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México no se arrodilla ante EU, ya está postrado ante el narco
Para Lupita Thomas, este recuerdo del mar
Oaxaca, Oax. 24 de diciembre de 2012 (Quadratín).-
Uno
La gente del barrio le teme al agua salada. Prefieren navegar en la escasa corriente de lo que los antiguos llamaron gran río. Que ya no es río ni es grande; tampoco es navegable
Es sólo un gargajo que se arrastra lento entre las piedras calientes y la arena.
Ahí pasan las horas de la tarde los hombres del barrio, junto a esa flema casi coagulada entre el viento y la arena. Sólo acuden al mar cada primer día del año. Lavan sus cuerpos con el agua salada y piden el bien para los suyos a un Dios que nadie recuerda. El primero de enero se acercan a la espuma blanca entre rezos y miedos. Levantan el agua salada con una jícara de morro. Lavan sus cabellos, sus brazos, sus piernas y rezan. Algunos, intrépidos, se tiran en la arena a descansar de la cena y los tragos de la noche anterior. Hacen que duermen pero tienen ojo avizor a las mujeres que caminan por la playa con diminutos trajes de baño.
El cuerpo descubierto de las mujeres logra que los hombres del barrio se acerquen al mar. Llegan hasta el agua y hacen lo mismo que en tierra firme, beben cerveza. Luego duermen en la hamaca colgada de los horcones que sostienen la enramada. Sueñan con ballenas y sirenas, narvales. Despiertan bañados de un sudor agrio que los hace ir directamente a la nevera a buscar cervezas.
Así pasan el primer día del año junto al mar. En el restaurante, para almorzar, piden huevos revueltos con frijoles. Pescado y mariscos para más tarde, cuando tengan preparado el estómago por largos tragos de cerveza con sal y limón.
Dos
Cada primero de enero, los jóvenes enamorados caminan por la arena dorada tomados de la mano de su amada. Sus cuerpos están en la arena del mar, pero tienen la cabeza puesta en el rancho, en el barrio; en el brocal del pozo, en el zacate que se puso a secar sobre el tejado.
Caminan por la playa abierta con sumo cuidado, como si anduvieran por los surcos y cada paso mal dado pudiera malograr la siembra del maíz; sus pasos de gente de circo los llevan al borde mismo de la laguna.
Ahí el agua salada está mansa y caliente y sirve de criadero de peces, camarones, ostras. Con la pleamar, montada en la reventazón de las olas, el alevín llega al agua salobre de la laguna y encuentra el medio propicio para alimentarse y crecer y cobrar peso y talla para lograr, en otra noche de marea alta, salir a las aguas del océano y perderse en las profundidades del tiempo de las especies marinas; recorrer en aguas libres la larga e interminable cadena trófica.