Mantiene Oaxaca éxito rotundo en el Festival Internacional Cervantino
OAXACA, Oax. 31 de marzo de 2017.- Al asistir al Primer Encuentro Regional de Escritores que se realizó en San Francisco Ixhuatán entre el 18 y el 21 de marzo de este año, los autores visitantes hallamos a una comunidad sorprendentemente participativa, sobre todo en un momento en que su ecosistema y su modo de vida se hallan amenazados por uno de los fenómenos naturales más perjudiciales: la sequía extrema.
En el camino a Ixhuatán, pasajeros de un autobús facilitado por la Facultad de Medicina de la UABJO, transitamos por la autopista y luego por la carretera que conduce al istmo de Tehuantepec.
Esperábamos que al entrar a territorio istmeño el paisaje árido del valle cambiara por un exuberante verde, pero esa expectativa no se cumple.
Cuando más esperanzados estábamos de una mejora en el entorno, tuvimos el primer atisbo a la severa sequía que afecta el territorio del istmo de Tehuantepec: la presa Benito Juárez, cuya extensión es posible divisar desde la carretera que atraviesa Jalapa del Marqués, está alarmantemente disminuida en sus reservas de líquido.
Habíamos tenido noticias de este fenómeno por algunos medios informativos, pero el enfoque de tales medios es poco serio y puede alcanzar una frivolidad agraviante, como la nota que publicó Roselia Chaca en El Universal el 29 de marzo de este año, bajo el título “Iglesia que emerge, oportunidad para el turismo”: “Mientras la sequía está matando al ganado y los productores pierden sus cultivos, los pescadores al aún no recibir el apoyo que el gobierno estatal les prometió por la crisis sacan provecho a la situación del templo”.
La tragedia de esta zona, y de Oaxaca entera, es que se pretenda minimizar una emergencia ecológica con el endeble argumento de la oportunidad turística. No reflexionan, quienes arguyen tal insensatez, que las personas de visita por estas tierras requerirán, al igual que los residentes, agua para beber, asearse y otras necesidades corporales. El agua que, al faltar, extingue el patrimonio de estos pobladores de Oaxaca.
Antes de proseguir el camino, el chofer del autobús nos informa que evitará pasar por Tehuantepec y Juchitán.
Justifica ese salto porque, dice, la visita del líder del partido Movimiento de Renovación Nacional pone en riesgo nuestro viaje. Yo intuyo que el evadir esas ciudades obedece, más bien, a alejarse de la ola de violencia que desde 2015 ha asolado esas urbes, antes tranquilas, donde la delincuencia organizada rebasó a autoridades y pobladores.
Tras de internarnos en la autopista que permite llegar a Ixhuatán, llegamos a La Ventosa. Ahí observamos las interminables filas de aeroventiladores que supuestamente impulsan el desarrollo regional. Fuera de la carretera y de los propios artilugios que cosechan viento, no hay signos de progreso alguno en la solitaria extensión.
Tampoco las comunidades que han alojado estos proyectos reportan beneficios ni confirman la bonanza que –aseguran empresarios y autoridades– genera la explotación de los recursos eólicos oaxaqueños.
En la entrada a Reforma de Pineda nos recibe una visión paradisiaca: a poca distancia de la carretera observamos un fragmento del río Ostuta, con abundante agua. En las orillas vemos estacionados varios automóviles y es posible percibir a numerosas personas bañándose en la verde extensión líquida.
Pareciera que, después de atravesar la aridez que aqueja a la región, hemos llegado al fin a un territorio fecundo, donde el líquido vital alimenta la imagen selvática que tenemos del istmo.
Pero al avanzar en la carretera el verde trecho cesa y otra vez quedamos rodeados por vegetación agostada, esquelética.
Cuando volvemos a cruzar por un tramo del río Ostuta, el cauce aparece tan carente de aflujo que sólo quedan charcos con agua legamosa.
Al mirar hacia adelante, notamos humaredas que se elevan a lo lejos. No tardamos en alcanzar una zona donde podemos identificar colinas y cerros con dos o tres incendios en curso. Curiosamente, en esas laderas se ve bastante vegetación, en contraste con el agostadero que vemos a ambos lados de la carretera.
