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¿Lealtad a quién?
Oaxaca, Oax. 10 de octubre de 2012 (Quadratín).-Las pequeñas embarcaciones recorren la bahía. Pasan una y otra vez, incansables. Una y otra vez marcan el cuerpo del mar, viejo tigre que esplende, espejo roto, y regresa el sol a tierra: a los montes cercanos, a las nubes y a los hombres.
El sol que viene del mar hace la luz en la tierra, los montes cercanos a la playa; que son la confirmación de las mareas.
En el sol del otoño el poema se hace próximo. Se acerca, se monta sobre el agua. El poema ajeno, desde luego.
Mencionaré que aquí junto está una cabaña. Mencionaré que aquí están las bondades del alimento marino y algún licor ejerce su imperio.
La mano recorre las sílabas del verso, la vista salta páginas y las letras nombran, son puente del hombre hacia el hombre.
Afuera está la gente que salta en la playa. Afuera puede estar una tarde en que los marinos brincan a las barcas y salen a cazar el mar.
El viejo tigre se deja hacer, lo permite. El viejo mar se presta complaciente. Nadie descubre que en el cielo faltan los pájaros marinos. Esa es la característica de esta playa: en el cielo no existen pájaros. En el cielo no hay aves. La tarde que nos ofrecen se entrega sin el canto de las aves.
El poema se hace grande, al no existir el canto de las aves. El hombre, el mortal, percibe la ausencia del canto y se hace eterno.
Así pasan las horas en esta playa hasta que una mujer llega y planta su huella sobre la playa.
Así hasta que una mujer desembarca. El mismo poema se hace pequeño, diminuto, temporal, como las barcas a lo lejos. El hombre empequeñece, como el poema.
Cae la noche. En la playa el relámpago anuncia el mar. La mujer pasa y no se hace responsable de lo que desata.