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Publica Planeta el libro Mar de historias de Cristina Pacheco
CIUDAD DE MÉXICO, 25 de junio de 2017.- Rufino Tamayo, uno de los pintores mexicanos más reconocidos a nivel mundial, fue quien a lo largo del siglo 20 pudo conjugar su herencia mexicana y el arte prehispánico con las vanguardias internacionales, en piezas marcadas por el color, la perspectiva, la armonía y la textura.
Nacido el 26 de agosto de 1899 en Oaxaca, Tamayo pintó más de mil 300 óleos, entre los que se encuentran los 20 retratos de su esposa Olga, con quien estuvo casado durante 57 años; realizó 465 obras gráficas, como litografías y mixografías, 350 dibujos, 20 murales, así como un vitral.
Sus murales se encuentran lo mismo en el Palacio de Bellas Artes, el Museo Nacional de Antropología y el Conservatorio Nacional de Música en México, que en el Dallas Museum of Cine Arts, la Biblioteca de la Universidad de Puerto Rico y en la sede de la UNESCO, en París, mientras que su obra es expuesta en recintos tan emblemáticos como los museos de Arte Moderno de México y Nueva York, el Guggenheim y la Philips Collection, en Washington.
Esto se debe a que, según Juan Carlos Pereda, subdirector de Curaduría del Museo Tamayo Arte Contemporáneo, se trata de “un pintor lleno de talento, imaginación, con un espíritu de invención que había convertido lo suyo, lo propio, lo natural, lo que le perteneció, siempre en una virtud para mostrársela a los demás”.
Por ello, dijo, “es un pintor de profundidades mexicanas, es un pintor que no necesariamente pinta escenas de folclor o costumbristas o indigenistas, sino más bien lo hace desde ahí, desde ser él mismo, una gente que asume su herencia y luego la enriquece, la pone a dialogar con cosas tremendamente sofisticadas, como Matisse, Picasso, Miró, con toda la vanguardia internacional”.
Mexicano internacional
El mismo Tamayo explicó, en una entrevista realizada en 1956, que “Mi sentimiento es mexicano, mi color es mexicano, mis formas son mexicanas, pero mi concepto es una mezcla (…) Ser mexicano, nutrirme en la tradición de mi tierra, pero al mismo tiempo recibir del mundo y dar al mundo cuanto pueda: este es mi credo de mexicano internacional”.
Hijo de Ignacio Arellanes, de oficio zapatero, y Florentina Tamayo, costurera, Rufino del Carmen Arellanes Tamayo comenzó en 1915 sus estudios en la Academia de Bellas Artes de San Carlos de la Ciudad de México, los cuales abandonó, pero su empeño y disciplina lo llevaron a consagrarse en la pintura.
“En sus entrañas, él tenía el gusto por el dibujo y por crear pintura”, cuenta su sobrina María Elena Bermúdez. “Él decía y daba consejo a los jóvenes: si te gusta pintar, pinta todos los días y si puedes ocho horas diarias. Fue el joven que se va haciendo a través de un arduo trabajo, sacrificio y esfuerzos incontables, un día y otro y otro, desde luego él se adelantó a su época, porque cuando uno piensa en Tamayo, como pintor, siempre piensa uno en un Tamayo actual y además moderno”.
Según Luis Ignacio Sáinz, en el artículo Los rasgos plásticos de Rufino Tamayo, el color y la textura son rasgos de una pintura siempre moderna y siempre arcaica. Tamayo usa la densidad del color y la calidez de la textura, en diferentes medios y técnicas: óleo, temple, grabado, dibujo, mural, mixografía, acuarela, litografía.
Tamayo, agrega el especialista, “recupera el sentido primigenio de la creación plástica: la geografía acotada del cuadro. Cala en los orígenes de la pintura a fin de descubrir, una vez más, la autonomía de la figura, la independencia de la composición, la libertad del color, por encima de los significados políticos inmediatos”.
Sobre su uso del color, María Elena Bermúdez, autora del libro Los Tamayo, un cuadro de familia, recordó que el pintor estuvo muy cerca del colorido de la fruta, pues cuando llegó a la Ciudad de México, a la edad de 11 o 12 años, tras la muerte de su madre, sus tíos tenían bodegas de fruta, “entonces a Tamayo le llamaba la atención ese colorido tan especial que tiene nuestra fruta y él fue plasmando en su obra todos esos colores”.
Tamayo, falleció el 24 de junio de 1991 en la Ciudad de México y recibió numerosos reconocimientos.
Fue galardonado con el Premio Nacional de Ciencias y Artes, nombrado Doctor Honoris Causa por las universidades de Manila, la Nacional Autónoma de México, la de Berkeley, la del Sur de California y la Veracruzana, así como Caballero de la Legión de Honor de Francia.
Además, recibió el Gran Premio de Pintura de la II Bienal de Sao Paulo, fue nombrado comendador de la República Italiana, Hijo Predilecto por el gobierno de Oaxaca y el rey Juan Carlos de España le entregó la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, el Senado de la República hizo lo propio con la Medalla Belisario Domínguez y fue miembro honorario del Colegio Nacional, entre otras distinciones.