J Balvin, Marshmello, Armin van Buuren y Julión, en el FIG de León
CIUDAD DE MÉXICO, 30 de septiembre de 2017.- Entre el cascajo que se amontona por toneladas se asoma la vida esfumada. Antes de perderlo todo, visitó Roma. O soñaba con ir, y el sismo truncó el viaje, el deseo, el porvenir. En los escombros quedó la guía turística, que en la portada muestra una postal del Coliseo bajo un cielo azulísimo. El libro de viajes está ahora bajo las piedras de otras ruinas: las casas que se vinieron abajo el 19 de septiembre.
Al estacionamiento de la Alberca Olímpica camiones de volteo llevaron los restos de los edificios que el sismo colapsó en la Delegación Benito Juárez.
Son rastros que muestran que por aquí pasó la tragedia. Propósitos frustrados, planes hechos para la siguiente semana, libros leídos a medias. Entre los escombros reluce un saco de mujer que recién había sido recogido de la tintorería, con el empaque ya desgarrado. Cerca yace la envoltura del regalo de una tienda departamental. A tres metros está una mochila de estudiante vacía.
Y en ese colchón, ¿quién dormía?, en solitario quizá, porque es de tamaño individual.
En el montón están los papeles de María Elena Hernández Olvera, que había solicitado un crédito hipotecario de Infonavit para remodelar su departamento, el 402, en el edificio ubicado en el 173 de la calle Niños Héroes de Chapultepec, pero ya colapsó.
María Patricia, del departamento 6, recibió el estado de cuenta de su crédito en el Palacio de Hierro: Pagar $1,594.51 antes del 30 de septiembre para no generar intereses.
Del edificio derrumbado en Edimburgo 4 llegaron los recibos de luz de Dolores Rangel Nájera, imposiblemente ordenados, con los comprobantes de pago engrapados.
Edher Adrián Santos Pérez había dejado hecho su currículum para solicitar trabajo como técnico en control de plagas. Responsable. Trabaja en equipo. Capaz de ganar licitaciones para la empresa. Experiencia como vendedor en Famsa y almacenista en Coppel. Sabe usar Microsoft Word.
¿Qué leyeron los que todo lo perdieron? Un libro de rezos quedó abierto en la “Oración de la madre afligida”. Un manual de carpintería enseñó a alguien a fabricar y reparar sus muebles. Alguien más quiso aprender a cocinar entremeses, crepas y quichés. Una enciclopedia deshojada comienza ahora en la letra B de Babel, la torre que Dios les impidió edificar a los soberbios descendientes de Noé.
Alguien leyó en inglés los mitos y cuentos de los indios americanos: el nacimiento de los héroes, el vientre de la madre, la vida después de la muerte. En la antología Cuentos de horror y misterio leyó “El corazón delator”, de Poe, corazón que resistió enterrado bajo el suelo de una casa.
Quien esto leyó también se interesó en la poesía canadiense, en la teoría indigenista y en Margaret Laurence: “Siempre la exuberante naturaleza”, anotó al margen de una página del cuento “Las gavias”. Y en otro lado: “Había gente viviendo allí antes de que llegaran”.
Algunas de estas cosas pasarán a otros dueños, que todo en la vida es un ciclo. Los trabajadores de la Delegación encargados de gestionar los escombros separan lo que podría servirles. En una mesita amontonan relojes de mano con raspones y correas rotas. Ponen aparte el aluminio de los refrigeradores y los microondas aplastados. Con un mazo, un empleado le quita el motor a una lavadora abollada.
Recogieron la billetera de mujer que tiene un espejito donde se miraron otros ojos, y el cojín rosa donde dormía un perro cuando estas ruinas eran un hogar. Dejan en el suelo las películas que vio una víctima del desastre: “Entre sábanas”, “Paranoia”, “Titanic”.
Un camión de 36 metros cúbicos entra en el predio y vacía lentamente lo que quedó del edificio de Petén y Zapata, que sepultó a una madre, a un padre y a un hijo. De los escombros un empleado recupera una tetera de acero, la lleva al montón correspondiente y vuelve a trabajar.
Silencio solemne, como de santuario, como de cosa sagrada, hasta que los volteos y las retroexcavadoras se ponen a funcionar de nuevo para llevar los restos al basurero del Bordo de Xochiaca, donde serán vertidos en un relleno sanitario y cubiertos con la tierra.
Las máquinas cimbran el suelo. Un sostén blanco que pende de una varilla se mece con el viento tranquilo, como una bandera que pide paz.
Fuente: Agencia Reforma