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OAXACA, Oax. 10 de mayo de 2020.- Se afirma regularmente que ciertas personas al otorgarles poder se vuelven locos de despotismo, en realidad, el poder les hizo aflorar su verdadera naturaleza, el poder es el medio que hace florecer los verdaderos caracteres.
En su naturaleza, el poder se manifiesta concretamente en las relaciones, el poder no es un recipiente del cual se puede disponer, en realidad, el contenido del poder se expresa en las relaciones personales. Un hombre solo en el bosque, evidentemente, no tiene ningún poder, aunque disponga del bosque entero.
Un político bien formado, cuando la fortuna le sonríe y el río de la vida fluye intensamente a su favor, evita con suma diligencia toda arrogancia, altives y orgullo. La cortesía es la distinción más elegante del político.
Sólo en las sociedades estamentales, jerarquizadas, racistas, discriminatorias, cabe la arrogancia en las relaciones de poder. En una sociedad democrática, desde luego, ella no tiene cabida.
El político que no sabe dominar sus sentimientos, es desde luego, signo de debilidad. Se vuelve criatura de sus pasiones tanto en el éxito como en la adversidad. Se ha escrito que el presidente Lázaro Cárdenas era tan imperturbable tanto en el éxito como en la adversidad que se ganó el mote de “la esfinge de Jiquilpan”.
Nadie podía adivinar los sentimientos y el pensamiento del Presidente. El político al darse a conocer su verdadera naturaleza se vuelve vulnerable a los ojos de todos, ya no es sujeto de sí mismo sino de los demás.
El control de las pasiones del político le confiere la mesura en sus acciones, le evita estar sujeto a apresuramientos y descuidos indebidos, asimismo, le evita hacer todo aquello que no tenga un motivo razonable. Un político apresurado y descuidado, por motivo de la falta de control de sus pasiones, abona, irremediablemente, su camino hacia el fracaso.
Los alcances de los deberes políticos se logran con el arte de la prudencia, por eso, para algunos pensadores es la verdadera Ciencia Política. De verdad, salvo los pensadores griegos y los medievales, poco se ha desarrollado el arte de la prudencia.
La prudencia siempre debe caminar delante del político, le avisará siempre si el camino es el adecuado, de los peligros que pueden existir en ese transitar de la política. Cualquier virtud o virtudes que puede tener el político, sin la prudencia se vuelven nugatorias. Político que no es prudente, regularmente, no llega a su meta, a su objetivo, a su sueño.
Es como la actividad del arquitecto, jamás acabaría bien una obra sin regla, nivel y compás, tampoco el político sin la guía de la prudencia. Desde luego, la prudencia no es solo intuición, en verdad es conocimiento, con ella, la realidad se extiende y muestra su profundidad para la acción del político.
Asimismo, la prudencia es un actuar discreto, se hace elección siempre de decisiones, donde el buen juicio juega un papel preponderante. La prudencia para la política es como la medicina en la salud, porque ordena las cosas presentes, prevé las futuras y tiene presente las pasadas. Trae la felicidad del político, por el contrario, la imprudencia es siempre desdicha. Entonces, la prudencia es conocimiento que se nutre de la experiencia y de la memoria.
La prudencia hace que el político tenga decoro, que no es otra cosa que la coherencia uniforme que se tiene a lo largo de toda la vida, en su conjunto y en cada una de las acciones particulares.
Esta coherencia uniforme no se podrá obtener con los rasgos personales de otros y eliminando los propios, enfermedad que tienen muchos políticos de la actualidad en nuestro país.
De verdad, al político mexicano le falta, en demasía, prudencia y decoro, de eso esto estamos seguros.