
México y Canadá, realidades distintas
Oaxaca, Oax. 6 de junio 2012 (Quadratín).- Como un cuento de Julio Cortázar, La casa tomada. En medio de un patio enorme, encementado, donde cada verano reverdecía la jacarandá y el mango brotaban tulipanes color de rosa y en los arriates crecía el pasto un día dispusieron mesas redondas cubiertas por manteles color tabaco y sillas de metal con cojines bordados y un letrero con letras grandes en el zaguán: Restaurante.
No tuvieron que pasar muchos días y diciembre llegó con sus tardes y noches frías. Junto a las mesas de metal aparecieron quemadores a gas que brindaban calor a los comensales. Desde la calle Eucaliptos se podía observar, por las tardes, algunas parejas de enamorados que se acercaban a las mesas a leerse poemas y entregarse miradas y suspiros desesperados. Por las mañanas llegaba un hombre viejo a garabatear su escritura con una pluma rota sobre una libreta negra, pequeña. A todas horas sonaba alguna música y en las bocinas del televisor decían entrevistas de cantantes de moda.
Un día los vecinos de la calle Eucaliptos vieron descender de una camioneta a obreros de la construcción y meter al restaurante vidrios y persianas, taladros y aluminios; tablaroca y pinturas, brochas de distintos tamaños. Los comensales que tomaban a esa hora de la mañana su desayuno los miraron con asombro. De la nada, entre el comal de las tortillas y el zaguán, junto al árbol de mango, surgió un local: Decó. Contaba con mostrador y el nombre estaba escrito en letras grandes de distintos colores sobre los cristales lustrosos que hacían las veces de muros. Dejaba ver en su interior una silla de metal y un banco de madera; mostrador y estantería de tablaroca. La construcción se reflejó en un charco de agua estancado en el patio, donde revoloteaban moscas y zancudos.
Cuando los obreros terminaron el trabajo y se marcharon una mesa sin manteles, de patas desnudas, testimonió el hecho. Como en un cuento de Julio Cortázar.