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La noche estaba llena de quietud por la intensa lluvia que hizo concluir muy pronto la fiesta.
Los faroles, con su poca iluminación, apenas permitían la visibilidad; eso provocaba que de momentos la imaginación provocara juegos de horror.
Por eso decidió dejar de guarnecerse en ese viejo pórtico y salir apresurado, pensó que era mejor mojarse que sufrir los sobresaltos de miedo que las luces, la lluvia, la oscuridad y la calle solitaria le provocaban.
Corrió lo más rápido que le fue posible, las gotas de lluvia caían gruesas y frías; por lo oscuro, después de pasar el farol le fue imposible ver el camino y solo reparó en su situación cuando se levantaba habiendo caído de bruces, sin saber con qué tropezó.
Su miedo le provocó un estremecimiento más frío que cualquier noche de invierno.
Sus pies se encogieron lo más que pudieron hacia su cuerpo, que seguía temblando.
Sus ojos se posaron firmes sobre el objeto que lo hizo caer, sus zapatos y pantalón estaban manchados con sangre y escurrían de un color rojo con fétido olor a sangre.
No cabía en su asombro.
Las tres partes de robusto cuerpo estaba ahí, a un lado de él, que entumecido no acertaba a levantarse.
Las piernas seguían unidas a la cadera, el tronco se encontraba sin la cabeza que había sido cercenada y la cara, la cara estaba totalmente desfigurada, con la piel hecha jirones, no daba crédito a lo que veía, por un momento pensó que la mente le jugaba de nuevo una mala suerte, y que ademas la oscuridad era parte del juego.
Había dejado de llover y empezaba a correr un viento gélido y fuerte. No pudo encender su cigarro, pues estaban desechos por el agua en la que había caído y por la intensa lluvia bajo la que había corrido.
Los cerillos corrieron la misma suerte que los cigarros.
En medio de esas tareas, apenas percibió que le tendieron un cigarro y le ofrecían fuego para encenderlo, como impulsado con resortes se levantó y dio la vuelta para ver de frente a su benefactor, tenía el cigarrillo en la mano pero ya no había nadie ofreciéndole el fuego, su primera idea razonada fue pensar en que de sus cigarros uno se había salvado y era el que tenía entre sus dedos, sin embargo, ¿y el fuego?.
Emprendió la veloz carrera para alejarse del sitio y al dar la vuelta a la esquina, se encontró con la oscura calle donde estaba su casa, la vio a lo lejos y respiró tranquilo al advertir que más gente caminaba en sentido opuesto, con dirección hacia donde él empezó a caminar habiendo detenido su carrera.
Perros lloraban con potentes aullidos y los andantes estaban próximos a quedar frente a frente.
Sin saber qué lo hizo detenerse, frenó su andar y entonces se percató que seguía en el mismo sitio, y que lo que pensó eran personas a su encuentro, eran solo sombras, volvió a abrir su mente y concluyó que el encuentro con el cadáver y las condiciones de la noche, seguían traicionando sus nervios.
Decidió avanzar a su casa que cada vez quedaba más lejana.
Entonces sus sentidos despertaron al escuchar la joven voz que fresca hasta en todo musical, se dirigió a él, explicando, el cadáver significa tu infancia, juventud y edad adulta.
Corriste de ti mismo, perdiste la oportunidad de encontrarte y sigues pensando en una construcción, a la que no llegas, ni encuentras a las demás personas que hacia ti caminan.
Ya no sientes frío, ya miras con claridad a pesar de que la noche es más profunda ahora.
No hay tiempo.
Se te dio la gracia y el tiempo se acabó.
Vamos, tres puertas están frente a ti, decide por dónde caminarás.
Puedes elegir empezar de nuevo y serás otra vez un bebé. Ahora elige, yo, aquí te voy a esperar.