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TCL-aranceles con narco: CSP la toma o la derrama
Oaxaca, Oax. 15 de octubre de 2012 (Quadratín).-Por recomendación médica, guardo reposo. En esta condición, a un paso de la invalidez, resulta propicio el momento para regresar retomar las lecturas pendientes, aquellas dejadas en la cotidianidad de la vida, de las horas y los días perdidos en esa existencia que se nos escapó como arena del desierto.
Y aparece en el librero que se encuentra junto a la cama este tomo de memorias de Alfredo Brice Echenique, Permiso para sentir, de autobiografía donde nos cuenta sus años duros de estudios y primeros intentos por hacerse el gran escritor que es este peruano loco y alcohólico.
Nieto de banquero, de las familias notables de esa lima la horrible, realizó sus estudios primarios y secundarios donde aprendió perfectamente idiomas: francés, inglés, alemán e italiano. Nomás, pues.
Este hombre que renunció a su clase social y se dio a una vida de parranda y escritura, que tenía arriba de él, apenas frente a él, a una figura enorme de las letras del continente como Mario Vargas Llosa, asumió a plenitud el reto de ser casi desheredado y de vivir de los escasos recursos de lo que le producía el enseñar idiomas en un París donde ven a los latinoamericanos como algo menos que sirvientes.
Pero sobrevivió a base de convicción, alcohol y discos de música mexicana. Así lo dice en sus memorias que ahora vuelvo a retomar.
Por cierto, como se extraña un trago en estas condiciones de postración, pero me rodean gendarmes insobornables. Mi mujer y mi hija. Habrá que recordarte, caro lector, que estamos en época calderoneana; ni modos manito chulo, como dicen en mi pueblo. Ni modos pues.
Bien. Decía de Bryce. Nos cuenta de sus recorridos con su mujer, una de sus mujeres, que las ha tenido por montón el hombre, por España. Los San Fermines, la feria de San Isidro, ese verano español tinto en sangre de toro.
Y uno recorre lugares y pueblos, termina con la ropa empapada en sudores y polvo después de ir y volver a esas comunidades minúsculas y semidesérticas. Esa es la característica de la prosa de Alfredo, te saca de tu espacio, de tu vida y te hace viajar.
Afuera, en la calle, el sol maldice a la humanidad. Uno bendice a esta prescripción médica de reposo.
En el reproductor de discos suena La Lupe, con una producción de Fania, Con el Diablo en el cuerpo. Nada mejor para dormitar, entrecerrar los ojos e imaginar que uno está a miles de kilómetros de distancia bebiendo un tinto seco en bota, en la grada de un tendido, tabaco puro en mano: contemplando la suerte mayor de un chaval que calibra a la bestia, la ajusta, la cita con la espada, y se tira a matar.
Foto: Ambientación