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Otra muestra de que lo único que no hay en la sucesión de la Rectoría de la UNAM es piso parejo, está en la composición de la larguísima lista de 10 finalistas definida por la Junta de Gobierno, pues está marcada con las huellas dactilares de un Enrique Graue, quien parece decidido a definir a su sucesor, más por intereses de grupo que por el interés de la Universidad.
De los 10 finalistas, hay seis integrantes del equipo del actual Rector: Leonardo Lomelí, Patricia Dávila, Guadalupe Valencia, Luis Álvarez Icaza, William Lee y el infaltable, e inexplicable, Imanol Ordorika.
En este equipo ha tenido un trabajo tan deficiente, que han sido los responsables de la UNAM lleve por lo menos seis años, de los casi ocho de Graue, trabajando a medias.
Es casi imposible recordar cuándo fue la última vez que la UNAM de Enrique Graue y su equipo de brillantes colaboradores, funcionó sin paros de labores ni tomas en ninguna de sus escuelas o facultades.
Porque desde hace seis años los problemas en la UNAM han sido recurrentes. Cuando no ha sido la acusación de acoso sexual contra profesores o directivos, ha sido el feminicidio de una ex alumna en el campus, el escándalo por el manejo opaco y oneroso del equipo de futbol de primera división, la suspensión de pagos a profesores de asignatura, las deplorables condiciones materiales en que se encuentran los colegios de Ciencias y Humanidades, la ignorancia de la demanda recurrente de detener y erradicar el porrismo en la Prepa 5, los problemas varios en la Facultad de Artes y Diseño de Xochimilco, las chinches inexistentes que la Rectoría no puedo desmitificar, o de plano las tomas y cierres, por meses completos, de facultades enteras como Economía, Arquitectura y Filosofía, a manos de pequeños grupos de encapuchadas que protestaban violentamente contra todo y contra todos.
Hay otros escándalos varios, pero la pérdida de tiempo, de clases y de eficiencia terminal, está siendo, por desgracia para la Máxima Casa de Estudios del país, está siendo el sello del rectorado de Graue que, por fortuna, está a punto de llegar a su fin.
Los responsables de que la UNAM funcione a medias, o de plano mal funcione en los últimos años, son el propio rector en primer lugar, pero igual o más responsabilidad tiene su equipo de trabajo; ya que justo ellos son los “encargados” operativos de la universidad.
Es ese equipo que rodea y manipula al rector, quienes no han hecho su trabajo de forma eficiente y en las últimas semanas hay nuevas muestras de por qué de ese paso trastabillante de la administración de Graue: sus colaboradores todos, no solo Leonardo Lomelí y Patricia Dávila, han dedicado el tiempo que deberían ocupar en resolver los problemas de la UNAM y garantizar su marcha, tiempo por el que cobran, a hacer campaña para suceder a su jefe y así garantizar el continuismo, que no la continuidad, de un proyecto con futuro, sino uno marcado por la mediocridad.
El comportamiento gansteril del equipo de Graue, es que seis finalistas de 10 en el proceso de selección de nuevo rector de la UNAM son sus colabores más cercanos. Seis de 10 son integrantes de la llamada Casta Dorada que tantos problemas y tantas críticas, no solo las que, ahora se explica, provienen de Palacio Nacional, sino de varios sectores de intelectuales e integrantes de la comunidad universitaria, le ha ganado injustamente a la UNAM ante la opinión pública.
Por ese rumbo que se traza en el proceso para elegir NADA MENOS QUE A UN NUEVO RECTOR, desde la Junta de Gobierno PROCEDE CON UNA PERVERSIÓN, ya que no se puede hablar de un proceso de continuidad y mucho menos de renovación, sino de uno de continuismo y cerrazón ante una pobre realidad universitaria que no es color de rosa, como Graue, su equipo y sus operadores la pintan.
Además del mencionado equipo que tiene secuestrado a Graue, ¿Quiénes serán las otras manos que mecen la cuna para que opere el continuismo en la UNAM?