Diferencias entre un estúpido y un idiota
OAXACA, Oax., 7 de octubre de 2017.- Eran aproximadamente las siete de la mañana, se presentó en la puerta de nuestra casa con actitud decidida, su rostro empapado por la lluvia no impedía un gesto amable, su figura en medio de la tormenta y relámpagos era impresionante; aún recuerdo las palabras dirigidas a mi madre: “Señora tienen que salir ahora, vengan conmigo”.
Era un militar que estaba en pleno ejercicio del plan DN3, la colonia se estaba inundando y existía riesgo por la cercanía de una presa a punto de sobrepasar su nivel de capacidad. Mi madre tomó lo que pudo y salimos, el agua hasta los hombros me impedía caminar, mi hermana más pequeñita iba en los brazos del soldado mientras que mi madre y yo nos aferrábamos a aquel hombre que nos llevó hasta el vehículo de rescate. Esa madrugada hubo decesos y pérdidas irreparables para muchas familias. Esta fue mi primera experiencia de vida en medio de una naturaleza violenta a mis escasos seis años de edad. Durante mi crecimiento me ha tocado estar y experimentar de primera mano acontecimientos de la naturaleza estremecedores.
Lo ocurrido en estos últimos días nos deja un panorama desolador lleno de incertidumbre y con muchas interrogantes llenas de resentimiento, quisiéramos de alguna manera encontrar responsables a quien reclamar por el siniestro sucedido y es cuando nuestra idea y sentido que tenemos de la vida se ve altamente cuestionada en todas direcciones.
El aspecto psicosocial está desenfrenado por las imágenes desoladoras y agresivas a la sensibilidad, tenemos un panorama de sensación violenta por parte de la naturaleza cuyo saldo es pérdida y dolor.
Todas las familias estamos siendo profundamente afectadas por terremotos y huracanes. Todas estas eventualidades están teniendo un efecto desmoralizador, deprimente en su acontecer y su contexto de creencias. De repente se nos empieza a ocurrir que Dios nos está enjuiciando, sin duda el sentimiento de culpa nos da la sensación de estar siendo castigados, nos sentimos castigados porque sabemos que en realidad hay mucha maldad en nuestro ser y es más fácil explicarlo de esa manera. ¡Un Dios que castiga la maldad! Porque solo estamos viendo a través del miedo y nos ahogamos en ese tipo de dios y creencia.
Por otra parte hay quien le reclama por ser injusto y cruel, el problema de fondo es que no creemos que Dios sea bueno cuando solo vemos a través del miedo o del dolor. Cuando hay dolor no podemos evitar ponernos en actitud de juez y se nos hace muy fácil juzgar a Dios al punto de hallarlo culpable de todas nuestras desgracias. El dolor no es un buen consejero y por mucho que nos desagrade tenemos que aceptar una realidad, en este planeta nadie está exento de tragedias ni es inmune al dolor, es parte del fenómeno de la vida, solo que nos resistimos a este hecho.
Tenemos la loca idea de que podemos hacer y deshacer, pero que Dios aguante todo eso pacientemente, como si el papel del poder superior fuera solo observar, tolerar y perdonar por amor. Es decir, no queremos que intervenga en nuestra locuras, pero que esté pronto en acudir en nuestro auxilio cuando se desatan las consecuencias, de repente el ser humano se siente absoluto y se nos olvida la fragilidad de nuestra existencia, se nos olvida pensar en los demás y perdemos de vista la importancia de los afectos hacia el prójimo. Nunca nos saciamos, siempre queremos más, nos sentimos dueños de todo y se nos olvida que no somos dueños de nada, que todo es prestado y que la vida bondadosamente me concede un lugar cada 24 horas sin que me pertenezca. De lo único que puedo decir que soy autor, creador y propietario es: Mi carácter y que tan orgulloso o avergonzado me puedo sentir de él, es mi única y verdadera obra. Y es lo único que me voy a llevar.
Algo importante. El hecho de que Dios permite que pasen las cosas nos confunde acerca de su personalidad y su voluntad, cuando escuchamos “Dios sabe porque hace las cosas” nos frustra y enfada. La realidad es que jamás fue su voluntad de que todo este mal sucediera, no es su plan que este mundo se ahogue en dolor, tenemos que saber que no todo lo que él permite es su voluntad, muchas veces Dios tiene que permitir que sucedan cosas aún en contra de su voluntad. Piensa en la ocasión en que hiciste algo indebido y lo disfrutaste, fue placentero; reconocerás que no fue la voluntad de Dios pero dejó que pasara, cuando las consecuencias te alcanzaron, allí sí le suplicaste que te auxiliara y como no respondió ni te libró, todo lleno de resentimiento decidiste no creer en Él.
Aquel fatídico día todos dejamos de pensar en trivialidades y en nosotros mismos, se despertó la preocupación por el prójimo, nos desprendimos con sorprendente facilidad de cosas y planes personales, todo giraba alrededor de la ayuda a mi vecino y mi semejante, fuimos capaces de sacrificar tiempo, dinero y esfuerzo en pro de mi hermano, ese día recobramos la humanidad y el sentido real de la vida, ese día volvimos a ser humanos.
Fuimos motivados por el verdadero amor y pudimos valorar la existencia, algunos por primera vez experimentamos el profundo deseo de tener más posibilidades; no para nosotros sino para poder ayudar más. Ese día salió la verdadera grandeza que hay en nuestro ser y que todos los días reprimimos y ocultamos, grandeza que si sigue permaneciendo oculta puede desaparecer. Ese día nos sorprendimos a nosotros mismos.
No busquemos culpables, no pidamos explicaciones al cielo, no juzguemos a Dios, no veamos a través del dolor porque nos ciega, ni vivamos bajo miedo porque nos debilita. Es el momento de actuar y reaccionar para bien de la sociedad y crear vínculos afectivos más estrechos, juntos podemos enfrentar la vida y todo lo que venga, juntos somos capaces de reconstruir todo, no perdamos la esperanza, no perdamos lo que siempre hemos sido, una hermandad mexicana. ¡ÁNIMO!
Damián Galván Velázquez.
Teólogo