Ya en Ixhuatán, la comida con que nos reciben en su casa el presidente municipal César Augusto Matus Velásquez y su esposa Reina Isabel Reyes Luna, nos hace olvidar el panorama desecado que nos agobió durante todo el camino.
Ya repuestos por el sabroso caldo de res y los gueta bingui de camarón, nos trasladamos a la inauguración del Encuentro que forma parte de la Primavera de la Palabra, festival cultural ideado y organizado por el escritor y académico Manuel Matus, quien lo lleva a cabo junto con el apoyo de las autoridades –el presidente municipal y los regidores Josué de la Cruz Gurrión, Florencio de la Cruz Valdivieso y Deysi Amira Delgado Matus–, así como con la población ixhuateca, cuya respuesta entusiasta anima la primera feria del libro en la historia de la comunidad.
El resto de la jornada transcurre entre lecturas de poesía en zapoteco y en español. Después, se inaugura una colección de pinturas y grabados que Argelia e Irlanda Matus, junto con su madre Ofelia Martínez, han traído a la Casa de la Cultura de Ixhuatán, donde nos sorprenden no pocas piezas excelentes de José Luis Cuevas, Shinzaburo Takeda y varios otros artistas notables de México y Oaxaca.
La ceremonia de apertura se prolonga innecesariamente porque uno de los oradores invitados decide someternos a un torturante recuento de discutibles méritos que le obsesionan, retrasando la presentación de los números de baile que los jóvenes del pueblo, impacientes, nos han preparado para esta noche. Luego, una opípara cena con tamales de iguana cierra la noche.
Instalados en un hotelito con arbolado patio, hamacas y viento fresquísimo, nos vamos a dormir con la promesa de trasladarnos, al día siguiente, al mar.
Por la mañana, el autobús de la Facultad de Medicina nos conduce a la playa. Pasamos por algunas tierras donde el ganado busca inútilmente pastos para alimentarse; luego, varias plantaciones de mango, cultivo por el que han apostado no pocos ixhuatecos para impulsar su economía.
El novelista Israel Castellanos, quien antes de cursar la maestría en Derecho aprendió en su Ixcapa natal las tareas del ganadero y el agricultor, me hace notar que los campos ixhuatecos están mal adaptados para la cría de ganado, pues carecen de cultivos forrajeros; los animales sólo disponen del pasto natural para nutrirse, y ese alimento ya lo han consumido en esta temporada crítica.
En forma similar, me señala el narrador y abogado, las plantaciones de mango carecen de un sistema de riego que asegure la cosecha de este año. Me insiste en que los numerosos árboles ya debieran estar floreando, pero la falta de agua se los impide. Por eso, añade, este año la cosecha de mangos se perderá.
Al volver a Oaxaca, encuentro una noticia de enero que indica precisamente que más de la mitad de la cosecha de estos frutales se malogró en Ixhuatán.
Cruzamos por una par de pequeñas comunidades donde la falta de agua es asimismo evidente, y entramos a un tramo de selva, agostada como el resto del paisaje.
Al fin llegamos a la zona de costa, pero en vez de las grandes extensiones de agua que preveíamos, vemos kilómetros de tierras completamente desecadas. Al observar esa extensión deprimida, sobre la que se eleva la terracería que sirve de carretera, no identificamos al principio las costras blanquecinas que después, al detenerse el transporte sobre un puente donde se nos permite bajar unos minutos, averiguamos que son sal marina. Arena y sal en duros bloques es todo lo que resta de la marisma en esta zona.
De nuevo instalados en el autobús, seguimos avanzando por un camino aparentemente interminable; a trechos aparecen unas cuantas charcas aún con agua salobre, donde está formándose la sal que ya no suelen aprovechar los ixhuatecos.
Al fin, llegamos a la costa donde el mar se manifiesta con el restallar de poderosas olas. Mar abierto, lo hemos admirado la noche previa en una videograbación promocional del ayuntamiento.
Nos recibe bajo el cielo límpido el agua con su azul intenso, desafiante tras la espuma de las altas olas.
Caminamos con gran alegría hacia las aguas estrepitosas, con el viento de la mañana aventándonos arena a las piernas. Casi en su integridad, el numeroso grupo de autoras, autores y libreros está en pocos minutos sumergiéndose entre el oleaje vigoroso.
