
Por los senderos del Apóstol de Combray
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Cruzar el
El lecho seco de un río.
Santooka
Para Guillermo Fadanelli
Oaxaca, Oax. 05 de noviembre de 2012 (Quadratín).-Misael espera el paso de la gente parado en una esquina antes que el sol reviente en la calle. Guarda el color de su cuerpo con un gabán que le queda grande. En sus tiempos de padre de familia fue un duro trabajador, un abnegado y eficiente abonero que mantuvo a raya a los clientes morosos. Hoy es un bebedor consuetudinario de mezcal. Duerme en la banqueta de la Farmacia, la que está antes de llegar a la Secundaria. Cuando otros ebrios son atormentados por la madrugada, llegan a despertarlo para ir con la señora Tina. Misael tiene la confianza de todas las ancianas que venden mezcal en la trastienda. Misael se levanta en estrellas y luceros; lo primero que hace es barrer su banqueta, levantar y doblar sus cobijas. Tiene mujer, pero no hace vida con ella. Tiene hijos grandes que se avergüenzan de su padre. Misael es el ángel que espera en la calle de mi barrio la primera luz de la mañana; en una esquina, con las manos en el pecho, como si fuera a orar. Misael es el que ora diariamente en la madrugada por la gente del barrio. Pasan los estudiantes de la Secundaria, noche cerrada aún, y lo saludan. Él se mantiene en su oración. Pasan los profesores y le dan los buenos días, y algunas monedas. Él sigue con las manos pegadas al pecho. Pasan las madres por la leche que ofrece el gobierno en la esquina y lo saludan. Misael sólo se balancea con sus manos pegadas al pecho. Pasan los perros y le mueven la cola. Misael dice una oración que nadie entiende, ni los hombres ni los animales. Llegan a saludarlo los aprendices de escritor y entonces conversa un poco este hombre del gabán grande.
___ La vida es una y me gusta dijo un día.
Mientras todos caminan a sus deberes Misael espera la caída de la primera luz del sol sobre la tierra para realizar lo suyo: beber mezcal. Con los saludos que recibió en la madrugada y algunas monedas en la bolsa, al terminar su oración, se marcha al tendajo de la señora Tina. Toca el zaguán de metal suavemente y la vieja abre la puerta, confiada. Misael y Tina tienen una combinación secreta. Luego que entra el hombre del gabán enorme, Tina vuelve a cerrar para que no entre algún borracho. Sirve a Misael la primera copa de mezcal. El oficio de ella es muy sencillo: llenar las copas de mezcal, ella bien lo sabe. Ella no juzga a nadie, sólo se limita a realizar el trabajo desde la primera luz del día. Ni menos de tres ni más de cinco copas. Después de Misael llegarán otros bebedores de mezcal pero ya para entonces el sol estará en lo alto, los vendedores de tamales y atole inundarán con su pregón las calles. Aquí adentro, junto al pozo de agua, hay silencio. Misael, el ángel, está con nosotros, dice algunas palabras y luego calla.
___ Ni más de cinco.
Así la mañana hasta que retorna a su banqueta o a las piedras verdes amontonadas en la esquina de la calle. Allí duerme a pierna suelta. La policía ya no se arriesga a levantarlo para quitarle las pocas monedas: Déjenlo, dice el cabo, ese se nos muere en el camino. Por eso no lo levantan para robarle.