
Reforma de maíz transgénico: ¿camino a soberanía alimentaria de México?
OAXACA, Oax., 9 de abril de 2017.- En días pasados, el historiador e intelectual chetumaleño, Héctor Aguilar Camín, director de la importante revista Nexos, publicó un impactante artículo titulado “El lamento mexicano”.
En síntesis, en ese texto escribe de su generación, la de quienes nacieron en los 40´s; lamenta que, no obstante los relativos aciertos y avances en desarrollo económico, democracia electoral y equidad social del más reciente medio siglo, los logros han quedado por debajo de sus anhelos y expectativas.
Así, por ejemplo, la fiesta de la libertad estudiantil de los años sesenta terminó en la pesadilla del año 1968. El fin de un ciclo de veinte años de crecimiento económico concluyó en 1970, año a partir del cual duplicamos la población hasta los 140 millones hoy, pero no crecimos a más del 2 al 3% en promedio anual y enfrentamos coyunturas devastadoras.
El país desaprovechó dos ciclos de bonanza petrolera, uno en los años setenta y otro en la primera década del siglo 21, y las despilfarró en un casino de ineficiencia y corrupción.
Convirtió la transición democrática y la alternancia –la “primavera democrática nacional”—en el paraíso de una partidocracia encerrada en el gozo de sus privilegios compartidos con sus gobiernos pero no con la mayor parte de la sociedad.
La economía del Tratado de Libre Comercio generó, a la vez, pocos billonarios y millones de pobres destruyendo a la clase media y trabajadora a base de salarios bajos y rentas altas.
La brecha social está lejos de ser reducida y, menos aún, revertida. La guerra contra las drogas en lugar de aminorar el fenómeno más bien aumentó la inseguridad, la violencia y el carnaval del crimen, sobre todo entre jóvenes y pobres.
La corresponsabilidad es de todos, sociedad y gobierno, intelectuales y empresarios, medios y políticos incluidos, todos por debajo de su potencial y papel que debían jugar. Todos para sí, no para el país.
Para Aguilar Camín, en particular, en lugar del presidente poderoso previo a la alternancia, tenemos “…un gobierno federal débil y una colección de gobiernos locales impresentables, los más ricos, los más autónomos, los más legitimados electoralmente y los más corrompidos e irresponsables de la historia de México, pues ni cobran impuestos ni aplican la ley”.
La remisión a Oaxaca es ineludible.
Si la generación política nacida aquí en los años 40 y 50 formó parte y alimentó las tradiciones políticas del presidencialismo y el partido hegemónico, no se atrevió si no muy tarde, ya cuando el péndulo presidencial indicaba el regreso del PRI a “Los Pinos”, y a causa de su propia ruptura en el vértice nutrida en sus perennes ambiciones, a la pluralidad inducida, la transición incompleta y la alternancia frustrada.
Si esa generación, desde Pedro Vázquez Colmenares hasta Gabino Cué, estudió y se desarrolló en la Ciudad de México y regresó a Oaxaca a aplicar sus conocimientos y proyectos, dependió cada vez más de la fuente financiera del gobierno federal y fue incapaz de encender los motores de la economía comunitaria, regional y local.
De la Cuenca (agroindustria) al Istmo (refinería) y de la Costa (turismo de playa) a los Valles Centrales (turismo cultural y comercio), la Sierra Norte y la Sierra Sur, la Mixteca y la Cañada no se produce acaso más que materias primas básicas, se reproduce riqueza pero no se detiene la extracción, la desigualdad y la pobreza.
Aumentó, por lo tanto, la inmigración y la emigración, la lucha descarnada por oportunidades y recursos escasos o nulos, y, en medio de supuestos aciertos de corto plazo para garantizar gobernabilidad, negocios o arreglos sucesorios pacíficos y convenientes, se concibieron creaturas que con el tiempo crecieron hasta volverse en contra de sus progenitores (Sección 22 y CENEO).
Dada la exigente territorialización del crimen organizado, y la posición geoestratégica del Estado, la informalidad y la ilicitud se convirtieron en forma indispensable de vida. Muy hábiles estrategias de sobrevivencia, tácticas de resistencia y modalidades ingeniosas de obtención y uso de recursos para la movilidad social y política se trocaron en verdaderas instituciones.
Millones de oaxaqueños excluidos, en particular las poblaciones que llamamos “indígenas”, y quienes no son sino variables dependientes de este curioso proceso de acumulación capitalista y dominación política, “cueste lo que cueste”, así lo atestiguan y lo aguantan.
El Oaxaca de los días recientes es una muestra casi “natural” de esa extraña inteligible condición histórica.
Desde el ciclo anual de calor en las zonas bajas del Estado, la aguda falta de agua en el Istmo o los incendios forestales en varias localidades –efecto del cambio climático inexorable, el accidente o la intención—hasta las constantes movilizaciones y bloqueos urbanos y carreteros, ya en la capital del Estado, ya en la extendida e intrincada orografía municipal, ora en razón de conflictos pre o post-electorales, ora debido a la falta de atención o prestación de servicios públicos mínimos, ya por la industria del chantaje o por la popularización del clientelismo, el caso es que el Estado no parece encontrar su rumbo.
Haya sido la mirada agraria y campesina de Heladio, la maquiladora y comercial de Diódoro, la estrategia de servicios sociales básicos, inversión y comercio de Murat, el proyecto combinado de turismo cultural de gran escala y servicios de salud básicos más inversiones estratégicas de Ulises, o bien la presunta inversión comunitaria y restitución del tejido social de Gabino, el punto es que el Estado no despierta y despega.
Por el contrario, parece aún más apesadumbrado y lento.
El lamento oaxaqueño de las generaciones pretéritas amenaza convertirse en depresión para la expectativa de las generaciones más recientes. Es entendible que éstas acudan a aquéllas para fortalecer áreas tan sensibles como la asesoría o la judicatura.
Pero es indispensable que ya asuman su papel de manera plena y eficaz. Que den el salto a la grandeza. Que entiendan que el lamento no es sólo mexicano y ni siquiera sólo oaxaqueño si no global.
Que en el marco del mundo que se va y que ya no fue: el que no pudo vencer el egoísmo, la competencia bruta y la desigualdad, hay un mundo en camino acelerado al cual insertarse con todo el valor y la riqueza que entraña el sentido profundo de solidaridad y cooperación productiva de los nacidos en tierra de dioses y próceres.
El pacto de los oaxaqueños debe ser un pacto de futuro y no un pacto de pasado, casi centenario. Un acto reconstituyente de poder social y político. Una apuesta por dar el salto al siglo 21, que en Oaxaca aún no llega. Será ahora, será mañana, pero tendrá que ser.
Así fuimos antier, en el siglo 19, anti-lamento, incluso ante las mayores adversidades. Fuertes y dignos. Así deberemos ser los oaxaqueños.