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OAXACA, Oax., 19 de julio de 2020.- Un año más hemos conmemorado el fallecimiento del entonces Presidente Constitucional de México, don Benito Juárez García, acaecido el 18 de julio de 1872.
Esta vez lo hemos hecho, por fortuna, acompañados de la estimulante convicción personal y compromiso institucional del hoy Presidente Constitucional en turno, Andres Manuel Lopez Obrador.
En efecto, este sábado tuvo lugar, allí en donde expirara nuestro prócer, en Palacio Nacional, la ceremonia a la que con tino se invitó al C. Gobernador.del Estado de Oaxaca, Alejandro Murat Hinojosa.
Los mexicanos y los hombres y mujeres libres y progresistas de muchas regiones y países del planeta –si, del planeta– no rememoramos a don Benito solo por su origen humilde e identidad zapoteca y oaxaqueña. Ya con eso sería suficiente.
Guardamos en la memoria emocional e intelectual al niño y al hombre, a Benito, ciertamente, pero también honramos la vida pública y, en particular, las valiosas enseñanzas del Presidente Juárez.
Estoy seguro de que no lo admiramos solo porque fue un estudiante destacado, seminarista y masón, como muy bien o hizo notar nuestro querido amigo, el tehuantepecano Cesar Rojas Petriz, en el título de su libro poco conocido.
Tampoco lo admiramos sólo porque fuera abogado y defensor de los débiles, profesor, regidor, legislador y magistrado, tres veces gobernador, reformista y revolucionario radical, constitucionalista, político y políglota, secretario de estado, Ministro Presidente de la Suprema Corte, y Presidente de la República desde 1858 hasta el dia de su muerte, un año después de su segunda reelección en períodos de 4 años.
No. No es simplemente por eso.
Tampoco lo respetamos únicamente por su vida personal, familiar y amistosa conducida con honestidad, austeridad y coherencia, por su amor a doña Margarita Maza, su esposa y sus hijos, muertos en la distancia y tempranamente la mayoría de ellos, o bien por sus múltiples muestras de humanismo y solidaridad con sus semejantes.
No solo por eso. Y no sólo porque también asumimos y entendemos sus debilidades y sus desaciertos. Sin duda.
Lo honramos y reconocemos por su clara comprensión del cambio de época que le tocó vivir; por su talento para armar y coordinar equipos de trabajo; por su apertura al diálogo, el acuerdo y el juicio ponderado; su cálculo tactico y estrategico ante el riesgo.
No menos, le respetamos por la firmeza ante sus enemigos –los más radicales– y su deferencia política a los legítimos opositores y adversarios –conservadores liberales y liberales conservadores– a quienes toleraba y con quienes pactó.
Tambien lo hacemos por su apertura a las innovaciones, y la justificación y hasta confesión escrita y pública, como su laicismo, de muchas de sus decisiones.
Eso y más, todo a la vez, motiva que el Benemérito de las Américas continúe siendo un referente para generaciones contemporáneas.
El Gigante de Guelatao lo es aún y seguirá siendo porque nos ha legado ese tipo de enseñanzas que no debemos olvidar, máxime en tiempos de virus desestabilizantes e invasores, como.los que resistió durante una década de guerra intestina y extranjera, entre 1858 y 1867.
Recordemos a Benito y sigamos aprendiendo del Presidente Juárez.