Mantiene Oaxaca éxito rotundo en el Festival Internacional Cervantino
La lectura es un asunto de óptica,
de luz, una dimensión de la física.
Ricardo Piglia, El último lector
Para Anuar y Gaby Cueto
La opción que tomamos en la infancia, cierto modo en que el niño decide ocupar su espacio, hace al lector; el presente de amenazas nos regresa a la elección del niño que fuimos, vuelve a dejarnos frente a las pasadas opciones del principio como si la existencia corriera dentro de un intrincado laberinto.
El tiempo de lluvia trae el recuerdo de lecturas, atmósferas pasadas. La tarde entra a casa con una pregunta, ¿cómo me hice lector?
Sucede esto: las tardes de lluvia regresan a la ciudad de Oaxaca; la lluvia vespertina invita a vicios mayores (el petricor alienta los sentidos, el imperio de las atmósferas, los vicios mayores), soledad, amores en la cama, la taza del humeante café junto al sofá, el olor del persuasivo cigarro sobre los labios; la mano sobre el libro, las páginas.
La lluvia impide salir a la calle, relacionarnos; en casa me puedo permanecer sobre la cama sin que nadie me juzgue, rascarme la panza, perderme en el televisor. O puedo comunicarme, hablar por teléfono, pero, ¿por qué elijo leer?
Hablo de las condiciones atmosféricas repetidas, la rutina, busco respuestas; leer será un ejercicio de mi libertad, la elección tomada sobre el espacio propio; hay gente que gusta caminar bajo la lluvia, escuchar música de los años pasados, mirar las fotos del álbum; menciono la elección de un espacio propio, seré preciso: la elección de una penumbra, cierta condición de la luz; nos atrae la media luz, el espacio donde las cosas están casi recién paridas, al alba, la tarde, alejado de la mirada que juzga y sentencia.
Lector: soy el desconocido que lleva tu nombre; mi historia la que cargas a cuestas, desde tu infancia.
En Salina Cruz, bajo la luz mercurial, en lo alto de la Colonia Guadalupe, caserío que se levanta sobre la humilde ladera, arriba de la bodega de sal, frente al mar, el antepuerto, los buques de oscura transpiración, salía a leer; eran mis años en la escuela Secundaria Técnica Pesquera Número 20, colonia San Juan, en Playa Abierta, frente a casa de Fredy León Coy Coy (Pola, su mujer, nos vendía refrescos y sándwich en el receso y, a veces, cerveza); por esos tiempos hui de la casa paterna, Tehuantepec, barrio Santa María, Carretera Cristóbal Colón Número 136, junto a la Carretera Internacional Cristóbal Colón, a unos metros de la Y, la gasolinera; quería conocer el mundo, no llegué lejos, pero bajo la ansiosa luz mercurial pude viajar con la lectura.
Lector, esta es tu historia, presta oídos.
Cuento ya con dos circunstancias para dar respuesta a la pregunta por qué me hice lector; uno, el espacio propio que me otorga la lluvia, un sillón, la cama, una calle y, dos, un tipo de iluminación, una luz (la luz mercurial en horas de la madrugada): La luz que se esparce y levanta sombras a mi lado., que me aísla y protege
De niños buscamos un espacio propio desde donde mirar las cosas que ocurren frente a nuestros sorprendidos ojos; rezongones, anhelamos un tiempo y un lugar para nosotros, nuestro, lejos de testigos que registran el crecimiento de nuestro cuerpo. Mi historia es tu historia, habitantes del mismo país; relaciono asuntos descolocados, me pregunto por qué el crimen organizado, las bandas criminales, los delincuentes poseen posen tanta simpatía entre la población.
El preguntarme sobre la lectura me trae respuesta de otras preguntas, otros asuntos: el crimen organizado cuenta con simpatías porque ofrece un sitio de pertenencia, singular, el espacio propio donde no entra el gobierno ni su policía. El sitio donde tus hechos, por cruentos que sean, no son juzgados. Por otra parte, la lluvia trae de vuelta en esta exposición al niño que fuimos: en la vida buscamos un espacio propio, nuestro (la casa, la mujer, la familia); la lectura y el libro lo ofrecen (el crimen, también)
En la juventud nos dicen que leer será un acto de rebeldía, una expresión de libertad; las noticias informan de balaceras, matanzas por un asunto territorial; pleito entre bandas para controlar el sitio de su negocio. En la niñez llegamos a saber de los mundos opuestos, la ficción y la verdad; lectura dirime la tensión entre ficción y verdad.
La difusión de la lectura está el dotar de espacio propio a niñas, niños y adolescentes (que sean ellos y no otros los que posean el espacio propio, lo defiendan), el sitio que permanece fuera de las obligaciones.
Por las tardes, con lluvia o sin ella, con rachas de viento fuerte o calores extenuantes había que lavar los trastes de la comida; el que lee guarda cierta condición del ocio, tan reprochado entre clases populares.
La lluvia llega y se marcha, deja su eléctrica atmósfera; una brisa ligera besa mi rostro, los ansiosos dedos sobre débiles hojas. Permanezco en silencio, a media luz; este tipo de exposición cruzada, imágenes que se interceptan, llega con el aguacero, avanza más allá de todo cuadro sinóptico; convierte al espacio en máquina sinóptica. El nombre al que aludo no me pertenece, lo puso en marcha Ricardo Piglia con su libro de ensayos El último lector; lo retomo con esta tarde de lluvia, la máquina sinóptica.
Los profesores de escuela primaria, en el salón, organizan el espacio de la lectura con sus alumnos; juegan a construir la casa de los libros. Con materiales que tienen a la mano, una tela, un paño, cojines, papeles de encendidos colores levantan el “Rincón de la lectura” (sabiduría concreta, algo de niño habrá en la mujer, el hombre que recurre al juego para educar a los niños). Los niños, para crecer, anhelan estar lejos de la mirada que juzga sus ropas, su cuerpo, su rostro; el niño descubre el mundo a partir de las palabras que escucha y pronuncia, se convierte en un necesitado del lenguaje (para que pertenezcas al espacio tienes que nombrarlo; digo el nombre de mi pueblo, y ese hecho me hace habitante de ese pueblo).
Puedo retomar esa imagen, la del rincón de la lectura; de hecho, esa fue la práctica que hice en la infancia. En la familia, donde el benjamín busca poseer algo propio, no intervenido ni heredado por nadie, el sitio apartado es la única opción;el lector será el héroe del relato, quien construye el espacio propio; el personaje opositor.
Con la lluvia llega el sentimiento de exclusión, el gusto por habitar el tiempo separado del grupo. En la infancia sólo deseamos poseer un espacio propio. El lector será el infante (no hay otra forma de adquirir conocimientos, más que emocionar al cerebro con lo que consideramos nuestro).
La sociedad presenta tantos problemas, el existir conlleva el conflicto; vivimos bajo leyes que, a veces, calificamos injustas.
Somos inconformes con los que nos quieren y con quienes nos odian, con el lugar que habitamos; en tardes de aguacero me acerco a la penumbra, busco respuestas; el sillón me ofrece su espacio cordial, junto a la mesita del café; guardo silencio, con la lluvia se intensifica el deseo de viajar, marcharte lejos; como en la infancia te encuentras ante la imposibilidad de salir de casa, permaneces sentado; rezongón, por un impulso inconsciente, en la penumbra, extiendes la mano y encuentras el libro.