Economía en sentido contrario: Banamex
Les habían prometido el paraíso. Después del tercer día, la risa los mataba, los chistes a costilla de la persona que los invitó, no se hicieron esperar.
El día anterior fue motivado porque tocaba ir de cacería pero, el guía jamas describió a lo que se iban a enfrentar.
Arbustos con espinas y sin que sea una expresión de ofensa, mucha mala mujer.
El calor era intenso, y el agua que llevaron en sus botes no tardó mucho en agotarse.
La cacería se realizó recorriendo el campo por al menos cuatro horas, caminando veredas bajo el Sol que se lucía en medio de un cielo azul que con nitidez golpeaba los deseos de matar algún animalito para cocinarlo y hacer la delicia en el momento de la comida.
Seguramente estos, los animalitos, emitían entre ellos sonoras carcajadas y comentarios que se ahogaban entre sus sueños porque con ese clima, ni ellos sabedores de las condiciones, se atrevieron a salir ese día.
Transcurrieron las horas y ya no se pudo más, sin agua y decepcionados con el anfitrión, volvieron para buscar comida.
Al paso, un campesino quien orgulloso por su cosecha, acomodaba, en la batea de lo que se puede pensar era su camioneta, el producto de su trabajo, alcanzado sin duda, con mucho sudor de su frente. ¡Sandías grandes! las había ofertado en la mañana pero ufanos habían decido no cargarlas esperanzados en el buen trato que el campo podría darles.
Al verlo se acercaron a mirar las recién cortadas sandías y sin dudarlo pagaron al altivo campesino la de mayor tamaño.
Consagrados a las delicias de la jugosa fruta, no repararon en la partida y despedida del salvador de su existencia.
Después de la suculenta comida y un reparador sueño, vueltos a la realidad, en tarde aún calurosa pero repuestos de la frustrada cacería, decidieron salir a un breve paseo.
Ma’Catita recomendó descansar el resto de la tarde. Sin hacer caso a la sabia voz de la querida experiencia, allá fueron.
Con el sol del atardecer, alegre vendedora, a todo pulmón ofrecía sus productos.
Presurosos fueron en pos de la melodiosa voz y ellos eligieron senda rebanada de salvadora sandía, entre risas y carcajadas aún haciendo mofa sobre quien tuvo la idea de haber ido de cacería.
El anfitrión tardó en elegir su fruta.
Se decidió después de que la vendedora levantó sus profundos ojos entre cafés claros y negros brillantes, cual su cabellera que no mostraba su color real o si era castaño claro, tal vez quemado por el ambiente y calor de la zona, y con entonada voz soltó un “¿usté?, ¿va a queré papaía?”, embelesado el anfitrión asintió.
Nadie comprendió en ese momento porqué se decidió por una fruta distinta a la sandía.