La Constitución de 1854 y la crisis de México
OAXACA, Oax. 15 de junio de 2014 (Quadratín).- Nadie puede negar que la experiencia en la política o en las tareas de gobierno tenga un valor fundamental. Por el contrario, la inexperiencia en la materia ocasiona la ruina de los Estados o de los gobiernos. Si bien es cierto que la experiencia se acompaña con la edad, mientras más edad más experiencia, sin embargo, la experiencia implica la repetición de acciones semejantes en condiciones similares o diferentes, pero que se cuenta con los referentes necesarios de los casos experimentados.
La inexperiencia, por el contrario, es situarse en una condición jamás vivida, es ir al encuentro de lo nuevo, de lo jamás visto, de lo jamás accionado. Se trata de encontrar un camino a ciegas. La inteligencia ayuda pero puede ser insuficiente, es cuando la prudencia aflora, pero ésta sin la experiencia no potencia sus virtudes.
Para explicarnos mejor vale recordar una anécdota del viejo zorro de Don Porfirio Díaz en aquél entonces Presidente de la República: Don Manuel Dublán, secretario de hacienda y crédito público, ya de una edad muy avanzada y cansado de la función pública, decide retirarse y le presenta a Don Porfirio un joven muy brillante para sustituirle, llamado José Limantuor; el perspicaz de Don Porfirio, sabiendo que el cargo era de gran responsabilidad y de una necesaria experiencia, le recomienda a Don Manuel que primero lo nombre como subsecretario para que “vaya adquiriendo colmillo en los asuntos financieros del país,” a la postre el joven Limantuor fue de los mejores secretarios de hacienda que ha tenido México.
En materia de los gobernantes, los regímenes que mejor garantizan la experiencia en materia de conservación del Estado y de gobierno son las monarquías hereditarias, de aquí que sean mucho más estables. El príncipe heredero, a temprana edad, vive y crece alimentándose con los problemas del poder, los padres lo preparan para gobernar y ejercer el poder en forma razonable. Ya en funciones, tiene un cúmulo de experiencias y de conocimientos en el arte de gobierno. En nuestro tiempo, poco se sabe de crisis política en las monarquías hereditarias, llamadas también constitucionales y parlamentarias.
Por el contrario, el régimen democrático es el que mejor permite la llegada al poder político de personas sin experiencia del arte gubernamental. En este régimen el número domina a la calidad de gobierno, basta tener el mayor número de votos para tener la oportunidad de conducir los destinos de un pueblo.
Habría que recordar que conducir a una sociedad hacia su propio bien es una de las tareas más complicadas del género humano, porque una sociedad es una organización demasiada compleja, variable y abierta a todos los progresos o retrocesos, además se asume el poder del Estado para mantener la cohesión social, para dejarla en manos de inexpertos.
Para realizar tales tareas el gobernante tiene que ser eficaz, pero lo tiene que ser en el ámbito de su autoridad, en caso contrario, se estaría en el ámbito de la arbitrariedad, que implica usar el poder sin mesura, sin justicia y para fines exclusivamente personales o de grupo, se estaría en el ámbito de lo faccioso. Ni duda cabe, hoy en día, más que nunca, necesitamos que los gobernantes sean eficaces incluso, olvidando sus cualidades morales, nos importa más un gobernante que nos resuelva los problemas y no un gobernante que va a misa todos los domingos, que es un buen padre o esposo amoroso pero que es ineficaz en su trabajo y responsabilidades.
Los gobernantes de antaño importaban que fueran divinos, que fueran la encarnación de los dioses en la tierra, luego que fueran buenos guerreros para garantizar la existencia de sus pueblos, después que fueran justicieros para equilibrar la desigualdad entre sus poblaciones, hoy en día se necesita que sean eficaces ante la complejidad de las demandas sociales en un contexto de globalización, para lograrlo necesitan de la experiencia, los improvisados ya no deben de contar en nuestra época. Por todo ello, al gobernante le es indispensable estar en condiciones de actuar (experiencia), y tener la voluntad de hacerlo (virtud), poseer la autoridad y ejercerla, tales son las condiciones esenciales de un buen gobernante.
Para ser eficaz, todo gobernante debe estar en condiciones de hacerse obedecer; existe el real peligro de que el gobernante imbuido de autoridad no use su fuerza, este uso siempre está supeditado al peligro de su abuso, sin embargo, el uso precario del poder incita siempre a la inacción que es doblemente peligroso para el orden político y social. La anarquía es el peor de los despotismos, las libertades florecen dentro del orden jurídico y político. Los gobernantes ineficaces viven de las apariencias y de los gustos superfluos que otorga el poder, “no se preocupan para nada de la realidad del Poder, bien porque tienen miedo de las responsabilidad que comporta y que pudieran arruinar las posibilidades de renovación de su mandato, bien porque su mediocridad les impide incluso concebir la función gubernamental de otra forma que no sea la puramente honorífica” (Pose, Alfred. Filosofía del Poder. Edit. Continental. México, 1951, pp. 68-69). A estos gobernantes se les puede denominar de papel.
El hombre de Estado, cualidad que debe tener todo gobernante, debe siempre interrogarse siempre acerca de sus móviles y de la calidad de sus objetivos, para no perderse en la introspección, nos dice Pose, su obligación es marchar a la cabeza de una nación o de un pueblo, mantenerla unida y conducirla a estadios superiores de civilización y desarrollo, todo lo cual requiere de una enorme experiencia, pues necesita de un profundo conocimiento de las fuerzas sociales y de sus contradicciones, sobre todo, de una amplia experiencia de las debilidades humanas. Es indudable que deberá saber que toda sociedad está en lucha, incluso, contra ella misma, contra las demás sociedades y contra la propia naturaleza.
En esta lucha el jefe de Estado y de gobierno, si quiere conducir a la victoria civilizatoria a la nación que dirige, no solamente debe tener una alta idea de su misión y de sus deberes, sino alavés un conocimiento intuitivo de los deseos profundos de sus gobernados; debe olvidarse de sí mismo, pero estar siempre dispuesto a defender con entereza los intereses que la colectividad le ha confiado y estos intereses exigen que sepa ser hábil, flexible, dispuesto a utilizar convenientemente todas las debilidades de las fuerzas que se oponen a su proyecto de gobierno. Todo lo anterior no lo podrá desarrollar un gobernante inexperto.
Entre la experiencia que ofrece la monarquía y la inexperiencia de los elegidos por el número, es decir, por el voto mayoritario, habría que buscar un régimen que combine ambos sistemas por el bien de los regímenes políticos y del hombre asociado, donde la experiencia, siempre deberá de contar. La pregunta sería si los gobernados de hoy estarían dispuestos renunciar a la moral en aras de la eficacia, por nuestra parte prefiero mi seguridad que me lo ofrece un gobernante experimentado que un gobernante que sea simplemente un buen hombre.