La Constitución de 1854 y la crisis de México
Oaxaca, Oax. 15 de agosto 2012 (Quadratín).- Todas las mañanas las olas del mar arrojan a la playa diminutas piedras blancas que permanecen en la arena hasta antes del mediodía, cuando sube la marea y las regresa a las profundidades de las aguas. Imagina desde dónde trae el mar esas pequeñas piedras blancas, desde hace cuánto tiempo las arrastra por los mares del mundo.
Un día pregunté a un pescador viejo por estas piedras blancas. El hombre me respondió: no son piedras, son las lágrimas de una sirena gorda. Mire usted, dijo, en un tiempo antes del tiempo los cardúmenes de sirenas viajaban libres por el mundo, sin que nada ni nadie desviara su nado. Su cola, esa gran aleta caudal, era capaz de llevarlas por los siete mares, que antes de este tiempo era uno. Llegaron a nuestras playas. Por las noches escucharon su canto los animales, ningún hombre. Todavía no pisaban la tierra los hombres.
El mundo era mundo porque los animales y las plantas existían. Por el ojo de las bestias acontecía la vida. En este tiempo en que ya no habitan más los mares las sirenas puedo afirmar que el canto lo recibimos de ellas. Bueno, en realidad el gusto por el canto lo recibieron algunos animales que habitaban la playa, ya le dije que en ese tiempo el hombre no existía. Las primeras que recibieron la música de las sirenas fueron las golondrinas y las aves del mar.
Después los pájaros de tierra adentro. Cuando el hombre llegó, escuchó que el canto de las aves era bueno; y los imitó en algunos días especiales de su existencia. Por eso puedo decir que existieron las sirenas, porque existe el canto entre los hombres. Las sirenas, ya se sabe, tienen de la cintura para abajo la forma del pez; hacia arriba, el pecho y los cabellos es mujer. Pero lo que no muestran las ilustraciones del pasado es que contaban con una tercera característica, también de pez: carecían de párpados. Lo que significaba para ellas no dormir ni un minuto de sus largas vidas. Para ocupar su tiempo en algo, imitaban con su voz de mujer las voces que pueblan los mares; la voz del viento, que es fuerte y grave, la voz de las olas, que es un grito desesperado que no calla nunca, la voz de las corrientes marinas, que es un arrullo, la voz de los grandes cetáceos. Incluso esta capacidad de imitar voces les servía como arma de defensa cuando llegaban a sus nidos los grandes depredadores del océano.
Pero abrumado por tantas cosas que había dicho aquel hombre, le insistí: ¿qué cree usted que sean las piedras blancas que amanecen en la playa de la mar? Lágrimas de sirena gorda, dijo sin titubear. Y se explicó: antes de llegar el alba pasan por estas costas corrientes marinas que vienen de muy lejos, de otras tierras, y que fueron puestas a recorrer el mundo antes del tiempo de los tiempos. Estas corrientes son cálidas, condición del agua que no es muy del agrado de las sirenas. Con temperatura alta la gran aleta caudal se debilita y tienen problemas con su nado. Por lo contrario, las temperaturas bajas endurecen la aleta y logra desplazarlas grandes distancias. Por eso las sirenas abandonaban esta agua antes del arribo de la corriente tibia. Pero en el cardumen que llegó a vivir en este mar había una sirena gorda, realmente gorda y distraída. La corriente cálida le daba alcance a media agua y ella tenía que salir sola a la superficie. El cardumen entero bajaba a las profundidades y ella lloraba sola entre las piedras de los farallones. Usted lo sabe bien o se lo podrán contar sus hijos, el mar está hecho de sal. Los peces son salados, respiran el agua marina. Las sirenas son saladas como buenos seres del agua de mar. Cuando el viento corría por las piedras secaba los ojos sin párpado de la sirena. Y de esos ojos bajaban piedras blancas, gruesas gotas de sal.
Lo demás usted ya lo sabe, llegó el hombre y se fueron las sirenas. Hoy podrá usted ver las piedras blancas antes del mediodía cuando aún permanece en nuestras aguas la corriente marina cálida, que desde aquellos tiempos arroja a la playa las lágrimas de la sirena gorda.