Diferencias entre un estúpido y un idiota
CIUDAD DE MÉXICO, 1 de julio de 2019.- A un año de las elecciones presidenciales sigo creyendo lo que entonces aventuré: el triunfo de López Obrador era necesario, inevitable incluso. Pero no para sus propósitos sino para un proceso que aún no nos había tocado vivir.
En términos estrictos, para muchos de nosotros, el camino hacia el primero de julio del 2018 comenzó con aquella ruptura del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas con el partido del poder hegemónico en 1987; pero también con esa especie de quiebre en el hasta entonces monolítico sistema de gobierno. Por supuesto, en el curso de todas estas décadas, incontables partidos, movimientos y liderazgos políticos nacieron y perecieron bajo los engranajes de ‘concertacesiones’, fraudes, arreglos, opresiones, simulaciones, acuerdos, traiciones e inconfesables crímenes. La grieta se hizo más evidente y visible para la ciudadanía, pero jamás estuvo en peligro la estructura, porque faltaba una parte del proceso ciudadano.
Es cierto que el 2 de julio del 2000 la sociedad mexicana logró una verdadera transición democrática. Acontecimiento incuestionable y trascendente. El recambio de poderes construyó un nuevo lenguaje y estilo de relación política, pero no despertó ni siquiera la excusa para un cambio profundo, como prometía la mercadotecnia de campaña foxista.
Dice el rabino Abraham Twerski en su famosa metáfora de la langosta que la incomodidad es imprescindible para crecer y adaptarse; pero, en el fondo, la transición de partidos en el poder jamás propició incomodidad en la estructura: ni en la breve oligarquía ni en el estrecho sistema crematístico.
Por ello, el candidato ‘contra corriente’ no sugirió una transición confortable sino una incómoda transformación, un acontecimiento a la estatura histórica -según él- de la Independencia, la Reforma o la Revolución. Esa es la expectativa contra la que la administración de López Obrador desea medirse: un profundo cambio en el sistema, en las actitudes, en el lenguaje, en la ley, en la estructura social, en las dinámicas relacionales del poder.
Pero, a un año de su triunfo, ¿lo está consiguiendo? ¿Con qué apoyos cuenta? ¿Basta la estructura de gobierno para romper la estuctura de gobierno? ¿Será suficiente la dinámica del sistema existente para transformar la dinámica del sistema imperante?
Resulta evidente que la oportunidad de López Obrador ha tropezado con una serie imperdonable de errores, pero no los que la mayoría de los opinadores asegura.
Explico: las consecuencias de las tres primeras transformaciones fueron: la identidad de la nación, la misión ulterior del Estado y la institucionalización social de dicha misión. La cuarta transformación -si no fuera sólo eslogan- debiera apuntar a todo un escenario diferente y no a la mera ocurrencia de programas y de terquedades en el desarrollo de obras.
Las críticas a la cuarta transformación siguen ocurriendo desde las certezas del Estado y el sistema heredados. Pero por ello se equivocan. Permítase la ironía: la recurrente violación a la ley no debería ser tan grave si finalmente habrá de cambiar el marco constitucional, los mecanismos de regulación económica y administrativa existentes funcionan sólo para el paradigma anterior y por eso está bien si se minimizan o se contrastan con ‘otros datos’, la prohibitiva participación de las religiones en la vida pública y en las funciones del Estado son cosa del pasado y por ello no debería causar conflicto que los principios morales de la nación sean predicados por las distintas iglesias en México; es más: el sistema electoral que impidió el verdadero cambio de régimen en cada oportunidad desde 1988 también podría reajustarse a las nuevas necesidades democráticas de una nación transformada.
Sé que sabrán perdonar la exageración, pero es la única manera que podemos evidenciar los excesos de ambos lados del espectro: Ni la transformación planteada por el presidente tiene altura de los tres acontecimientos históricos con los que se pretende contrastar, ni la sociedad siente un deseo profundo de cambiar radicalmente su sistema ni su estilo de vida.
Esto último es lo que alimenta las marchas de esa población que prefiere volver al corrompido y simulador sistema anterior que aventurarse a un nuevo modelo que no quieren siquiera imaginar, que no han soportado ni un año.
Entonces, ¿con qué nos quedamos de aquel primero de julio del 2018? ¿Qué se celebra y qué sentido tiene para la Cuarta Transformación? Parece que aún es prematuro responder con claridad a estas inquietudes; primero porque la transformación se ha diluido en mera administración y la sociedad parece no pedir verdaderos cambios, sino apenas “ajustes convenientes”. Lo explico con una última reflexión: Dicen que los refranes son capaces de resistir el paso de los años pero que las monedas son tan frívolas que se adaptan a las circunstancias. Pienso que la moneda es la obsesiva transformación prometida por el presidente, terminará por adaptarse; mientras, el refrán que nos sigue gobernando dice así: «A la gente se le conoce por lo que calla».
*Director Siete24
@monroyfelipe