Tras el baño de mar, retornamos a Ixhuatán en el vehículo. Antes, Ofelia Martínez y sus hijas Argelia e Irlanda nos obsequian providencial fruta fresca que tuvieron la precaución de traer a esa zona donde nada crece. Ya en el hotel, desayunamos la fruta dulce que brinda un enorme zapotal, más abundantes rebanadas de melón que nos lleva hasta el patio una vendedora, y para concluir, los taquitos dorados que nos convida el ayuntamiento. Luego, marchamos a las actividades del Encuentro, donde las presentaciones de libros, lecturas y conferencias nos ocupan hasta la hora de la comida.
En medio de las demostraciones literarias, un joven irrumpe para reprochar que no se mencione la emergencia ecológica por la que atraviesa el territorio. Lamentablemente, el joven no aguarda a tener un diálogo que quisiéramos sostener sobre el tema, tras de haber atestiguado la devastación por la falta de agua.
Antes de la comida, Manuel Matus nos conduce al ranchito que tiene junto al río y ahí la comitiva de escritores, a la que se ha sumado un muralista que viene a dar un curso para la Primavera de Palabras, aprovecha para bañarse en la corriente del Ostuta.
Mientras nos regocijamos en el apacible curso del río, el hermano de Manuel nos comenta que los planes para explotar una mina cercana a las fuentes del Ostuta, en terrenos de la serrana Villa Alta, ponen en inminente riesgo este maravilloso recurso fluvial. No podemos evitar estremecernos al prever el daño que causarían en la corriente los desechos emponzoñados de la minería. Tenemos la visión de ser los últimos seres que disfrutarían la belleza, la bondad y el esplendor de este cauce que desde siglos atrás ha permitido a los pueblos zapotecas hacer florecer estos terrenos.
Tras concluir las actividades nocturnas del Encuentro, el señor Roberto Nivón, uno de los principales plantadores de mango, nos ofrece una cena magnífica en el hogar de su familia. En pago por saborear los manjares que la familia Nivón nos ha obsequiado, sólo podemos ofrecerles unas muestras de poesía, pago insuficiente por su hospitalidad. Antes de leer poesía, no puedo evitar un comentario sobre el riesgo que, hemos comprobado, corre la ecología de la región.
Esta mención a la emergencia ecológica propicia un debate sobre el problema. Dos regidores del ayuntamiento exponen los problemas que tienen para hacer frente a la contaminación del río y el mar, agravada por la oposición de un pueblo vecino que rehúsa cooperar para hacer frente, unidos, a la contingencia.
El ayuntamiento, nos informan los regidores, ha diseñado una estrategia para manejo de desechos tóxicos (como las pilas eléctricas) pero no consigue ayuda del gobierno estatal ni de ninguna instancia federal para trasladar esos residuos a un contenedor seguro.
La ecologista Irlanda Matus interviene para aclarar que no hay manera segura de disponer de desechos como las pilas eléctricas, cuyo uso debiera eliminarse totalmente. Aboga por soluciones más efectivas, como actividades de reforestación masiva de la selva que día a día decrece.
El señor Nivón, nuestro anfitrión, anuncia que ya hay un plan para plantar diez mil nuevos árboles en la zona, pero dado su apego a los mangos, al oír su plan sospechamos que la única especie incluida en ese proyecto será la de los frutales. Como la joven Matus insiste en recomendar, lo mejor sería la reforestación con especies de la selva local que durante años presidieron la vida comunitaria. En esas recomendaciones coincide el doctor en Biología Alfredo Saynes, quien unas horas antes ha disertado en el foro del Encuentro sobre problemas ecológicos y sus posibles soluciones.
Al día siguiente las lecturas y conferencias del Encuentro siguen dando espacio a la discusión sobre los problemas que afrontan la ecología y la agricultura de los ixhuatecos y sus vecinos. En lo personal, lamento que no hubiese espacio para tratar el tema de la amenaza que representa la minería, cuya próxima explotación en la Sierra Juárez representaría una sentencia de muerte para el generoso río Ostuta.
