
Buendía: El poder de las palabras (II)
En una jugada que parecía impune y definitiva, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, impuso aranceles generalizados sobre productos mexicanos bajo el pretexto de una “emergencia nacional”. Usando la Ley de Poderes Económicos para Emergencias Internacionales (IEEPA), su administración impuso tarifas del 25% a una variedad de bienes sin autorización legislativa ni base real de urgencia.
Era, en términos estrictamente jurídicos, una demostración de fuerza.
Pero ahora, con el fallo del Tribunal de Comercio Internacional, esa fuerza ha sido desmantelada por la razón. La resolución judicial es clara: Trump abusó de la norma. No tenía base para declarar una emergencia comercial. No tenía competencia para imponer aranceles sin pasar por el Congreso. Fue, en resumen, un acto de poder sin fundamento, y como tal, ha sido declarado ilegal. No obstante, la historia no está cerrada: el gobierno de Trump ha apelado la decisión, y un tribunal superior ha emitido una suspensión provisional, lo que mantiene los aranceles vigentes mientras se resuelve el litigio. ¿Qué representa esto para México? La presidenta Claudia Sheinbaum reaccionó con cautela y sentido estratégico, señalando que su gobierno analizará el alcance de la decisión judicial. Hizo bien. Porque si algo enseña esta coyuntura es que no toda agresión debe responderse con más agresión, pero sí con inteligencia jurídica y diplomática. Este revés judicial en Estados Unidos no es sólo una victoria técnica. Es una rendija de oportunidad para México de reconfigurar su posición geoeconómica, de reafirmar su soberanía comercial y de recordar que incluso en la mayor superpotencia, el poder presidencial no es absoluto. No sólo debe leerse el fallo como un alivio comercial, sino como un precedente institucional: los tribunales estadounidenses han mostrado que incluso un presidente que gobierna con mano dura puede ser limitado por la legalidad. Esa lección —la del imperio de la ley sobre la voluntad personal— debe ser asimilada también en nuestro país. México, bajo el liderazgo de la presidenta Sheinbaum, no puede repetir el error histórico de responder al unilateralismo con sumisión. Si el fallo confirma la ilegalidad de los aranceles, el mensaje es inequívoco: hay normas, hay instituciones, hay límites. Y ambos países deben respetarlos. Porque vendrá —otra vez— el discurso de odio, el chantaje comercial, el endurecimiento fronterizo. Pero esta vez, México no llega solo. Llega con la justicia a su favor, con dignidad republicana, y, si así lo decide la presidenta, con voz propia y con temple histórico. El verdadero desafío ahora no es técnico, es político: ¿estará México listo para actuar con la misma contundencia jurídica con que actuaron los tribunales estadounidenses? ¿O actuando como un socio subordinado en una relación estructuralmente asimétrica? La historia juzgará. Y esta vez, la historia nos ha dado una oportunidad.
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