Mediocridad ratificada
Oaxaca, Oax. 21 de abril de 2010 (Quadratín).- Los partidos políticos son instituciones cuyo propósito fundamental, prioritario, único, es el ejercicio del poder político, es decir del gobierno. Se crean según las circunstancias políticas, sociales o económicas que se presentan en un Estado, en una coyuntura determinada.
Como instituciones políticas están determinadas por su plataforma, propuestas de gobierno y militantes. En su intención por acceder al poder construyen un discurso, diseñan sus propuestas y exigen requisitos mínimos para acercar ciudadanos que a la postre se conviertan en sus militantes, dirigentes y por ende, en sus representantes populares, en sus legisladores.
En los procesos de construcción partidaria, cada instituto político define sus mecanismos de elección, los métodos mediante los cuales procesan sus candidaturas y los mecanismos de participación política en aras de la consecución del poder político.
Cuando los procesamientos internos de las instituciones partidarias son frágiles, cuando los mecanismos de selección de sus militantes y dirigentes son endebles o prácticamente inexistentes, cuando hay carencia de argumentos para construir discursos que convenzan de la importancia de avanzar en los métodos democráticos de selección de sus candidatos o cuando, más grave aún, sus dirigentes llegan a ser cooptados, vulnerando la estructura interna partidaria, pero además, mostrando que sus prácticas internas dejan de lado la posibilidad de acceder al poder, es cuando se presentan actos de violencia generalizada que busca tener un doble efecto: uno, quedar bien con quienes los patrocinan, y dos, impactar en la imagen política de su instituto y del o de los candidatos que representan, con el fin de que el adversario político cuente con elementos mediáticos para exponerlos ante la opinión pública como un partido carente de propuestas, de programas y de aspiraciones de ser y hacer gobierno.
La violencia política partidaria no ayuda a construir alternativas de gobierno, desmerece a las instituciones y degrada a la política y a quienes en última instancia la construyen, a los políticos.
La política, los políticos y las instituciones partidarias son observados y catalogados por los ciudadanos, como un circo frente al deprimente espectáculo de la violencia.
Lo más grave y preocupante de todo, es que se pierde lo más por lo menos, pero a algunos el espectáculo de la violencia les significa lo menos frente a lo más, es decir, conservar lo que se tiene, guarecerse bajo el paraguas de lo que ya se obtuvo y si se puede, agarrarse de una sombrita más.
En nada contribuye que la política se envilezca por actos de violencia partidaria.