La Constitución de 1854 y la crisis de México
CIUDAD DE MÉXICO, 25 de julio de 2021.- He insistido en diversos textos que vivimos un cambio de época de las dimensiones de las que tuvieron lugar en siglos previos.
El cambio de nuestro tiempo es de la magnitud de la 1a revolución industrial.
Esta modificó el mapa global provocó que Inglaterra desplazará a España y Portugal del liderazgo internacional.
También propició la independencia de México respecto a España y su reubicación en la periferia anglosajona.
El cambio en camino es de la trascendencia implicada por la 2a revolución industrial.
Esta, a finales del siglo 19 e inicios del siglo 20 generó una reconfiguración internacional que condujo a los Estados Unidos y la Unión Soviética a disputarse el poder global que se decantó en favor de los norteamericanos en 1989-1991.
Ese recambio había colocado a México en la semiperiferia de los Estados Unidos. Entonces fue que México, con base en sus recursos naturales y su sistema presidencial de partido hegemónico logró ascender en la curva del desarrollo, aunque limitó los derechos políticos.
La 3a y la 4a revolución industrial sumadas –informática, digitalización, biotecnología– plantean otro cambio de amplias proporciones.
Ahora se trata de encontrar las claves para que al menos no perdamos la posición alcanzada y, de preferencia, que nos ubiquemos mejor para los decenios por venir.
De alli la importancia de que retomemos el proyecto de la Union no solo de Norteamérica sino de las Américas: la Unión Interamericana.
Pensemos en que las personas, sociedades e instituciones surgen, maduran y declinan por lo que es pertinente renovarlas, reconstruirlas o transformarlas.
En el litigio en curso entre China, Rusia y Estados Unidos una opción estratégica para estos últimos y para México radica en que avancemos a configurar una region fundada en la libertad, la igualdad y la justicia social.
Un continente en el que se equilibren las capacidades, recursos y necesidades; la riqueza y la pobreza; la contribución y la retribución.
Un continente en el que quepamos todes con soberanía, dignidad y ciudadanía interculturales compartidas.
Un esquema con competencias y compromisos locales, nacionales e interamericanos balanceados y enmarcados en un Tratado de Derechos, Principios y Garantías para el Bienestar Común.
Este debe ser parte de nuestro empeño por el porvenir nuestro y de nuestros hijos y nietos.
Significaría al menos una opción proporcionalmente correcta para encarar con mejores condiciones los formidables retos del presente y el futuro.
Supone que juntos dejemos atrás la historia que nos desune. Representa formar parte del centro desarrollado, democratico y equitativo, y no más de la periferia colonizada y explotada.
Hagamos historia y no solo seamos parte de ella.
Sin dudas, caminemos hacia la Unión Interamericana.