Diferencias entre un estúpido y un idiota
CIUDAD DE MÉXICO, 29 de abril de 2019.- La sucesión presidencial ya arrancó. Entre Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal, Yeidckol Polevnsky, Claudia Sheinbaum y Martí Batres hay una notoria competencia para ser el favorito o favorita del presidente y tener el control de Morena para fortalecer, desde hoy, su posición política.
A menos de seis meses de que haya iniciado el sexenio varios factores han detonado las ambiciones de los principales funcionarios del equipo presidencial.
El banderazo de salida, en la muy adelantada carrera por la Presidencia, la dio el Senado de la República cuando la oposición votó en contra de la iniciativa sobre la Guardia Nacional.
Ahí los aspirantes a suceder a AMLO se dieron cuenta que López Obrador no iba a poder contar en la Cámara Alta con los votos necesarios para reelegirse y, en consecuencia, el camino quedaba libre para ir diseñando una estrategia que les permitiera tomando delantera en la competencia.
Los rivales tienen en común ser los hombres y mujeres en los que más confía el presidente. Su cercanía al Ejecutivo Federal les ha permitido conocerlo, adivinar estados de ánimo, saber como piensa y toma decisiones, pero sobre todo son testigos de sus altas y bajas de salud.
Esto último –su incierta hoja clínica–, ha encendido los apetitos y explica las frecuentes disputas por el poder entre los delfines del presidente. Mientras López Obrador habla en “las mañaneras” de que su gobierno trabaja en perfecta coordinación, a sus espaldas hay una cruenta pelea, muy al estilo de Morena, por controlar espacios y construir feudos de control político.
Este relajamiento de la disciplina –cuya principal expresión es la efervescencia de ambiciones sucesorias– se debe a que crece cada vez más la percepción de que la mala salud de López Obrador y la cadena de errores que un día, y otro también, comete pueden derivar en un quiebre temprano del sexenio.
A la cancelación del aeropuerto de Texcoco, a la carta al rey de España exigiendo disculpas por la Conquista y al memorándum donde ordena a sus secretarios desobedecer la Constitución, se agregan las mentiras y publicación de cifras falsas que van mermando su credibilidad.
Desde el patíbulo inquisitorial mañanero impone con indicadores falsos el éxito de su gobierno. Plazas de trabajo que no han sido creadas, estadísticas rasuradas sobre el número de muertos, precios distorsionados de las gasolinas, índices de recaudación fiscal sometidos al criterio de la propaganda y una serie de máximas que contradicen la moral de su conducta.
Si el memorándum de marras constituye una radiografía de autoritarismo político; si la embestida diaria a la prensa hace patente un obsesivo acoso a la libertad de expresión y de conciencia, la frialdad e indiferencia ante la masacre en Minatitlán representa un espejo de mezquindad humana.
Toda esa secuencia interminable de excesos de poder, ha debilitado tempranamente a la llamada 4T y ha creado las condiciones para que el sexenio no concluya con el mismo hombre en la presidencia.