
Desvían vuelos en Oaxaca por la ponchadura de una llanta
OAXACA, Oax. 13 de abril de 2025.- Mientras en el calendario cristiano el Domingo de Ramos conmemora la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, en Juchitán de Zaragoza esta fecha adquiere un sentido particular: es el día en que los zapotecas honran a sus muertos, visitándolos con flores, comida y música en el panteón que lleva el mismo nombre.
Desde las primeras horas de este domingo, mujeres vestidas con coloridos huipiles caminan por las calles cargando ramos de coyol, jazmines, guiexhuba (flor desgranada) y guiechachi (flor de mayo). En sus manos también llevan veladoras y platillos que en vida disfrutaron sus seres queridos. Se dirigen al cementerio «Domingo de Ramos», el más grande de la ciudad, ubicado en la Segunda Sección, donde reposan los restos de cerca de 10 mil personas de seis secciones y más de 50 colonias populares.
Las tumbas han sido construidas con espacio suficiente para estos encuentros. Dentro de ellas se colocan sillas para que los familiares puedan sentarse, rezar, conversar y compartir el momento con quienes han partido. Alrededor, los amigos y vecinos también participan, llevando sus propias ofrendas de flores y encendiendo velas por el descanso eterno de las almas.
A mediodía, los sonidos de las bandas de aliento envuelven el camposanto. La tristeza se transforma en celebración. El cementerio cobra vida. En los pasillos y en la entrada principal, mujeres con grandes enaguas ofrecen dulces, tamales de iguana, regañadas —un buñuelo típico del Istmo—, cervezas y aguas frescas, mientras los visitantes disfrutan el momento en familia.
La tradición no se limita al Domingo de Ramos. Durante cinco días, hasta el Miércoles Santo en el panteón de Cheguigo (Octava Sección), y en algunas comunidades hasta el Jueves Santo, los zapotecas del Istmo de Tehuantepec continúan este rito. Así, la Semana Santa se convierte en un puente entre el mundo de los vivos y el de los muertos, en una expresión profunda del sincretismo que persiste desde la época colonial, cuando los misioneros católicos no lograron suprimir del todo la cosmovisión indígena.
Lo que en otras regiones es un acto litúrgico, en Juchitán se transforma en una fiesta de la memoria, donde el dolor se convierte en canto y el duelo en convivencia. En el corazón del Istmo, los muertos nunca están del todo ausentes.