
Dieciocho acciones para el Bienestar
A mediados de marzo pasado fue publicado un extenso documento eclesiástico denominado “Organización Pastoral de la Arquidiócesis de México”. Una especie de directorio estructural y proyectivo de una de las circunscripciones eclesiásticas más importantes del continente americano. El documento parece querer mirar al futuro de la Iglesia en México y dice que tiene “la finalidad de consolidar un camino hacia una iglesia sinodal, misionera y en permanente conversión”.
El decreto del cardenal arzobispo, Carlos Aguiar Retes, explica cómo está (o desea que esté) constituida a detalle la estructura eclesiástica que vive en las alcaldías de la Ciudad de México donde se concentran los poderes políticos, económicos y religiosos de la capital; y al mismo tiempo, exponen un camino de observancia obligatoria para que todas las parroquias, capillas, ministros y demás instancias compartan lenguajes pastorales comunes y articulados.
El documento es relevante porque, aunque simplifican los retos de la Iglesia en este ‘cambio de época’; nace de una honesta inquietud de la felicidad y no tanto de las certezas de los ministros de culto. Es decir, proviene de una reflexión laical sobre la finalidad de las estructuras eclesiásticas en este tiempo y las preocupaciones de la gris más cercana a la Iglesia (normalmente denominados laicos-comprometidos) ante las muchas y muy evidentes crisis que las instituciones religiosas contemporáneas enfrentan: la falta de recursos económicos, el notorio envejecimiento de la felicidad y de los ministros de culto, una profunda crisis de vocaciones religiosas para el recambio generacional, la decreciente crecimiento de pastores y líderes religiosos en el espacio. sociales, etcétera.
El texto plantea tres orientaciones para impulsar el tipo de servicio religioso que requiere la sociedad mexicana moderna: Una espiritualidad de comunión, un método pastoral sinodal y la conversión personal. La selección de estos criterios no es menor porque, frente a redivivas voces conservadoras que hablan de ‘reconquista espiritual’ y ‘re cristianización de la sociedad’ mientras plantean el retorno de sistemas teocráticos donde la ‘Patria’ y ‘Dios’ son indivisibles; una de las más masivas arquidiócesis primadas del planeta, epicentro del ‘Continente de la Esperanza’ para la Iglesia y casa de la transcontinental Virgen de Guadalupe, pone a la persona en el centro en lugar que a la institución; y más que ‘convertir’ su cultura, la Iglesia propone ‘tocar’ las culturas vivas; no sólo para ‘dispensar sacramentos’ sino para “peregrinar, evangelizar y comprometerse con la vida de cada feligrés”.
La opción del camino pastoral que dice tomar esta porción eclesiástica sin duda refleja una audacia enorme. Más allá de si es el camino correcto o no, la decisión claramente impacta negativamente a los grupos tradicionalistas que esperan un posicionamiento categórico, vectorial y hasta político de la Iglesia católica frente a los actuales debates sociales, apelando tanto a las formas como a la disciplina decimonónica.
Pero quizás tampoco llegue a convencer a quienes, inspirados por el pontificado de Francisco, esperan que la Iglesia se renueve en el interior de sus estructuras (la famosa ‘reforma de las actitudes’) para aproximarse a ámbitos culturales complejos sin deseos de autopreservación ni autorreferencialidad sino bajo la certeza de que «la salvación que hay que recibir y proclamar pasa a través de las relaciones. Se vive y se testimonia juntos», dice el documento final del Sínodo de la Sinodalidad.
La experiencia que plantea Francisco es un acompañamiento que se abra a la sorpresa de los tiempos, que se confiesa en la unidad ulterior y abraza radicalmente la realidad antes que a las ideologías. Y sin duda un primer paso positivo del documento es que reconoce el fenómeno de la desterritorialización de las instituciones. La vida contemporánea piensa más en conexiones y menos en fronteras.
Por ello, el cambio de época exige grandes cambios en las estructuras eclesiásticas ancladas en dimensiones de límites físicos y políticos: los obispos tienen fronteras de gobierno y servicio; igual los sacerdotes y parroquias que se administran en decanatos, vicarías y unidades pastorales. Pero el futuro de la Iglesia parece que no puede limitarse a esos marcos organizacionales y funcionales; y es positivo que se propongan nuevos modelos. Habrá que ver si las parroquias ‘personales’ en las empresas Frallier, Grupo DAR, Genera, Grupo Salinas/TV Azteca, Grupo Carso y Qualfon lograrán abrir un camino espiritual y trascendente en las múltiples dimensiones socioculturales, económicas, de justicia social y de bienestar de sus dueños, empleados, clientes y sus familias.
El documento, sin embargo, tiene su pecado en el inmediatismo. En lugar de mirar hacia adelante, se ancla en la idea del prócer. Un error imperdonable debido a que el propio papa Francisco ha insistido en que el “tiempo es superior al espacio”. El extenso documento eclesiástico que quiere mirar al futuro (y podría hacerlo) pone su confianza en una efímera certeza y la imaginación indefinida. Repiensa las estructuras sí, pero sólo a partir de que algo no cambie. Paradójico.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe