Día 21. No maten al mensajero; prensa sin seguridad democrática
La presentación del libro La pandemia de Covid 19 en Oaxaca me ha permitido hacer una serie de recorridos por los agencias, barrios y colonias de la capital de Oaxaca, coincidiendo oportunamente con el aumento en el número de casos de Covid 19 que se ha verificado en las últimas semanas. En las casas que me han abierto generosamente la puerta para platicar y presentar el libro, también he podido constatar que, tal como marcan las proyecciones derivadas de las encuestas nacionales de salud, al menos en dos de cada diez hogares hay personas diabéticas. En muchos de los hogares visitados, las condiciones de vida no son las óptimas y esto se refleja de manera dramática en quienes padecen diabetes, que sufren para controlarla por falta de información y porque no siempre tienen acceso a los medicamentos idóneos.
En diversas ocasiones me he referido en este espacio a la modificación de los hábitos alimenticios y la práctica del ejercicio como lo primero que tiene que hacer un diabético para controlar sus niveles de azúcar en sangre. Si bien es cierto que en muchos casos con esas medidas basta, también es cierto que hay muchos otros casos en los que se requiere complementar esas medidas con la prescripción de medicamentos. Al margen de aquellos casos que por su gravedad requieren la inyección diaria de insulina, a la mayoría de los pacientes con diabetes tipo II les es suficiente con un régimen de los llamados hipoglucemiantes orales y a estos medicamentos es a los que me quiero referir el día de hoy.
Los hipoglucemiantes orales son un grupo heterogéneo de fármacos que mediante diferentes mecanismos de acción consiguen reducir a niveles fisiológicos la concentración de azúcar en sangre. Unos provocan un aumento en la producción de insulina en el páncreas; otros elevan la sensibilidad a la insulina en las células de todo el cuerpo; otros inhiben la absorción de glucosa en el intestino, y otros más lo que hacen es aumentar la eliminación de glucosa por la orina. Unos actúan rápidamente, otros son de acción prolongada y es frecuente que se utilicen en diversas combinaciones.
Son medicamentos que se han estudiado ampliamente desde hace un siglo y siguen desarrollándose compuestos de última generación, altamente eficaces y seguros. Uno de los más utilizados actualmente y desde hace ya varias décadas, para poner un ejemplo, es la metformina. Curiosamente, el principio activo deriva de una planta, la Galega officinalis, usada en el medioevo europeo para reducir la gran cantidad de orina que caracteriza a la diabetes. El uso terapéutico de esta planta, también conocida como “lila francesa”, fue redescubierta a principios del siglo 20 y la metformina fue sintetizada poco después, en la década de 1920, aunque sólo empezó a utilizarse regularmente en la clínica hasta la década de 1970 en Europa y a partir de 1995 en los Estados Unidos. La metformina es de los medicamentos que aumentan la sensibilidad a la insulina, además de inhibir la producción de glucosa en el hígado. Protege contra las complicaciones cardiovasculares de la diabetes, ayuda a bajar de peso y tiene la ventaja de que su precio es módico.
Este, como digo, es tan sólo un ejemplo y le toca al médico decidir cuál o cuáles de los medicamentos de la gama hipoglucemiante es el más apropiado en cada caso particular, considerando la edad del paciente, si hace o no hace ejercicio, la presencia o no de comorbilidades, como la obesidad o la hipertensión arterial, y desde luego el perfil socioeconómico de la familia. Lo que aquí quiero enfatizar es que el grupo de fármacos tradicionalmente conocidos como “hipoglucemiantes orales” o “antidiabéticos”, como se les está prefiriendo llamar, son altamente eficaces y seguros para luchar contra la pandemia de diabetes que está creciendo entre nosotros, y que como sociedad tenemos que hacer todo lo que esté a nuestro alcance para asegurar que ningún diabético oaxaqueño quede excluido de los beneficios que aporta este gran arsenal terapéutico. Por una sociedad cada vez más sana y sin el sufrimiento que la diabetes provoca en nuestros hogares, ¡que viva Oaxaca!