La jornada de ese lunes 20 de marzo concluye temprano, antes de las siete de la noche. Las poetas Guadalupe Ángela Ramírez y Araceli Mancilla, así como yo mismo, debemos salir hacia Oaxaca en el autobús de las 10:30 esa noche, pero antes podemos disfrutar la cena también espléndida que nos ofrece la directora de la Casa de la Cultura ixhuateca, Dora Peña Peña, junto con su marido en una casa que nos impresiona por sus amplios jardines.
Ya no nos tocará a quienes partimos la cena de clausura del Encuentro, a la noche siguiente, que ofrece a las y los escritores restantes el señor Miguel Ángel Orozco, pero pronto recibiremos noticias de que resulta no sólo tan generosa como las otras, sino que concluye con el inesperado arribo de dos trovadores que prolongaron el festejo hasta la mañana siguiente.
Instalados ya en el autobús comercial que hace el recorrido de Ixhuatán a Oaxaca, con múltiples e incómodas paradas a lo largo del trayecto, lamentamos no ser pasajeros del transporte que amablemente facilitó la Facultad de Medicina para este viaje.
El aire acondicionado de la unidad en que viajamos se resiste a funcionar, sin que podamos abrir las ventanas para suplirlo, pero antes de abandonar Ixhuatán un suceso nos hace olvidar ese inconveniente: en la salida del pueblo está el grupo ixhuateco de autodefensa resguardando la carretera con un retén.
De golpe me vienen a la memoria los relatos sobre la violencia que campea en ciudades como Juchitán y Tuxtepec. En los días finales de 2016 había leído en notas periodísticas referencias alarmantes sobre la beligerancia de “los autodefensas”, y me temo alguna arbitrariedad. Los vigilantes, sin embargo, se dirigen al conductor con amabilidad, le informan de sus tareas y, antes de que sigamos camino, le dan un consejo que me llena de preocupación: “Si ve algún vehículo estacionado en la carretera o le hacen señales, no se pare, siga sin detenerse”.
Ahora sí, temiendo un mal encuentro, trato de estar atento al camino. Sólo consigo mantenerme despierto hasta la primera parada que el autobús hace, en Reforma de Pineda. Supongo que ningún vehículo intentó detenernos, porque me despierto ya en la estación de Juchitán, donde bajan algunos pasajeros y suben más. Una escena similar ocurre en Tehuantepec.
El camino prosigue sin novedad, hasta que me despierta de nuevo una parada en El Camarón, donde pasamos largo rato. Al subir de nuevo los pasajeros que bajaron a estirar las piernas y el retomar vehículo la carretera, una señora cargada con un gran bulto se acerca al chofer para quejarse de que no tiene asiento. El conductor alega que hay un lugar, la pasajera le insiste en que no. Al fin, el hombre al volante va hacia atrás a averiguar.
Escucho cómo discute larga y desabridamente con un pasajero que al parecer no registró su boleto en el sistema computarizado de la unidad. Luego de intentar inútilmente que ese pasajero ceda su asiento, el chofer registra su boleto en el aparato. Va a revisar de nuevo y la emprende contra un usuario que al parecer subió sin pagar o sin cumplir con la formalidad boleteril.
Los minutos pasan sin que nada se resuelva. El autobús está detenido sobre la carretera y pienso que es un buen momento para que cualquier asaltante nos atraque en ese paraje desierto. Al fin, el conductor se resigna a indicarle a su desafortunada pasajera que se siente en el pasillo de la unidad, donde cumplirá las seis horas de viaje que nos restan.
Cuando voy a suspirar de alivio, el vehículo se niega a ponerse en marcha. La falla en el sistema de aire acondicionado ahora se convierte en falla general. De nuevo temo que pasemos la noche en despoblado, si es que alcanzamos a pasarla.
Luego de infructuosos intentos, el motor responde. Lentamente proseguimos el camino. Respiro aliviado. Cuando despierto de nuevo estamos pasando por Matatlán, con un retraso de dos horas. La claridad del día ya está instalada sobre el paisaje. En menos de una hora entramos a Oaxaca.
En el frío intenso de la mañana, ese 21 de marzo, añoro el calorcito soporífero que durante tres días disfruté entre la sedienta pero animosa comunidad de San Francisco Ixhuatán gracias a la Primavera de la Palabra.