Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
Salto de fe electoral | Felipe de J. Monroy
CIUDAD DE MÉXICO, 17 de marzo de 2018.- Para nadie es un secreto que los candidatos del actual proceso electoral de México recurren con más frecuencia que en otras campañas a figuras y parábolas religiosas o bíblicas; es un hecho que hoy forman parte de la estrategia que los asesores de campaña recomiendan y que intentan conectar con esa gran mayoría religiosa mexicana que -por lo demás- es profundamente heterogénea.
En gran medida, el periodo llamado de ‘intercampaña’ -donde la autoridad electoral prohíbe expresamente la divulgación de propuestas, propaganda, llamado al voto o descalificación de adversarios- orilló a los políticos a expresar diferentes discursos metapolíticos y, de entre ellos, guiños religiosos particularmente con la absoluta mayoría que profesa alguna religión de enseñanzas bíblico-cristianas.
Dice el proverbio que es muy mala idea cruzar un abismo en dos saltos; se hace de una vez, implicándose absolutamente para llegar a la otra orilla o, de lo contrario, se hace un salto de fe esperando que alguna fuerza sobrenatural sostenga al audaz en el vuelo y le deposite a salvo en el destino.
Sin quererse mojar por entero en el tema religioso (prohibido por otro lado por las leyes mexicanas), los partidos políticos hacen saltos de fe al vacío aguardando que un milagro los conecte con esa sociedad que comparte ciertos principios morales, éticos y trascendentales.
Quien lo ha expresado de manera más abierta ha sido, sin duda, Andrés Manuel López Obrador, quien afirmó: “Soy un seguidor de la vida y de la obra de Jesucristo; porque Jesucristo luchó en su tiempo por los pobres y los humildes.
Entonces soy, en ese sentido, un creyente”. En su actual campaña, ha coqueteado con conceptos como la amnistía (no hay que olvidar que Amnistía Internacional fue fundada por un católico converso), la constitución moral y la pérdida de valores espirituales; no es nuevo este acercamiento, el tabasqueño ha predicado amar al prójimo y ha dicho que “Jesús es amor”.
Su cercanía a este discurso quizá ha abierto una puerta, pequeña pero sumamente simbólica, para que predicadores, oradores, sanadores o liberadores espirituales vociferen afectadas plegarias sobre el político mientras imponen sus manos sobre su cabeza y hombros.
Por su parte, José Antonio Meade también ha hecho incursiones a los lenguajes religiosos. En un evento, catequizó sobre el significado del color de las velas en la Corona de Adviento (una tradición eminentemente católica) y, durante una entrevista radiofónica, el exsecretario se comparó con el mismo Jesús.
El candidato recordó que el inicio formal de las campañas (30 de marzo) es Viernes Santo y dijo al periodista: “El 30 es crucifixión, pero yo espero que no sea la mía propia… voy a estar crucificado entre dos ladrones”.
Según el evangelio de San Lucas y en particular las narraciones de los llamados evangelios apócrifos, Jesús fue crucificado entre los ladrones Dimas y Gestas.
Las leyes mexicanas y las electorales son muy claras: los candidatos a puestos de elección popular no pueden recibir ningún tipo de apoyo por parte de iglesias o asociaciones religiosas y, al mismo tiempo, tampoco deben utilizar ningún símbolo religioso.
Pero sin duda los cuartos de guerra de los partidos en contienda hacen guiños o alocuciones anfibológicas de corte religioso para quizá hacerse de simpatizantes de cierta fe o prácticas religiosas que, por cierto, están jugando un papel muy relevante en diferentes procesos electorales.
Sin embargo, esto que sucede en México es un fenómeno muy singular en el mundo, es herencia de una tortuosa historia que, lejos de apelar a la madurez ciudadana o clarificar fronteras de la conciencia social, ha provocado tanto jacobinismos trasnochados como pietismos pseudopolíticos.
Lo que hoy hace que tengamos ciertos lenguajes religiosos contendiendo en el proceso electoral actual y, aunque no creo que sea del todo negativo, hay que aclarar que la religión y lo religioso están en una esfera superior a la de la metapolítica, pertenecen a inmanencia de lo divino, la trascendencia del ser y la existencia de todo.
He insistido que estos guiños político-religiosos, en ocasiones profundamente confusos y contradictorios, surgen como una válvula de escape al prolongado silencio que se les impuso desde un agresivo laicismo institucionalizado.
En el marco de su visita a México, Benedicto 16 fue categórico: los mexicanos padecemos una especie de esquizofrenia entre moral individual y pública: “personalmente, en la esfera individual, son católicos, creyentes, pero en la vida pública siguen otros caminos que no corresponden a los grandes valores del Evangelio”.
Jugar en esa frontera de la fe y la política puede ser riesgoso porque implica que la ciudadanía no madure en la conciencia de sus muchas responsabilidades; personalmente creo que dar el gran salto a la plena libertad religiosa en México ayudaría a que en las contiendas electorales del futuro –y en otros momentos de participación cívica-, los políticos no intenten hacer malabares con espadas y que sus asesores no esperen ver milagros donde sólo caben las estratagemas.
@monroyfelipe