La Constitución de 1854 y la crisis de México
+ AMLO como Fox: ¿y yo por qué?
+ No política sino fundamentalismo
México, D.F. 2 de agosto 2012 (Quadratín).- Si el lenguaje condenatorio de López Obrador ha soltado a los demonios de la violencia política aunque él siga el camino de Vicente Fox diciendo ¿y yo por qué?, el fondo de la agresión contra Soriana y Televisa es más complejo y se localiza ya en los linderos del fundamentalismo como comportamiento político.
Con sus discursos incendiarios, el candidato presidencial perredista derrotado ha estimulado los resortes de fanatismo entre sus seguidores: ya no hay forma de entablar debates o razonamientos, aún los más conservadores o formalistas, porque todo es un acto de fe y todo se localiza en el modelo binario del maniqueísmo.
Si la democracia es un mecanismo procedimental para garantizar legalmente el acceso al poder por el voto y también una forma de gobierno basada en el ejercicio del poder con objetivos de estabilidad social, López Obrador ha convertido la democracia en un hecho religioso, es decir, en una creencia basada en designios divinos. Por eso ha preferido la condena pública que azuza las pasiones que el razonamiento jurídico que debe pasar por los tamices de las leyes que los humanos se han dado a sí mismos para regular la convivencia.
El discurso anti fraude de López Obrador se basa en la tensión dinámica del bueno y el malo, en el contexto de la sociedad suma cero: lo que gana uno lo pierde otro y viceversa, aunque al final todos pierden. La democracia es el juego de suma positiva en la que todos ganan, unos más que otros. La suma cero es el discurso de los anatemas, de la religión furiosa. López Obrador fijó en el conciente colectivo a Soriana como una de las empresas, según él, responsables de su derrota, por lo que era lógico que aparecieran agresiones contra esa tienda.
Y en el DF, ante la pasividad del gobierno perredista del DF –todavía a cargo del secretario de Gobernación del gabinete de López Obrador, Marcelo Ebrard–, seguidores fanatizados del tabasqueño se metieron a algunas tiendas a realizar acciones de sabotaje y de agresión, de la misma manera que el ala lopezobradorista del YoSoy132 efectuó un ataque de agresión física contra Televisa y contra varios de sus empleados.
Hace tiempo que López Obrador dejó de ser un político y se convirtió en un líder de pasiones humanas, en un Profeta. Las pistas del papel terrenal del tabasqueño se localizan en su texto Fundamentos para una república amorosa, publicado en La Jornada el 6 de diciembre del 2011. Más que lo amoroso, la palabra clave de ese documento está en el concepto de fundamentos.
El pensamiento político de López Obrador es fundamentalista, es decir, plantea sus propuestas como la base, el origen o el fundamento de una nueva etapa. Los resortes del fundamentalismo, como señalan los italianos Enzo Pace y Renzo Guolo en Los fundamentalismos, están basados en el fanatismo religioso. El líder fundamentalista se esforzará por crear acciones de protesta y formas de lucha política que siempre dejen entrever las referencias simbólicas religiosas.
Asimismo, explota el llamado síndrome del enemigo, sea éste el adversario partidista, el gobernante o el sistema político que combate: el pluralismo democrático que somete a elección abierta a los dirigentes, el Estado dominante. Los movimientos fundamentalistas a menudo interpretan un deseo social emergente y lo explotan y proyectan para la cohesión y la movilización. Asimismo, no razonan reglas de convivencia sino que quieren imponer sus propias razones como las fundamentales.
De igual manera, los movimientos fundamentalistas son antidemocráticos porque no pasan por la prueba de los votos de la mayoría, creen como acto de fe que siempre ganan y reaccionan con violencia cuando reciben pruebas de su condición minoritaria. Y cuando ello ocurre, su pasión los lleva a desconocer las reglas del juego de la legalidad democrática que se comprometieron a respetar, pero, eso sí, con el argumento de que les robaron las elecciones. El motor de sus argumentos siempre es el de la degeneración de la sociedad, por lo que López Obrador habla de regeneración y relaciones determinadas por la honestidad, la justicia y el amor y no la lucha de clases. Y cuando hay violencia afirma que los líderes no son responsables sino que la sociedad está harta.
Mientras la política se rige por las preferencias, los movimientos fundamentalistas religiosos o políticos pero basados en el maniqueísmo se mueven por pasiones de la fe. Por eso dice López Obrador en su texto Fundamentos
: cuando hablamos de una república amorosa, con dimensión social y grandeza espiritual, estamos proponiendo regenerar la vida pública mediante una nueva forma de hacer política, aplicando en prudente armonía tres ideas rectoras: la honestidad, la justicia y el amor.
Al fundamentar sus fundamentos, el tabasqueño acude a la lectura superficial de los federalistas estadunidenses, pero sin entender que ahí se trató de una parte de la doctrina religiosa de los protestantes capitalistas y que el problema no era la meta de fomentar la felicidad sino que formaba parte de la doctrina del destino manifiesto que explotó en un expansionismo capitalista destruyendo a los indios y apropiándose, entre otras, de la mitad del territorio mexicano; amorosos y todo, fueron imperialistas. También López Obrador citó el postulado de la felicidad en la Constitución de Apatzingán de 1814, pero es la misma que impuso como obligatoria la religión católica para el Estado.
Finalmente, el fundamentalismo de López Obrador es anticientífico y justificador de la explotación porque dice que la inmoralidad es la causa principal de la desigualdad, cuando la desigualdad es producto de la lucha de clases por la apropiación de la riqueza. Ahí justifica el líder de la autodenominada izquierda que los burgueses son inmorales y pecadores y no explotadores.
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