Coahuila y la paz
CIUDAD DE MÉXICO, 13 de marzo de 2020.- No es ningún secreto, para nadie, que el presidente López Obrador es un necio y un terco consumado.
Incluso, todos sus cercanos –a lo largo de su extensa trayectoria y en su breve presidencia–, saben de su irracionalidad y, sobre todo, proclividad a las ocurrencias sin freno y sin límite.
Más aún, aquellos que lo conocen de cerca, atestiguan que una vez que a Obrador se le mete a la cabeza una ocurrencia, es casi imposible que algún mortal pueda expulsarla de la “cabeza” de López
Sin embargo, la genialidad de las mañaneras es una estrategia que está metida mucho más adentro de la delgada epidermis del presidente.
En realidad, la idea de aparecer todas las mañanas ante una simulación mediática, se localiza en la médula de los viejos huesos de AMLO; en esa parte en donde ya nada es posible cambiar y menos modificar
Y es que a través de las mañaneras Obrador cree que hablar y hablar, sin ton ni son, lo mantendrá en la cresta de la popularidad.
Está convencido que estar en el imaginario colectivo todo el día, de todos los días, es igual a mantener fresca y boyante la popularidad. Por eso insiste, un día sí y otro también, en mantener ese cotidiano “contacto con la gente”; con los ciudadanos.
Lo cierto, sin embargo, es que el presidente mexicano no se da cuenta o no quiere ver que el éxito de toda campaña de propaganda no está sólo en la cantidad de mensajes, sino en la calidad del mensaje y, sobre todo, en los resultados positivos de tal mensajero.
En efecto, Obrador tiene todo el poder para hablar sin freno; dispone de todo el tiempo, todos los medios y todos los escenarios posibles –públicos y privados–, frente a las audiencias.
Sin embargo, lo que Obrador no sabe es que esas audiencias que encumbran a sus halagadores, también tienen el poder del cansancio y del hartazgo; el poder del rechazo, el poder de la náusea y hasta de decir basta.
Y eso, precisamente, es lo que está ocurriendo con “las mañaneras” de Obrador; que se han convertido en un circo grotesco que poco o nada aportan al ciudadano de a pie; ese que está en espera de resultados y soluciones a los grandes problemas nacionales.
En realidad, las “mañaneras” pasaron de ser la saludable curiosidad para ver y escuchar lo que decía el nuevo presidente, hasta convertirse en un circo de mala muerte, en donde lo mismo vemos y escuchamos las mentiras que se repiten una y mil veces, que atestiguamos los peores montajes para justificar las torpezas presidenciales o, incluso, los cotidianos escupitajos del presidente en el rostro de los periodistas.
Lo más cuestionable, sin embargo, es que las ¨mañaneras” se han convertido en una fea y vulgar parodia del periodismo mexicano y en un grotesco remedo de los peores periodistas de la historia mexicana.
Y es que, ante la necesidad de contar con un escenario a modo, no pocos dizque periodistas –verdaderos bufones de la Corte a sueldo–, se alquilan para el feo oficio del “cuello de ganso”.
¿Y cual es el oficio de “cuello de ganso”?
Son las voces de supuestos periodistas por donde el vocero presidencial o el propio Obrador lanzan interrogantes y preguntas a modo, para que el presidente las convierta en invectivas, justificaciones, acusaciones, calumnias y, sobre todo, la basura informativa que permite el lucimiento del presidente antes los feos “molinos de viento” contra los que todos los días se enfrenta.
“Molinos de viento” como culpar “a los conservadores” de todos sus errores, desaciertos y tropiezos; como señalar a “la derecha” como culpable de todos los males del país; como hacer responsable de la peor debacle de México “al neoliberalismo” y hasta acusar al ex presidente Calderón, de ser el mismísimo demonio.
Sin embargo, y a despecho del presidente, lo cierto es que “las mañaneras” en realidad exhiben a un remedo de presidente y confirman –a los ojos de todos–, que el de AMLO es un gobierno fallido, fracasado y muerto, apenas a 15 meses de iniciado.
Y, la mejor prueba es que en todas las encuestas, la popularidad y aceptación del gobierno de AMLO ya está por debajo del cabalístico 50%.
Es decir, más de la mitad de los ciudadanos lo repudian.
Y es que, les guste o no a sus seguidores, Obrador es un presidente “moralmente derrotado”.
Al tiempo