Enumera presidente de Paraguay los 3 desafíos de la prensa latina
El 19 de septiembre de 1985, Ericel Gómez Nucamendi me llamó a las 6.30 horas para invitarme a correr. Lo hacíamos con frecuencia cada vez que coincidíamos en la Ciudad de México.
Por aquel entonces él era dirigente nacional del Sindicato del Poder Judicial Federal y yo diputado federal por el III Distrito de Oaxaca, lo que hacía que él viajara constantemente a la capital del país y que yo estuviera en ella la mayor parte del tiempo.
Aquella mañana, que se convertiría en histórica por el sismo de 8.1 grados Ritcher y sus inolvidables consecuencias, Ericel me llamó desde el Hotel Regis, donde siempre nos hospedábamos.
Apenas una semana antes, yo había decidido cambiarme al Hotel Del Prado, que estaba prácticamente enfrente del Regis. Mi decisión obedeció a que por el mismo precio me ofrecieron una habitación con mayor espacio, tal como se lo hice saber a mi amigo Ricardo Hernández Casanova, quien también era huésped asiduo del Regis, para que también se cambiara. Ricardo prefirió seguir quedándose en el hotel de siempre, ubicado en la Avenida Juárez, a unos cuantos metros de la Alameda Central.
Un tanto desvelado, le contesté a Ericel que en esa ocasión no saldría a correr, lo que no tomó en serio, porque diez minutos después escuché que tocaba la puerta de mi habitación para que fuéramos a hacer ejercicio.
Le dimos tres vueltas a la Alameda como solíamos hacerlo, corriendo algunos tramos y caminando otros. La idea, hecha ya rutina, era después ir al vapor, famoso en ese entonces, en el mismo Hotel Regis. Pero Ericel propuso que diéramos una vuelta más.
Estábamos en la cuarta vuelta (salvadora cuarta vuelta) por las calles de Miguel Hidalgo, cuando sentimos una fuerte sacudida que nos mareó y escuchamos un ruido, que parecía salir de debajo de la tierra, muy fuerte y extraño.
Un sonido inédito, sin antecedente, sorpresivo y terrible. Al darnos cuenta de que era un temblor, y sin comprender la magnitud de lo que sucedía, vimos cómo se derrumbaban las casas sobre la calle Hidalgo y alcanzamos a ver cómo se movían de un lado a otro la Torre Latinoamericana y otros edificios.
Una vez que dejó de temblar, mareados todavía, en esos instantes en que la catástrofe que ha ocurrido frente a los ojos escapa aún a la conciencia cabal, corrimos hacia el Hotel Regis para ver qué había pasado allí.
Pasmados, constatamos que el hotel estaba destruido. Al ver que salían por la parte de enfrente algunas personas, todas heridas y golpeadas, pensamos que era posible entrar –a pesar de que no había visibilidad por el derrumbe – con la esperanza de ver si podíamos encontrar a nuestro amigo Ricardo Hernández Casanova.
Caminábamos hacia la puerta, yo un poco más adelante de Ericel, cuando se escuchó un estallido cuyo impacto me tiró a la banqueta. Después supimos que una caldera de los baños de vapor había estallado. Entrar era imposible. Entonces empezamos a correr hacia el Monumento a la Revolución.
El paisaje era de una ciudad en ruinas, edificios totalmente derrumbados, árboles, cables, banquetas fuera de lugar. Y gente, mucha gente que corría, observaba atónita y que, como nosotros, no sabía qué hacer.
Lamentablemente, nuestro amigo Ricardo no apareció, como muchas otras víctimas, sino hasta días después de una intensa búsqueda.
Sin que jamás se conociera la cifra real, el sismo del 85 dejó miles de muertos y de hogares enlutados y mostró a una sociedad que supo reaccionar con solidaridad y valor, primero para las labores de rescate, salvamento y ayuda, y luego para la inmensa tarea de la reconstrucción.
Para el país y para los mexicanos ese 19 de septiembre de hace 38 años es un día que jamás podremos olvidar y que representó un parteaguas en la vida de la Ciudad de México, porque nada ha vuelto a ser igual después de esta tragedia, que no sólo cambió a la capital del país sino a las propias instituciones gubernamentales que por un momento parecían haber sido superadas por la magnitud de la tragedia.
Todos los que estábamos en esa fecha en la Ciudad de México tenemos una historia que contar. La suma de todas esas historias de sobrevivencia, angustia, apoyo, servicio, trabajo en común y buen ánimo frente a lo desconocido, hacen del 19 de septiembre una de las fechas que más une a los mexicanos y que más nos llama a prepararnos para enfrentar los sucesos que no están en ninguna agenda.
De haberme quedado en el hotel Regis y de no haber salido a correr con mi buen amigo Ericel, tal vez hoy no estaría aquí contando esta historia.
*Jesús Martínez Álvarez fue gobernador de Oaxaca.