Día 18. Genaro, víctima de la seguridad nacional de EU
La poeta Carmen Boullosa me dijo una tarde en Santo Domingo, Oaxaca: deberías firmar tus libros como Rito Salimas.
Ella había llegado a leer su trabajo en el programa Poetas del Mundo Latino que, año con año, traía a la ciudad la participación de autores de prestigio, Juan Gelman, José Emilio Pacheco, Juan Bañuelos y un largo etcétera.
Me convertí en el guía de los poetas ebrios, en ese tiempo se abrían expectativas para el desarrollo de las letras locales, por aquellas fechas -finales de los 90- nada se sabía de editoriales o ferias el libro, mis compañeros escritores eran periodistas, funcionarios en el Instituto de Educación, vendedores de ropa en los tianguis, taxistas, que recorrían las colonias como gente animosa que gustaba del relajo y los desvelos, la parranda.
El puerto tenía vida nocturna en dos cuadras, el cine, el parque, las tortas de pierna con el Chino Li, la cancha de básquet en el patio dentro del palacio municipal, junto a la cárcel.
Allá tocaban los melenudos de pantalones acampanados, Lando y sus futuros.El mundo bajaba las cortinas a la medianoche para abrir los ojos muy temprano, a las siete de la mañana en la estación del tren, allá por Barrio Nuevo, por los rumbos de la iglesia de la Santa cruz.
Pero escribir lo que se llama escribir fue la historia oculta, secreta; desconocida por la novia, los amigos o la centroamericana Carmen que me ofrecía un pedacito de su cama al terminar de ocuparse con sus clientes.
En la escuela me interesó la acuacultura, el calendario de mareas, los conceptos del mar, isocorrientes, isotermas; la biología maría. Me enteré de las fosas abisales, de la falla de San Andrés. Supe de los ríos submarinos, pero me ganaron las letras. Hijo del monte me hice en la biblioteca, me enamoro de las bibliotecarias, ganan mi tiempo y mi voluntad y no encuentro nada mejor que el libro como excusa para escribir poemas a la mujer que trabaja sobre atmósferas cargadas de moléculas de benzaldehído (vainilla) etilbenceno y tolueno.
De aquel tiempo de marinerito que fui el mar me dejó la memoria olfativa, puedo desempeñarme como catador de esencias y alcoholes, mezcales. En secundaria fui estudiante becado, tenía ya el vicio de leer y el vicio secreto de la escritura, pero nada sabía de la industria cultural, de las actividades editoriales, de esa forma de ganarse la vida frente a las letras.
Entiendo que la mejor forma de asumir un oficio, ser practicante hasta la muerte de una actividad, será de estar en los inicios despojado de interés, al sesgo. Me salvé de terminar mis días como profesor sin fe de las palabras y los significados, de los préstamos y las figuras de la lengua, jubilado. Mi cabeza se guía por los espacios donde se expele el olor de los libros viejos -o nuevos. Tengo el impulso de la adolescencia marina, de los tiempos de allá en la colonia San Juan, del tiempo de La ventosa, de las noches de baile en el burdel junto al aire caliente cargado de palabras.
Escribo como quien va a misa o se toma la medicina para mantener a raya a la enfermedad crónica; escribo para poder respirar. Cuando llegaban los poetas a la ciudad, en aquel tiempo de Poetas del Mundo Latino, los imaginaba miembros de la corte saltimbanqui, locos, vagabundos, agradecía su presencia, pero marcaba distancia con ellos porque siempre me incomodó esa forma expuesta de la escritura y su persona, esa suerte de performance de políticos en campaña.
Cuando Carmen Boullosa me preguntó en santo Domingo si ya había pensado en mi nombre artístico no supe qué responder, para mí que el nombre que me había dado mi madre y mi padre estaba bien, ¿por qué en las letras habría de cambiarlo? No le encontré sentido, dejar de ser mi persona y asumir el nombre de alguien que no era, con ese otro nombre ¿cómo sería mi escritura? No lo sé, no la imagino, me reconozco municipal, poco urbanizado, entiendo el mundo por el nombre de las cosas y no por escándalos promiscuos guiados por las industrias culturales.