Los límites de la complacencia
Ha fallecido el sacerdote Gustavo Gutiérrez Merino, llamado ‘El Padre de la Teología de la Liberación’; religioso peruano que ingresó al final de su vida en la Orden de los Predicadores que, en el contexto del Concilio Vaticano II y el aggiornamento de la Iglesia católica del siglo 20 quiso voltear a ver una realidad lacerante: ¿Cómo anunciar a Dios, la idea del ‘Padre amoroso, justo y bueno’, en contextos donde la pobreza y el abuso arrancan la dignidad humana sistemática y estructuralmente?
Su más distinguida obra es Teología de la Liberación. Perspectivas (1971, con varias revisiones e introducciones en los años 80); en ella se abrió la reflexión en todos los niveles eclesiales y eclesiásticos para conciliar la fe cristiana con la justicia social y, muy especialmente, con el compromiso preferencial por los pobres. Gutiérrez se formó en teología y filosofía en Lovaina (Bélgica) y en Lyon (Francia); y recibió el orden presbiteral en 1959.
Para Gutiérrez, la evangelización de los pueblos está íntimamente relacionada con la liberación estructural de las imposiciones que sojuzgan y empobrecen a las personas en las sociedades desiguales; por tanto, compartir la Palabra de Dios en condiciones de pobreza implica luchar contra dichas carencias y contra la opresión, buscando una justicia estructural, comunitaria y social; pero no sólo.
El sacerdote basó su aproximación social y teológica desde las herramientas de análisis sociológico; pero también bajo una espiritualidad bíblica profunda; y, sin embargo, fue duramente cuestionado por la alta jerarquía católica acusándolo de ‘marxista’ y ‘comunista’. Como se sabe, muchas esferas de poder eclesiástico durante el pontificado de san Juan Pablo II estuvieron marcadas por la convicción ideológica de “derrocar al comunismo”; incluso se censuró y condenó a varios teólogos, sacerdotes y pensadores que buscaron abrir diálogo para defender los derechos de los pobres y marginados desde espacios más estructurales que el asistencialismo o la caridad.
En 1984, por ejemplo, la entonces Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe dirigida por el cardenal Joseph Ratzinger publicó la instrucción ‘Libertatis nuntius’ en la que categóricamente acusa a la ‘Teología de la Liberación’ como una “interpretación innovadora del contenido de la fe y de la existencia cristiana que se aparta gravemente de la fe de la Iglesia, aun más, que constituye la negación práctica de la misma”.
Sin embargo, el propio Gutiérrez consideró que la interpretación que Roma hacía del concepto de ‘Teología de la Liberación’ era prejuicioso y superficial; de hecho, en su propio libro explica los tres niveles de significación del término de liberación:
1. Una liberación expresa en medio de los conflictos de los procesos económicos, sociales y políticos; 2. Una liberación del hombre en el proceso de su historia en el que el ser humano asume conscientemente su propio destino; y 3. La radicalidad de confiar en que Cristo aporta la liberación integral: “Cristo salvador libera al hombre del pecado, raíz última de toda ruptura de amistad, de toda injusticia y opresión, y lo hace auténticamente libre. Estamos ante tres niveles de significación de un proceso único y complejo que encuentra su sentido profundo y su plena realización en la obra salvadora de Cristo”.
Existe una anécdota famosa sobre cierto reportero que, al reconocer al padre Gutiérrez, le solicita una entrevista. Su primera pregunta fue: “¿Es usted marxista?” Y el sacerdote le respondió: “Soy Cristiano”. La segunda pregunta, con un poco de mayor insistencia: “Pero, ¿es usted un seguidor de Karl Marx?” Y el padre Gustavo contestó: “Soy un seguidor de Jesucristo”. Como el periodista no encontró pie para la polémica que buscaba, abandonó la entrevista. Durante décadas, el religioso vivió ese prejuicio dentro y fuera de la Iglesia.
Con todo, a lo largo de su vida, Gutierrez fue, a pesar de las críticas contra su persona, un activo defensor de los derechos humanos y sociales, un religioso orante y servicial; y un influyente pensador para la Iglesia en América Latina, especialmente en la celebración de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.
Por sus aportaciones al pensamiento, el padre Gutiérrez recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2003 y su legado es ya universal porque la preocupación por los pobres ha pasado de ser una cuestión meramente asistencial a convertirse en un pilar fundamental de la doctrina social de la Iglesia Católica. Fue justo bajo este acento que el papa Francisco reivindicó el trabajo y la obra del religioso peruano.
Las preocupaciones éticas y morales de la Iglesia católica hoy pasan por las propias advertencias que hiciera Gutiérrez casi medio siglo atrás. Algo marcha mal cuando los diez hombres más ricos del mundo han duplicado sus fortunas mientras los ingresos del 99% de la población mundial se deterioran a niveles paupérrimos (según evidencia el estudio de OXFAM después de la pandemia de COVID-19). Es decir, desde esta aproximación teológica, las políticas de desarrollo macroeconómico bajo la tiranía de las leyes del mercado impactan más que las carencias materiales de millares de pueblos, afectan la relación espiritual con el Creador y en la salvación integral de las personas.
Por ello, la Iglesia católica contemporánea hoy considera la “opción preferencial por los pobres” como un imperativo teológico más que una responsabilidad cultural o política; que dicha opción es uno de los criterios fundamentales para el discernimiento eclesial y, finalmente, que es la urgente llamada a resolver las causas estructurales de la pobreza.
Francisco universalizó los planteamientos del padre Gustavo Gutiérrez al recordar que “mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo”, como explica en Evangelii Gaudium.
Que descanse en paz, el padre Gustavo Gutiérrez, una voz emergida del continente latinoamericano que ha llevado la opción preferencial por los pobres a ser una corriente teológica universal en estos tiempos de desigualdad global: para que los creyentes transformen su realidad desde y con los pobres, para que la Iglesia se asuma auténticamente pobre; y para que, desde esa convicción, el seguimiento de Jesús cuente con esa mística primigenia de permanecer junto a los excluidos y los marginados.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe