
Los aranceles que vienen
Oaxaca, Oax. 09 de julio 2012 (Quadratín).- Por las calles de Alcalá aparecieron las primeras letras rojas, la primera seña del trabajo de un hombre que no duerme por las noches. Aunque ya habían pasado muchos años de la desgracia, la ciudad aún mostraba las heridas del terremoto del año 31. En las calles se apagaba el eco de los pasos luego de la hora de la merienda. La gente se recogía temprano. Pocos eran los hombres que se atrevían a caminar de noche. La ciudad entera descansaba confiada en sus guardianes imponentes, el cerro de San Felipe, el cerro del Fortín y las soledades de las riberas del río Atoyac.
Corrían en Oaxaca los días de las cinco comidas diarias con abuelas piadosas y tías beatas, padres serenos y madres santificadas en el seno familiar, aunque de vez en vez la gente se desayunaba con la noticia publicada en los diarios de crímenes inenarrables, de amores torcidos. Pasaron muchos años para que la gente se acostumbrara a la trepidación de la tierra, luego de aquel año 31. Algunas familias no aguantaron el sueño agitado de estos valles y marcharon a la Capital de la República. Pero los que nos quedamos no sólo aguardamos la correspondencia de los amigos lejanos que partieron con sus miedos, también nos afanamos para lograr el bienestar de nuestros hijos.
Con la gente que llegó para ayudar en la reconstrucción de la ciudad llegaron otras formas de vida. No fueron pocos los hombres que se quedaron entre nosotros luego de venir a estas tierras a prestar ayuda. El comercio y la industria repuntó. Y algunas hijas de familia ya se interesaban por cursar esos estudios modernos de la taquimecanografía, con lo cual se abrirían un brillante porvenir. Para los hijos varones algo más que la administración de alguna hacienda en los municipios vecinos les esperaba en su futuro; ya podían cursar estudios en el Instituto de Ciencias y Artes, alguna plaza en el gobierno de la reconstrucción les aguardaba porque lo que se necesitaba no eran los apellidos ilustres de la gente que se negó a seguir haciendo su vida en la Verde Antequera sino brazos de hombres y mujeres dispuestos a trabajar por el progreso. Ya lo dice el refrán, Dios aprieta pero no ahoga. Los mejores días de Oaxaca estaban por venir.
En el año 36 las lluvias se adelantaron, cayeron en la última semana de marzo. En medio de un domingo ensopado amaneció la primera pinta en las calles de Alcalá: María, cuando tú me miras mi tripulación existe. En la mañana, muy temprano, sólo unos pocos pudieron leer esa oración de amor: letras rojas sobre un muro de cantera verde, escritas con brocha de tres pulgadas. Después arreció la lluvia y desaparecieron las letras, pero ya todos estaban enterados.
Por la tarde, en el atrio de la catedral, circulaban los rumores sobre la autoría de ese mensaje jamás impreso entre nosotros. Los miembros de las familias más antiguas dijeron que el autor bien podría ser uno de los españoles que recién llegaron a la ciudad, al final de cuentas algo sabían de tripulaciones esos hombres que arriesgaron su vida en el mar luego de salir de su país. Los más, sostenían que el autor era un indio; de esos que reciben educación de maestros rurales que tanto defendía el gobierno federal.
La semana entera pasó con una pregunta que ardía en nuestras bocas: ¿quién sería la tal María?
El siguiente domingo resultó horrible. Las lluvias tempranas de los días anteriores habían dejado en el valle una humedad que con el sol de la primavera hacían insoportable el calor. El valle, con los cerros que lo rodean, era una cacerola hirviendo. La gente tuvo mala noche y despertó temprano. La pinta estaba hecha: María, paloma brava tu nombre.
La misa de domingo tuvo más asistencia que nunca, en algún lugar se tenía que juntar la gente a comentar lo sucedido. Las mujeres con nombre María bajaban la cabeza, hacían todo lo posible por mostrarse en el confesionario para que todos supieran que no andaban en pecado, pobres.
La pinta trajo problemas en algunos hogares, los hombres empezaron a recelar de sus esposas, de sus hijas. Con los tiempos de ahora, con el cambio de costumbres, cualquier cosa podía pasar, decían, y atrancaban doble sus puertas.
En los días de esa semana las mujeres no se apartaron un momento de sus maridos y las muchachas del servicio se encargaron de llevar los rumores por patios, habitaciones y el confesionario. Que si ya la autoridad municipal había atrapado al enamorado pintor, que si ya un marido enloquecido había dado muerte a su esposa, que si el autor no era un hombre joven sino un viejo enamorado de una niña, que si el autor no era un hombre sino una mujer.
Llegó el domingo con sus letras rojas: María, bajo tu clara sombra vivo.
La sociedad no podía sostener esta situación. Un grupo de notables pidió audiencia con el Gobernador de la entidad para exponer el caso. No sirvió de mucho, el mismo mandatario estaba aterrado, su joven esposa y su hija se llamaban María. Nada se puede hacer, les dijo el viejo entristecido.
Foto: Ambientación