Aunque lo nieguen, sí hay terrorismo
Raúl Ávila | Oaxaqueñología
OAXACA, Oax., 28 de octubre de 2018.-El drama de los migrantes forzados por razones socioeconómicas y políticas a dejar su país de origen se ha convertido en tragedia inhumana.
Ellos no conocerán el NAIM o sus opciones. Se dedican a sobrevivir.
Atrapados entre estados y gobiernos disfuncionales, más nociones y mecanismos de gobernanza y asistencia internacionales insuficientes, nuestros congéneres se enfrentan a la revictimización apenas reconfortada en la mínima misericordia o solidaridad de unos cuantos.
Los migrantes forzados –300 hondureños diarios, la mayoría jóvenes, 20% se queda en EU— son víctimas de sistemas jurídicos y de gobierno presentados como constitucionales, pero que en los hechos no son sino disfraces para el ejercicio de poder y concentración ilegal de riqueza.
Los sin derechos resultan revictimizados en lo personal directamente por la inseguridad y el crimen e indirectamente por el daño a sus familias y comunidades divididas.
Víctimas en tránsito hacia su destino porque no se cuenta con mecanismos institucionales de protección para reducir sus riesgos. Por ello les resulta eficiente migrar juntos.
Excluidos y discriminados allá y acá nos confrontan con los pasajes oscuros de la injusticia social recurrente e insuperable si no es, acaso, mediante indeseables redes de ilicitud que les lanzan delincuentes voraces.
Evocan a los migrantes de antaño que cruzaron continentes y mares luego de persecuciones y expulsiones.
Son los migrantes de hogaño del sur al norte y del norte al sur (Nicaragua a Costa Rica, por ejemplo) en busca de las mínimas condiciones para la vida.
De nuevo: mujeres, ancianos, jóvenes, indígenas, transgéneros y niños en la fila más débil y vulnerable de las masas que buscan alguna opción.
Al llegar a su destino les aguarda otra exclusión y explotación que no porque les compense en dinero y remesas resulta más digna.
El cambio de época nos sorprende sin instituciones y estrategias que en favor de la Humanidad pudieran asegurar el mínimo vital para todos. Pero ello no es justificación.
Es, claramente, una vergüenza.
Los “sapiens” que, según el celebrado profesor Yuval Harari, en el pasado nos atrevimos a transitar de animales a dioses y en el futuro nos mezclaremos con las máquinas, requerimos más bien tecnologías para generar sensibilidad y la conciencia.
Que un solo “sapiens” en el planeta concentre en diez años tanto como no podrán en toda su vida millones de “homos” conduce a preguntar si en verdad nos hemos convertido en dioses montados en la nave del (des) arrollo tecnológico.
Usemos el poder de crítica y la interacción para encarar los grandes riesgos y crisis planetarias: la desigualdad, pobreza y migración, y para acelerar la construcción de respuestas pertinentes para preverlos, gestionarlos y revertirlos.
Ni animales ni dioses y tampoco seudo máquinas.
Ante tal drama humanitario, ni siquiera podemos considerarnos “sapiens”.
Es mejor asumir que somos humanos, simplemente humanos.