Diferencias entre un estúpido y un idiota
Raúl Ávila Ortiz | Oaxaqueñología
OAXACA, Oax., 21 de julio de 2019.- Somos y no afortunados, a la vez, porque creemos saber mejor que nuestros antepasados sobre el hecho de que, como ellos en su momento, vivimos un cambio de época.
Las épocas de la humanidad cambian, impulsadas por pequeños incidentes acumulados y grandes acontecimientos cuyas consecuencias se experimentan con el tiempo.
Una serie de innovaciones filosóficas y técnicas durante el Renacimiento europeo propiciaron la apertura mental y la capacidad operativa que en el largo plazo se conjugaron con otros factores y dieron origen a la sociedad y el estado modernos, propios de los 5 siglos entre 1450 y 1950.
Quienes vivieron entre 1450 y 1550 en Europa, NorAfrica, Asia y América percibían que su mundo habitual estaba en transformación.
Los peninsulares hispanos y portugueses y los aborígenes mesoamericanos lo supieron y lo vivieron de manera dramática en los 50 años que transcurrieron de 1492 a 1542: de Cristóbal Colón a Hernán Cortés y de Ahuizotl a Moctezuma, Cuitláhuac y Cuauhtémoc.
De Ginés de Sepúlveda a Bartolomé de Las Casas. El ascenso sangriento de España y Portugal y la caída increíble del joven Imperio Azteca.
Otro cambio de época tuvo lugar en los 100 años que corrieron de 1750 a 1850. Vivir entonces fue incierto e impactante. Ver cabezas, coronas y báculos en el piso.
Revoluciones y nuevos países por doquier. Pasar de campesino a obrero, de artesano a comerciante, y de tendero a burgués. De la nada volverse poderoso y dirigir Estados.
Ver a México separarse de España, de la Iglesia y de sí mismo. Ver llegar la Independencia sin suprimir los fueros y posponer la modernidad. La división interna.
La patria en llamas y casi en ruinas. Banderas ajenas ondear en Palacio Nacional. Participar con Juárez en la Reforma para salvar al país y no perderlo más. Forjar al fin la nacionalidad. Ver el colapso de España, la frustración francesa y la escalada de Inglaterra.
Ver expandirse a los vecinos distantes hasta el Río Bravo.
Otro siglo de cambios radicales entre 1850 y 1950 agotará la época moderna, que en 1989-91 habría terminado.
Vetustas e inadaptables dinastías rusa, austro-húngara y turca-otomana eliminadas sin piedad entre 1910 y 1920. El ascenso y descenso bolchevique ante la potencia estadounidense.
La Revolución Mexicana de la justicia política y social. Los antiguos pobres del mundo al poder y los nuevos ricos a disputarlo en guerras fratricidas.
Ver zarpar a Díaz y triunfar a Madero en 1911, luego asesinado en 1913. Emocionarse con Carranza, Villa, Zapata y Obregón. Votar la Constitución de 1917, no a la guerra cristera y asumir la paz del PRI.
Al fin, un remanso en medio de las fallas telúricas de Dios y el César, y de las clases siempre en lucha.
El siglo que vivimos ahora no es tan diferente. La época que estamos dejando atrás desde 1950 — en México con un nuevo desfase agonal, por lo que aquella apenas inicia– podría no concluir en 2050.
Y es que ni Rusia y tampoco China parecen poder consolidar un gobierno global tripolar con los Estados Unidos. Y podría ser peor. Otros países podrían emerger. Las fronteras no son de hierro. La competencia por prevalecer si.
De allí que seamos y no afortunados de vivir en el tiempo en que somos y no somos: prósperos, democráticos, balanceados, unidos y sapientes.
Más bien seguimos inseguros, indignados, confrontados y angustiados, aunque esperanzados y contradictoriamente felices.
Ojalá que mañana no tengamos que llorar, como nuestros antepasados, por haber desperdiciado la oportunidad de nuestra regeneración, solo que a manos de nosotros mismos
Entonces tendríamos que bregar el doble para apenas defender lo que hasta ahora –con pequeños pero constantes incidentes y enormes gestas heroicas-, pudimos conseguir.
Mientras tanto, ¡Que viva la Guelaguetza!