos.