
Fiscalía de Oaxaca asume control de la seguridad en Pinotepa Nacional
Punto de quiebre
Los pesos y contrapesos son parte del espíritu de la división de poderes y, en esencia, de la democracia misma.
Corría el año de 1977, durante la presidencia de José López Portillo, cuando el entonces secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, promovió una reforma electoral para dar mayor representación a los partidos de oposición y, con ello, a sectores que hasta ese momento no tenían voz en las cámaras legislativas. De esa reforma nació la fórmula de representación proporcional, un mecanismo que permitió ampliar la participación política y dar voz a quienes, aunque representaban sectores sociales importantes, no lograban ganar por mayoría.
Actualmente, se eligen 300 diputados federales por mayoría relativa (voto directo) y 200 por representación proporcional los llamados plurinominales.
En el caso del Senado, 64 senadores se eligen por mayoría relativa a través de fórmulas, y 32 más se asignan como primera minoría, también bajo el principio de representación proporcional.
Existen voces a favor y en contra de los plurinominales y en mi opinión, ambas tienen razón. Pero si no entendemos los tiempos actuales, no podremos tener una visión clara del momento que vivimos, ni del impacto de la decisión que se avecina, una que marcará y no exagero el destino de la democracia en México.
Las reformas electorales de 1977, 1996, 2007 y 2014 tuvieron como eje central fortalecer la democracia y promover la pluralidad. Esta nueva propuesta, en cambio, basta con ver la integración de la comisión encargada del dictamen cuyo informe se presentará en enero de 2026 para advertir sus tintes centralistas.
La paradoja es evidente: quienes lucharon por la representación y la democracia, hoy son Gobierno.
Y como reflejo de este cambio de época, ahora se busca lo contrario: eliminar la representación proporcional, reducir voces, y permitir que sólo se escuche una… la voz del poder.