El episcopado ante el segundo piso de la 4T
Oaxaqueñología
OAXACA, Oax., 2 de abril de 2017.- El método del análisis comparado es útil para identificar semejanzas y diferencias entre objetos de estudio y fenómenos diversos. Permite observar y diagnosticar problemas, proponer y aplicar soluciones, retroalimentar y ensayar de nuevo hasta hallar resultados satisfactorios, que, como la vida misma, nunca serán eternos.
Así, es visible que todos los estados de la República Mexicana cuentan con constituciones y formas de gobierno similares.
En todos se celebran elecciones y eligen gobernadores, diputados locales y ayuntamientos. En todos se nombran funcionarios de gobierno y administración, poder judicial, órganos autónomos y municipios.
En todos operan partidos políticos nacionales aunque solo en la mitad de ellos existen partidos políticos locales. En todos hay empresas, sindicatos, asociaciones y cooperativas, prensa, radio y televisión, y están cruzadas por múltiples redes de comunicación.
A ello hay que agregar que todos los estados registran una relación jurídica y política yuxtapuesta con la Constitución y el gobierno federales, la cual define las reglas y mecanismos de cooperación en todas las materias y políticas públicas, desde la seguridad hasta el deporte.
Si en todas las entidades federativas se observan tantas similitudes, y se supone que tales estructuras están diseñadas para dar respuesta a la demanda social de gobierno y administración, la pregunta es ¿por que en Oaxaca se presenta una mayor conflictividad social y política y esas estructuras de gobierno lucen menos fuertes y eficaces para gestionarla y estabilizarla?
Nuevamente, hay que acudir al método comparado, sincrónico y diacrónico, es decir, frente a otros casos y ante la propia biografía oaxaqueña, para advertir que hay de diferente y qué soluciones, también singulares o diferentes, podrían ser justificadas y viables.
Por razones de espacio, sólo apuntaré una quinteta.
Ningún estado de la República combina los factores de geografía humana, étnica, cultural, social, regional, política, administrativa, económica, fronteriza e internacional como Oaxaca.
Es decir, no tienen, en un territorio tan extenso y complejo, 4 millones de habitantes tan concentrados y tan dispersos, tal multiculturalidad y estratificación, tantas regiones y microregiones, 570 de los casi 2450 municipios del país, (418 con sistemas normativos indígenas), tal intersección espacial con Guerrero, Chiapas, Veracruz y Puebla, el Océano Pacífico y el Golfo de México, tal vínculo supranacional con ciudades de los Estados Unidos, tal referencia virtual y aérea con Europa y otras regiones del planeta.
Al mismo tiempo, ningún estado, salvo en alguna medida Chiapas, Guerrero o Michoacán, entre otros, a la vez que gozan de tal riqueza natural y cultural, carecen de industria y mantienen un patrón predominante no urbano de valores y actitudes.
En ninguno o muy pocos se habla y escribe lo que se escucha y lee en Oaxaca, y en muy pocos la política es tan compleja como en nuestra tierra.
En particular, en ningún estado se ha formado una fuerza política de la magnitud que representa la Sección 22 de la CNTE, y en ninguno o muy pocos el espectro de las organizaciones sociales, grupos de interés y organismos intermedios, incluidas las iglesias, es tan extenso, fuerte y activo.
Esto es clave: en ningún estado su gobernador opera en medio de tal división real –no solo formal– de poderes, y de allí la búsqueda lógica de alcanzar cada seis años el “bonapartismo”.
Sumado a ello, en sólo uno o dos estados más el financiamiento del gobierno depende tanto de los recursos fiscales federales como depende Oaxaca, a la vez que en su sociedad conviven la extrema riqueza con la extrema pobreza en interacción con las economías formal, informal e ilícita.
Una más. En ningún estado hay un doble sistema de universidades públicas como en Oaxaca, y en ningún estado la educación pública básica y media superior se halla tan rezagada, lo que reproduce la desigualdad.
Ahora bien, todos los estados tienen exgobernadores y legados políticos, económicos y socioculturales diversos, pero ninguno una clase política tan dividida en por lo menos tres tercios predominantes y enconados, y unos diez grupos con poder sustancial.
Se dirá, por un lado, con cierta lógica, que el margen de maniobra de un nuevo gobierno es reducido; que las opciones dependen del liderazgo y habilidad del gobernador en turno y de su equipo de trabajo en curva de aprendizaje; que los presidentes municipales y titulares de otros poderes y órganos autónomos deberían activarse todavía más; que la medición y reacomodo de fuerzas en pugna debe continuar hasta calibrarlas en su debido peso; o bien que algunos conflictos son intermitentes y hasta normales (transportistas o elecciones en municipios indígenas específicos).
Se podría pensar, como lo hizo el nuevo líder local de la COPARMEX ante los bloqueos, reyertas y delictividad persistentes, y lo habíamos propuesto Cipriano Flores y yo mismo desde hace dos años, en forjar una suerte de Pacto por Oaxaca, aprovechando, por ejemplo, la previsible formulación y presentación del Plan Estatal de Desarrollo 2017-2022.
Desde mi perspectiva, el punto es que Oaxaca ya no puede gobernarse con las estructuras y métodos tradicionales, por lo que reponerlos en sus términos, llámense delegaciones federales y regionales (estas sin presupuesto), administradores de paja, instituciones ficción y hombres fuertes o líderes falsos resulta insuficiente.
Un gobierno que inicia debe, por supuesto, recurrir al arsenal de recursos políticos que la experiencia y la astucia han acumulado a lo largo de los siglos. Pero también debe, en la singularidad oaxaqueña, romper creativamente y transformar e innovar instituciones y métodos de trabajo y acción, desplegar nuevos espacios y foros regionales de mediación (más allá de las virreinales y coloniales audiencias públicas), para articular, agregar y responder a la demanda social bajo nuevas reglas y mejores prácticas.
En una nuez: se requiere innovar el sistema de gobierno y someterlo a rendición de cuentas e introducir mejores mediaciones de previsión, diálogo, participación y respuesta eficaz a lo largo y ancho del espectro sociopolítico, que facilite productividad y redistribución. Junto con eso, el Plan y el Pacto, al menos un mínimo Acuerdo. No perder de vista, por ejemplo, que en 2018 entrarán en juego variables tales como reelección municipal y legislativa, más gobiernos de coalición.
Inclusión, equidad y proporcionalidad. Corto, mediano y largo plazos. Visión de pasado, presente y futuro. Después de 2018, 2022 y 2024, siempre deberá estar Oaxaca y los oaxaqueños, con su singularidad creativa, sus coincidencias y divergencias, pluralidad, diversidad y trascendencia. Oaxaca, siempre.