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¿Lealtad a quién?
+ Así fueron los Pactos de Moncloa (y II)
+ Un consenso social por la democracia
III
México, DF. 16 de diciembre de 2012 (Quadratín).- En el fondo, los Pactos de la Moncloa fueron un pacto social fundacional de un nuevo orden político y un nuevo modelo de desarrollo. El significado político e histórico de los Pactos ha sido mayor a los puntos pactados en su momento. A cambio de medidas de política económica que implicaban altos costos sociales adicionales por el ajuste, los partidos propusieron iniciativas para desmantelar las instituciones del nuevo régimen y crear nuevas instituciones regidas por principios democráticos. Los empresarios, por ejemplo, aceptaron la presencia de células obreras en la estructura de toma de decisiones de las fábricas, en tanto que la izquierda firmó acuerdos que deterioraban el poder adquisitivo de los trabajadores.
Lo importante, en todo caso, era que ambas decisiones extremas sacarían a España de la crisis económica y la iban a reinsertar más productivamente en la Europa modernizada. Aparejado a las reformas de corto plazo, los Pactos incorporaron lo que Powell definió como reformas estructurales: La reforma al presupuesto estatal y de gasto público, a fin de facilitar la universalización del primero y el control del segundo, una reforma fiscal y de la administración tributaria en profundidad que permitiese luchar contra el fraude, una reforma del sistema financiero que lo hiciese más competitivo y permitiese controlar la liquidez y la solvencia de las instituciones bancarias y una reforma del marco de las relaciones laborales, mediante la aprobación de un estatuto de los trabajadores y la flexibilización de las condiciones del trabajo.
En materia de concesiones, los Pactos lograron una reorganización del presupuesto estatal para apoyar demandas históricas de los sindicatos, como la actualización urbanística para impedir la especulación de tierra y permitir programas de construcción de vivienda popular, así como la extensión del programa de gratuidad en la educación.
En lo político y jurídico, los Pactos contribuyeron a desmantelar las instituciones autoritarias del franquismo y a crear instituciones democráticas. Entre ellas había iniciativas delicadas que le daban jerarquía política e institucional a las cortes y sometían a los sectores militares, además de garantizar las libertades de prensa, reunión y pensamiento, así como de partidos políticos sin restricciones. Con dificultades y presiones militares, Suárez había logrado en enero de ese 1977 registrar al PCE como partido legal. También se incluyó en los Pactos algunas libertades que el franquismo había penalizado en materia de relaciones entre parejas sin pasar por la Iglesia.
En su objetivo final, los Pactos de la Moncloa habían demostrado que las fuerzas más disímbolas de España podían ponerse de acuerdo en la redefinición de las políticas de Estado y con ello habían consolidado la democracia como un modelo de nación. En un discurso, Suárez resumiría los alcances del rediseño de España como un país democrático: la nueva Constitución, la reconciliación nacional, la superación de la crisis económica, el establecimiento de un marco inicial y transitorio para las autonomías y la adecuación sustancial sobre derechos y libertades públicas al nuevo sistema democrático.
La virtud de los Pactos de la Moncloa fue su influencia sobre las dos pistas de la reconstrucción de España: la atención a la crisis de corto plazo y la consolidación de nuevas reglas de convivencia entre sectores, clases y partidos. Suárez explicó: nuestro compromiso no se reduce, aunque sea esencial, a la consolidación de la democracia sino al establecimiento de una sociedad más justa en la distribución de las riquezas y en el reparto de las cargas y con una mayor capacidad creadora. Así, los Pactos permitieron, sobre todo, llegar sin dificultades económicas insuperables a la Constitución de 1978, iniciar unas reformas que el país había reclamado durante años y demostrar la eficacia de la política de consenso para encauzar las grandes cuestiones de Estado.
IV
La transición española estuvo marcada por presiones desestabilizadoras de grupos radicales y militares franquistas. A la muerte de Franco se quedó en la presidencia del gobierno el albacea ideológico del franquismo, Carlos Arias Navarro. Como heredero de la corona, Juan Carlos I había deslizado sus intenciones de conducir a España a la democracia después de Franco. En cambio, el franquismo apostaba a la consolidación del régimen fascista a través del concepto de Nuevo Estado. Antes de morir, Franco había dicho que dejaba las cosas atadas, bien atadas.
Un error político de Arias le abre al monarca español las posibilidades de la democratización, contó el periodista José Oneto en su libro Anatomía de un cambio de régimen. Juan Carlos se reunió con militares para pedirle su apoyo ante su padre, don Juan de Borbón, ante la inminencia de su coronación como rey. Arias se sintió marginado y presentó su renuncia irrevocable cuando Franco agonizaba en el hospital. Juan Carlos logró convencer a Arias de retirar dimisión. Arias se recuperó de su desliz y quedó como un presidente poderoso frente a un príncipe debilitado.
Consolidado como presidente de España, Arias sufrió la imposición de un gabinete de transición. El rey Juan Carlos I decidió hacerse cargo de los primeros movimientos políticos, se reunió con la oposición y marginó a Arias. Sin embargo, la dualidad monarquía-gobierno empantanó la reforma política. El rey, en consecuencia, decidió cesar a Arias apostándole a la transición y no al continuismo. Juan Carlos le comentó a un ministro: esto no puede seguir, so pena de perderlo todo. El oficio de rey es, a veces, incómodo. Yo tenía que tomar una decisión difícil y la he tomado. Juan Carlos llamó a Arias al palacio y le dijo que la reforma estaba naufragando. Arias presenta su dimisión. El rey eludió la presión de los franquistas del Nuevo Estado y puso en la presidencia a Adolfo Suárez.
La transición, solía decir el abogado y político mexicano José Francisco Ruiz Massieu, la hacen los dinosaurios. Suárez era ministro del movimiento, la estructura falangista del régimen franquista. Es decir, un operador franquista puesto ahí por el rey aunque sin militancia ideológica. Con apenas 43 años, Suárez destrabó la transición: sacó la amnistía, se reunió con la oposición, prometió elecciones libres en menos de un año, anunció una nueva Constitución, empujó celebraciones nacionalistas prohibidas en el franquismo, consolidó la ley de la reforma política, creó un sistema parlamentario con dos cámaras elegidas con voto libre y secreto y legalizó a la izquierda.
En este contexto se localizó la firma de los Pactos de la Moncloa como el instrumento de consolidación del nuevo régimen, como el factor de desmantelamiento de las viejas estructuras de poder y como el punto de partida de la modernización democrática de España. Los Pactos salvaron a España del naufragio y se convirtieron en paradigmáticos de una transición pactada con todas las fuerzas políticas y sociales. A pesar de que en política no existen los hubiera, de todos modos el escenario alternativo a los Pactos era el de la agudización de la crisis económica, el deterioro mismo de la propuesta de democratización, el fortalecimiento de los sectores duros del franquismo y la depauperación de España. Los Pactos, en cambio, relanzaron a España a la democracia.
En la introducción al libro de Oneto, Felipe González escribió que la transición española a la democracia partió de dos principios en los que todas las fuerzas democráticas estaban de acuerdo: el principio de que la democracia es indivisible y que por tanto no podían aceptarse adjetivaciones o límites a la misma y el principio de que la paz entre los españoles debía preservarse a toda costa. Los Pactos de la Moncloa fueron la prueba de que la democracia se construye con la participación de todos.
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