Los fantasmas de Toño Malpica llegan a la FILO
Mi abuela materna, Celerina Velasco, tenía una tienda con un portal al frente, en la entrada de Juxtlahuaca, a donde llegaban los mixtecos de la montaña, procedentes de Mixtepec, Tinuma, Xiniyuvi, Cahuayasi o Xinitioco, a vender sus productos y comprar en el mercado de los viernes, lo que necesitaban.
Tenían también que enfrentar el desprecio y abuso de los descendientes de los españoles, que todavía se sentían conquistadores, dueños de las tiendas del centro, quienes los interceptaban y, altaneros, preguntaban:
– ¿Cuánto quieres por la carga?
Los mixtecos respondían, cinco pesos, y escuchaban por respuesta:
-Estás pendejo o eres un bruto, te doy tres pesos.
Y se daban la vuelta, sin siquiera esperar la respuesta, sabiendo que los mixtecos no podían regresar su mercancía, estaban obligados a vender.
Viajaban desde sus comunidades familias enteras, que eran la imagen viva de la escasez y la desolación: su ropa en harapos, la pobreza pegada a la piel, los pies descalzos, la penuria trashumante, el infortunio itinerante, a veces con un burrito cargado de tejamanil o morillos, o frutas de tierra fría, como duraznos, manzanas, así como maíz, gallinas o guajolotes, lo poco que tuvieran para vender.
Enfrente de la tienda de la abuela, había un mesón para burros, lugar de encuentro para estas familias, donde yo, de seis años, me asombraba ante las sofisticadas ceremonias con que se saludaban, preciosos parlamentos en mixteco y finos ademanes, que remitían a pensar que el pasado debió existir una exquisita cultura. Estas deslumbrantes reminiscencias, transformaban en mis ojos de niño, esos espíritus que personificaban la pobreza, para convertirlos en príncipes, en reyes, en señores.
Cuando crecí, me interesó investigar y saber mas sobre la cultura de los antiguos mixtecos.
Encontró pocos libros sobre el tema, pero en todos, hubo siempre frases muy elogiosas para la estirpe mixteca, por ejemplo, Walter Krickerberg, al referir el muro monumental de la ciudad legendaria de Tula, describe que está hecho “…a la manera de los Mixtecos”. Por su parte Paul Westhein señala que, con preminencia sobre la finísima cerámica teotihuacana o la bella cerámica maya, está la brillante, policroma y delgada cerámica mixteca, que él considera la mejor de México.
Sus siete códices originales, realizados antes de la llegada de los españoles, representan la mitad de los únicos 14 códices de todo México, que han logrado preservarse en bibliotecas y museos europeos. Sólo uno de ellos está en México. Los códices mixtecos están considerados, por su sofisticado estilo y magnífica manufactura, como los más bellos de México, pero, además, por contener relatos en los que es posible identificar el nombre de los participantes, la fecha en que ocurren los acontecimientos y el lugar donde suceden, ha sido posible reconstruir parte de la historia de la finísima civilización mixteca, la única en el continente americano que guarda escrita en documentos originales, casi 1000 años de su historia.
Los Mixtecos fabricaron las mas bellas joyas hechas en Mesoamérica, como el bellísimo tesoro encontrado en Monte Albán, -cuya noticia dio vuelta al mundo-, en la que se puede apreciar la extraordinaria calidad técnica alcanzada por los orfebres mixtecos, de las cuales el mayor exponente del renacimiento alemán, Alberto Durero, al verlas, se declaró incapaz de tener el conocimiento para realizarlas.
Con estos y muchos otros datos relevantes en mis manos, decidí desde entonces, aportar mi modesto esfuerzo para dar a conocer al mundo, pero sobre todo a nosotros mismos, que, en una de las regiones más áridas y pobres en México, existió una finísima y luminosa cultura, de la cual casi no queda memoria, pero que debe rescatarse, como motivo de orgullo y dignidad, para templar nuestra voluntad ante los desafíos del presente y porvenir.