El T-MEC nunca fue lo quiso ser; el Plan México, menos
Cuando las palabras del poder remiten a las intenciones a manera de darlas por hecho, no solo las degrada, las pervierte porque inmovilizan y crean un mundo paralelo, de fantasía.
Lo peor de todo es que muchos caen en la seducción implícita, mejor domiciliarse allí a manera de rehuir a la penosa realidad.
El populismo aquí y en el mundo abreva simultáneamente de la esperanza y del encono, peligrosa combinación porque conduce a la intransigencia y a la ceguera a partir de las verdades reveladas; la pasión se impone a la razón.
Empero, vivir en la fantasía propia del voluntarismo político ha de enfrentarse más temprano que tarde con la realidad.
En México no ocurrió así porque políticas distributivas como las asignaciones directas monetarias y la recuperación sustantiva del poder adquisitivo del salario mínimo dieron un elevado piso de credibilidad y empatía.
Los años que antecedieron a la toma del poder estabilizaron la economía, una modesta pero consistente tasa de crecimiento y la economía nacional permitirían asumir los costos sin trasladarlos a los contribuyentes o los consumidores.
El mensaje presidencial ha sido el principal vehículo para la perversión del lenguaje político.
Su eficacia se asocia a su intransigencia y a la consistencia con los prejuicios de la sociedad.
En el imaginario social el político es igual a corrupto y de esta manera López Obrador ganaría credibilidad al mostrarse claramente diferenciado de los demás, los modos de grosera confrontación intransigente le dan fortaleza.
Para el auditorio él si dice la verdad y lo habilita para destruir las instituciones, desentenderse de la ley o injuriar a adversarios y titulares de otros poderes.
El territorio de las intenciones no sólo es el santuario del populista, también es patente de corso para atacar decididamente más que a los adversarios, a quienes realizan el escrutinio al poder.
Así, en México, las élites fueron omisas frente a los abusos tempranos del poder presidencial, de la pasividad transitaron a la adhesión, normalizando lo irregular y lo que atentaba contra el edificio democrático de la legalidad.
La impunidad en todas sus expresiones se impuso.
Por esta consideración el ataque a los medios independientes y quienes realizan el escrutinio al poder fueron combatidos con singular determinación.
López Obrador no dejó pasar una sola y en lugar de cumplir con la obligación de informar, abrió paso a la prédica moral con recurrentes expresiones admonitorias contra intelectuales, académicos, líderes de opinión y periodistas.
La presidenta Claudia Sheinbaum ha resuelto dar continuidad en forma y agenda al régimen obradorista. Sin embargo, el entorno la obliga a emprender decisiones diferenciadas respecto a su antecesor.
Notablemente, en materia de seguridad, en dos sentidos, terminar con la pasividad de las fuerzas armadas y hacer de un civil y una dependencia civil la articuladora de la estrategia de seguridad.
Lo segundo está en el ámbito de la economía que obliga a una apertura a la inversión privada, fórmula indispensable para compensar la magra inversión pública producto del déficit fiscal heredado.
El costo de ganar la elección en 2024 alteró las condiciones de estabilidad durante casi treinta años.
Los márgenes ahora del gobierno son más estrechos, como muestra el presupuesto de 2025, con premisas discutibles para cuadrar las cifras como son la tasa de crecimiento y el tipo de cambio, y sin dinero por la elevada participación del gasto legalmente comprometido y el servicio a la deuda por el excesivo déficit fiscal.
A lo anterior hay que incorporar la relación con EU que desde ahora se anticipa muy complicada y que difícilmente podrá lograrse el entendimiento del pasado.
No habrá catástrofe, pero sí cambios y ajustes que alteren las bases del consenso.
La ventaja de vivir en el mundo de las intenciones es que son irrefutables, difícilmente alguien puede cuestionarlas; el problema está en los medios para hacerlas realidad y, particularmente, los resultados.
Quiérase o no México tiene no un mejor servicio de salud respecto a 2018, no tiene mejor educación, tampoco más seguridad o ni ha habido un avance significativo en la lucha contra la impunidad.
La corrupción es persistente y lo que es peor, se elimina la transparencia y el derecho a la información para mantenerla a raya.
Vivir en el mundo paralelo tiene su límite, al que se está llegando.
Cuando la realidad se impone establece cambian las condiciones de la adhesión de los más a lo que existe.