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Periodismo bajo asedio
CIUDAD DE MÉXICO, 16 de julio de 2016.- Tal vez, la clave de nuestra felicidad, mientras caminamos, estriba en hacer el viaje de la vida “ligeros de equipaje”, llevando en la mochila de la existencia sólo aquello que es realmente imprescindible.
Al igual que los ríos viajan por entre bosques o corren por las praderas, de igual modo se muestran nuestras vidas en su imprevisible y continuo devenir. Ir siempre más allá es la clave del viaje de la vida.
A lo largo de la vida, lo que hay que cambiar y embellecer es el alma, porque, aunque crucemos el ancho mar, contemplemos hermosas ciudades, bellos atardeceres, amplios valles y escarpadas montañas, todo será en vano, si no cuidamos y embellecemos nuestra alma mientras caminamos… Viajar, vivir, es descubrir lo que el mundo es, pero, también, lo que somos nosotros, para mejorarnos.
Y nuestra juventud ¿Qué horizontes persigue en la senda de su vida? Nuestros chicos y chicas son la esperanza de nuestra sociedad y por eso nos interesan. ¿Cómo abordan su viaje existencial? ¿Qué expectativas se les presentan? ¿Cómo afrontan su futuro: con miedo o con esperanza, con desencanto o con proyectos ilusionados, con desánimo o con entusiasmo, con perspectivas alentadoras o con apatía y desgana, con búsqueda entusiasta de soluciones o con estéril y triste frustración?
La panoplia de actitudes entre los jóvenes de nuestro tiempo es variadísima. Junto al pasota que ni estudia ni trabaja, nos encontramos con jóvenes preparados e inquietos que buscan su lugar en el mundo; junto al egoísta y hedonista que sólo sabe mirarse el ombligo y no da golpe, nos encontramos con los miles de voluntarios que emplean parte de su tiempo ayudando a los demás; junto al hastiado y negativo, nos encontramos al emprendedor y positivo… Y así podríamos seguir.
Según un Informe que aborda la problemática de la llamada Generación Z, o Divergentes, (jóvenes entre 8 y 20 años), existen una serie de actitudes que los definen. Citaré sólo algunas: “Son los primeros nativos digitales, suelen ser pragmáticos e individualistas, su conciencia es más ética que política (no creen en los partidos), les preocupa la desigualdad y el cambio climático, no practican el culto a la marca, son realistas y comprometidos, perseverantes y resolutivos, su ´look´ es cambiante y experimental y el éxito lo colocan en poder vivir de su vocación profesional…” Me parecen interesantes, pero tendríamos que saber con exactitud qué porcentaje de jóvenes muestra las actitudes apuntadas, y comprobar también qué otro porcentaje de chicos y chicas presentan comportamientos muy diferentes.
Leo en la Memoria de la Fiscalía General del Estado una información que me deja francamente preocupado: Durante el año 2014, hubo en España 4.753 procedimientos a menores por delitos de violencia contra sus progenitores. El porcentaje de estos delitos por agresiones, amenazas, insultos, salivazos, empujones… va, tristemente, en aumento. En dicho documento se comprueba que es ésta una lacra social, un gravísimo problema que hunde sus raíces en una profunda crisis de valores, principalmente educativos, dentro de las relaciones paterno-filiales. Son jóvenes-adolescentes con una total falta de respeto, que reaccionan violentamente al no poder satisfacer compulsivamente sus caprichos de forma inmediata. Es evidente que estos chicos/as tienen una actitud hedonista, irreflexiva, materialista, insensible, ególatra y que, por supuesto, su horizonte vital es muy pobre.
En el largo y abigarrado camino de la vida todos nuestros sentidos y facultades, nuestra inteligencia e imaginación, nuestra mente y nuestro corazón reclaman el contacto con lo que existe y palpita a nuestro alrededor. En el sinuoso e incitante sendero del vivir todos necesitamos el color de las cosas, la hermosura de los paisajes, la grandiosidad de los mares, el calor y el amor de las personas, el respirar de la Tierra… para seguir adelante, superando obstáculos. Todos nosotros, cuando vivimos (y ya hemos mostrado que la vida es el gran viaje que nos lleva a la meta final) necesitamos zambullirnos con todo nuestro ser en la entraña misma de la realidad, en toda su rica y estimulante complejidad.
Si supiéramos ver, si supiéramos mirar, si supiéramos vivir, nuestro viaje vital a lo largo del sendero se iría impregnando de racionalidad y armonía, de plenitud y sentido, y arribaríamos, por fin, a pesar de las dificultades del camino, al gran puerto definitivo de nuestra existencia con las velas de nuestro barco desplegadas, impulsadas por los vientos favorables de la esperanza.