Diferencias entre un estúpido y un idiota
Pero el otro gran tema que AMLO explotó profusamente durante su campaña fue el de la corrupción que se terminaría, dijo, en su administración. ¡Cero tolerancia!, gritaba a los cuatro vientos.
No hay lugar a dudas, la inseguridad es el asunto que más preocupa a los mexicanos. López Obrador prometió que acabaría con ella y que regresaría al ejército a los cuarteles, pero ni una cosa ni la otra Militarizó al país dando al ejército cantidad de actividades propias de los civiles y dejó a la población a merced de los delincuentes.
Pero el otro gran tema que AMLO explotó profusamente durante su campaña fue el de la corrupción que se terminaría, dijo, en su administración. ¡Cero tolerancia!, gritaba a los cuatro vientos. Parafraseando un famoso comercial se me ocurre preguntarle al presidente ¿y la corrupción apá?
Una mentira más. La corrupción no solo no se ha terminado y hoy alcanza niveles de alarma, como lo muestra la intervención de familiares en los asuntos del gobierno tanto en importantes cargos como en la asignación de jugosos contratos a través de sus hijos, orgullo del nepotismo de Andrés Manuel.
También los escándalos de SEGALMEX con su estafa de 12 mil millones de pesos y la protección al perpetrador Ovalle quien no solo no está en la cárcel, sino que además ocupa también un cargo en el gobierno federal; la impunidad otorgada a su hermano Pío filmado recibiendo moches o el caso de Delfina Gómez extorsionando a los trabajadores de su municipio y que por sus actos en vez de ser reprendida es promovida a gobernadora.
Y diga en los gobiernos estatales y municipales morenistas en los que el diezmo tan criticado a los gobiernos conservadores pasó del 10 al 30 o 40 por ciento del valor de los contratos de obras o servicios y en los que se pide comisión incluso a los bancos por dejarles el manejo de sus cuentas.
La transformación resultó en los hechos en un simple relevo de funcionarios corruptos por otros más corruptos y sedientos de venganza contra los “explotadores” de antaño que no les habían dado oportunidad de robar.
La corrupción está en nuestra cultura, se atrevió a insinuar Peña Nieto. Yo no lo creo. Me parece que la impunidad, la improvisación, la falta de compromiso y desde luego la política de “austeridad” ordenada desde Palacio Nacional, tienen mucho que ver con el agravamiento de la corrupción.
Hoy los servidores públicos ganan menos y tienen menos prestaciones que en el gobierno anterior. Por su parte, estados y municipios reciben en términos reales menos recursos que sus antecesores, tanto por las enormes deudas públicas como por la decisión obradorista de centralizar al extremo los recursos de todos los mexicanos para poder sostener una equivocada política para el combate a la pobreza y para poder construir los “megaproyectos” que solo López Obrador ve, en el universo paralelo en el que habita, como rentables.
Menos sueldos y menos posibilidad de asignar contratos son dos muy buenas razones para meterle la mano al cajón con más codicia, para nivelar los ingresos que la nueva generación de funcionarios públicos morenistas cree que tiene derecho a recibir.
Acabar con la corrupción será una prioridad para mí. Para ello hay que combatir la impunidad y hacer más severos los castigos a los funcionarios que se roben recursos públicos y para quienes permitan que seudo empresarios se enriquezcan con contratos irregulares con los gobiernos de los tres niveles.
La corrupción no es hereditaria. La permite y la fomenta el gobierno como ha sucedido hasta hoy o la combate y la castiga, como lo haremos a partir de nuestro triunfo en el 2024.
En los cargos de gobierno se necesitan hombres y mujeres con capacidad, con honestidad y si, con lealtad, con inquebrantable lealtad hacia México.
El país necesita de instituciones sólidas, capaces y ajustadas al estado de derecho en su actuar, sin trampas, sin simulaciones. Solo así, con instituciones integradas por personas honradas saldremos adelante de la lacerante enfermedad que significa la corrupción.