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CIUDAD DE MÉXICO, 22 de septiembre de 2017.- Cambió varios conceptos de una realidad en el siglo XX mexicano. Era un luchador profesional, actor, héroe, personaje de la vida cotidiana, referente nacional. Todo eso con el simbolismo que daba la máscara plateada y el nombre:
El Santo.
Por demás conocido es el uso de las máscaras y capuchas en nuestro país sumado a su idiosincrasia. No en balde muchos practicantes de la lucha libre deciden usar una identidad secreta para aparentar el heroísmo o su contraparte sin represalias fuera del cuadrilátero.
Es una escenificación que entretiene al respetable público, es una distracción de sus problemas, el recinto donde se efectúa la lucha es un oasis de psicología y sociología. Allí sin importar el nivel socioeconómico se gritan insultos por igual, se hermana quien viste ropa de marca con el que porta la remendada.
Por eso El Santo fue un héroe, por eso su paso de la arena a las pantallas de televisión y de cine, porque fue un personaje nacional, se requería alguien con ese imán, con esa personalidad, con las botas y mallas plateadas brillosas, la máscara sencilla pero elegante, con las mujeres más hermosas de la época acompañándolo ya para salvarlas ya para enamorarlas.
El Santo sin duda hace falta en su Centenario, a México le hacen falta más luchadores como El Santo, ahora la máscara es mal usada para causar daño, para robar, para no dar la cara o el nombre y atacar o insultar en el internet. Para cobrar facturas a la mala.
Pero no está todo perdido. Hay héroes y heroínas que desean sacar a su comunidad adelante. Y eso se logra desde lo más básico: cumpliendo con los horarios, con las tareas, no tirando basura en la calle, cediendo el paso, respetar lo que se debe respetar. Civilidad y normas básicas de urbanidad que a veces se olvidan.
Este 23 de septiembre se festeja su Centenario, que viva el Santo, un héroe nacional a veces no valorado. Con sus 48 años de carrera (si se toma su debut en 1934 y su despedida en 1982), con más de 10 mil peleas, siendo en 1942 la primera vez que usó el nombre de El Santo, y claro, con 53 películas que lo hicieron traspasar la frontera del tiempo.
Cómo olvidar la escena donde en plena entrevista con Jacobo Zabludovsky, El Santo se quitó la máscara para dar a conocer su identidad y nombre: Rodolfo Guzmán; o cómo no conocer a su heredero, el Hijo del Santo que siguió sus pasos en el recinto del pancracio y en la pantalla grande, cada uno con su estilo, cada uno con sus fans, sumando ambos a una gran leyenda.
En un escenario complicado, en medio de incertidumbres, con temblores y fenómenos naturales adversos, con descalificación e incredulidad sobre la clase política gobernante, con pocos triunfos en el ámbito internacional, con una carencia de liderazgos sociales, la figura de El Santo se extraña más, se necesita más.