La arquitectura sustentable más que una opción, es una necesidad
OAXACA, Oax. 1 de junio de 2014 (Quadratín).- Es muy común escuchar a los gobernantes que “les hubiera gustado hacer más pero las circunstancias se los impidieron” o ser mucho más concretos y decir, “no pude hacer muchas cosas porque el que me antecedió me dejó un desastre”. Es decir. La libertad de decidir de estos gobernantes fue limitada por las circunstancias, luego entonces, no tuvieron la libertad para actuar en consecuencia.
Este pensamiento determinista es un recurso político para rehuir de toda responsabilidad y libertad de elección; al determinismo habría que combatirlo con la potencialidad de la acción política. En todo momento la política y la acción de gobierno serán siempre entre inconvenientes y necesitan de la voluntad y prudencia necesaria para salvar los obstáculos, porque en la acción política siempre estará vigente la libertad de elegir.
Incluso, algunos gobernantes, van más allá del determinismo y caen dentro del fatalismo, es decir, pensar que la acción humana es mero subproducto e incapaz de influir en los acontecimientos y que estos siguen un curso inexorable y en contra de los deseos humanos. Estos gobernantes fatalistas están inermes ante la realidad de las cosas sintiéndose incapaces, anonadados, incrédulos y pusilánimes. Esta acción es común en el campo de la economía, pues se cree que esta tiene su lógica más allá de la acción y razón humana.
En sentido contrario, cuando un gobernante goza de extrema libertad tiende al abuso y opresión sobre los gobernados, “nos ha enseñado una experiencia eterna que todo hombre investido de autoridad abusa de ella” (Montesquieu. Del espíritu de las leyes. Editorial Porrúa. México, 2001).
Pero el más peligroso de los gobernantes, no lo es el determinista, ni tampoco el fatalista, pues en el último de los casos implica inacción, sino el autodeterminista, es decir, el sujeto que piensa que todo depende de su carácter, personalidad, de sus emociones, actitudes, emociones y que alavés son producto de causas psíquicas, físicas, sociales e individuales. Los tiranos y los populistas son el mejor ejemplo de esta concepción, en versión popular son los se sienten el ombligo del mundo.
Si bien es cierto que existen decenas de definiciones de la libertad, Benjamín Constant e Isaiah Berlin son los autores que han logrado una definición más acorde con la realidad, el primero con su distinción entre la libertad de los antiguos y de los modernos y el segundo con la división de la libertad negativa y positiva.
Siguiendo a Berlin, se sostiene que la libertad negativa es la libertad DE, es decir, que no se tenga restricciones para mi acción, que no se esté coaccionado en la acción, vivir libre de obstáculos. Se entiende, entonces, por libertad el no ser importunado por otros, cuanto mayor es el espacio de no interferencia, en este sentido soy más libre. Se entiende que la absoluta libertad no puede existir puesto que el hombre al vivir en sociedad encontrará interferencias, producto de la libertad de otros.
En sociedad siempre desigual, los poderosos tendrán mayor ámbito de libertad, “pues ofrecer derechos políticos y protecciones frente al Estado a hombres medio desnudos, analfabetos, desnutridos y enfermos es ridiculizar su condición; necesitan atención médica o educación antes de que puedan entender o hacer uso de un aumento de libertad” ( Berlin, Isaiah. Sobre la Libertad. Edit. Alianza, Madrid, 2004, pp. 210-211).
En razón de lo anterior, si se quiere construir una república democrática es menester construir una sociedad libertaria, es decir, más igualitaria. En medio de la pobreza general de la población no se puede afirmar que un pueblo es libre, ni mucho menos que se tiene un régimen democrático.
La libertad en su sentido positivo, libertad PARA, es decir, parte del deseo del individuo para ser su propio amo, que las decisiones dependan de sí mismo, es querer ser un sujeto y no un objeto. En esta libertad, “quiero ser alguien, no nadie; quiero actuar, decidir, que no decidan por mí; dirigirme a mí mismo y no ser accionado por una naturaleza externa o por otros hombres como si fuera una cosa, un animal o un esclavo incapaz de jugar mi papel como humano, esto es, concebir y realizar fines y conductas propias”.( Berlin, Isaiah.Op. Cit. p. 217).
Estas dos concepciones de la libertad se pueden resumir, para el caso del ámbito de la política de la siguiente manera: Será en caso de la libertad positiva, contestar la pregunta, ¿por quién he de ser gobernado? Y en el caso de la libertad negativa, ¿en qué medida he de ser gobernado?
Si aceptamos la idea de que toda sociedad, por su desigualdad, lucha de intereses, distintas ideologías, aspiraciones y modos de pensar, le es indispensable un orden político que haga posible su existencia, por ello, habrá siempre un grado de coacción, las respuestas a las preguntas tendrán cierta relatividad.
En respuesta a la libertad positiva, el mejor gobierno es aquél que permita la mayor potencialidad de la libertad humana, que logre el desarrollo de la calidad política del ciudadano, el incremento de su educación, de sus conocimientos, que en la medida de su agrupación social sea la medida de su propia realización. Es la república democrática el mejor gobierno para ello. Es el gobierno de las buenas leyes, es el gobierno de los ciudadanos plenos, es el gobierno que permite la dispersión del poder público y no su concentración. Es el gobierno de la racionalidad que mina la irracionalidad humana.
Pongamos ejemplos para explicarnos mejor. Si la unidad básica de gobierno es el municipio, esta institución debe gozar de la mayor libertad para ser de sus habitantes ciudadanos seguros, felices, autónomos, satisfechos y realizados, sin embargo, al no tener la libertad necesaria, el municipio es impotente para cumplir con estas funciones indispensables y se convierte en una carga para la población, fuente de corrupción y de disputas políticas. El municipio vive en servidumbre ante la excesiva intervención de las autoridades superiores, de partidos políticos y de burócratas que buscan succionar sus exiguos recursos, así, el municipio de ninguna manera es libre en términos de libertad positiva.
Asimismo, los pueblos indígenas tampoco son libres porque tienen un gobierno que no les corresponde en tanto pueblos con identidades diferenciadas, los indígenas no pueden realizarse ante este tipo de gobierno y viven en servidumbre.
En el ámbito de la libertad negativa se cuestiona a partir del grado de gobierno que necesita la sociedad y los hombres que viven en ella. A mayor gobierno mayor coacción y a menor gobierno menor coacción y mayor libertad. Es indiscutible que los hombres, en una democracia, decidirán los grados de coacción que necesitan, en el despotismo, ni siquiera vale la pregunta, sin embargo, en la realidad, los grados de gobierno no lo deciden los ciudadanos, lo deciden una minoría llamada clase política y una burocracia de expertos, que según ellos piensan o hacen lo mejor para la sociedad. Volvemos a insistir, en realidad, vivimos en una oligarquía electiva que limita nuestra libertad.