Honrar su memoria
¡¡¡Clank, clank, clank!!! Martillazos. Golpes rabiosos. El pico del acero … lacera la carne.
El metal rompe los nervios. Las extremidades… en extremo dolor.
¡¡¡Saña incontenible!!! Sufrimiento inenarrable. Sangre, sudor, lodo, lágrimas. ¡¡¡Muerte!!!
Y todo, ¿para qué? ¡¡¡Nada más para que fueras feliz toda una eternidad!!!
Y es que, en esta Semana Santa conmemoramos la epopeya histórico-religiosa de la crucifixión y muerte de Jesús, Dios hecho hombre. Y esto, a los ojos de la fe, es el triunfo más grande pues, el ser humano puede aspirar a estar con Dios toda la eternidad.
Para eso muere Cristo, para que tú, y yo, pecadores, podamos aspirar al perdón y a la vida eterna. Esto es, por siempre y para siempre a la felicidad total, sin límites, sin temor de perderla nunca.
¡¡¡Qué más grande regalo del Padre: Dar la vida de su hijo tan querido, para que otros puedan aspirar a su salvación perpetua!!! ¡¡¡Qué más amor del hijo, que sacrificar su vida, en una muerte cruel, despiadada, dolorosa, infame, para que tú y yo, podamos, al morir, (previo a la purificación), ir a gozar de la presencia de Dios “per sécula seculorum” (por los siglos de los siglos)!!!
Así que, esta Semana Santa reflexionemos. Preguntémonos, ¿cómo llevamos nuestra vida? ¿Pasamos los días como si Dios no existiera? ¿Vivimos como si aquí acabara todo? O ¿pensamos que fuimos creados por un propósito? Este objetivo ha de alcanzarse con nuestras buenas acciones. Al final, la sumatoria positiva de nuestro cariño, bondad y amor a nuestro prójimo, dará el resultado de ir a gozar de Dios por toda la eternidad.
Aprovechemos este tiempo para reflexionar, pensar. Apoyémonos de los sacramentos, confesión, comunión. Usemos los sacramentales como el agua bendita. Vayamos, si eres católico, al templo. Estemos el Jueves Santo, el Viernes Santo y el Sábado de Gloria en reflexión y oración.
Y el domingo, participemos de la eucaristía, en alabanza a la Resurrección de Cristo. Nada de todo el esfuerzo por ser buenos, por portarnos bien, por evitar pecar, tendría sentido, si Jesús no hubiese resucitado. Así nos recuerda, que también, algún día, nosotros resucitaremos en nuestro cuerpo, para que siendo ganadores de la presea eterna vivamos felices por los siglos de los siglos.
*Salvador Echeagaray, director del Departamento de Filosofía de la UAG