Educación para el desarrollo
México, D.F., 6 de diciembre de 2011 (Quadratín).- Para nadie acostumbrado a presentarse en público, es ajeno el riesgo a caer en el ridículo, de cometer insignificantes o graves deslices en su actuación. El miedo a trabarse, quedarse mudo, lívido o lo que se llama pánico escénico hace que, incluso, muchas personas se nieguen a ningún tipo de exposición pública.
Uno de los ejemplos notables es, sin duda, Juan Rulfo, uno de los más grandes escritores mexicanos de habla hispana que, simple y sencillamente, rechazaba prácticamente toda posibilidad de presentarse en público.
Su proceder se entendió siempre como resultado de su timidez, de una personalidad retraída a la que no puede negársele falta de preparación o que no tuviera contenido que expresar. Su obra literaria el es mejor testimonio de su gran valía.
Hoy la actividad política se sustenta en la exposición mediática y el tamaño de los riesgos es equivalente. Por eso, los políticos o quienes aspiran a serlo, se preocupan tanto de su presentación exterior, de su figura, de su imagen. También es necesario tomar en cuenta el contenido.
Las redes sociales hicieron mofa y escarnio del tropezón que tuvo en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, –el evento de mercadotecnia de libros más importante del país– Enrique Peña Nieto, cuando no recordó el nombre de ¨los tres libros que hayan marcado más su vida, lo que le hizo trastabillar.
Entre las críticas, se le ha querido comparar con el ex presidente Vicente Fox, cuya larga lista de tropezones en público hacen lucir insignificante hasta al más pintado. Ninguno como él para lo mismo ponerse unas orejas de burro, que salir con cualquier dislate como el que le resultó mercadológicamente tan productivo, y útil que le dio la Presidencia de la República como el hoy, hoy, hoy.
Peña Nieto ha tenido amplísima exposición pública, ha visto, oído y comentado en todos los tonos desde el fin de semana. En su control de daños y en medio de un roll show en entrevistas radiofónicas, el priista se justificó y pretendió enmendar su error. Dijo que ese incidente le pudo pasar a cualquiera por lo que es un episodio que dejaría ahí.
Sin embargo, el precandidato panista a la misma presidencia de la República, Ernesto Cordero, al criticar a Peña Nieto incurrió en un error equivalente, se resbaló y confundió el nombre de una autora. Como en la casa del jabonero, en la exposición mediática, el que no cae, resbala.
Los incidentes dejan, empero, lecciones a quienes no sólo están dispuestos, sino que buscan denodadamente tener exposición pública, especialmente en los medios de comunicación masiva. Algo que los conductores de programas informativos experimentados saben, es que en primerísimo lugar, no puede haber distracción alguna en el momento del trabajo. Dar una declaración en un discurso, en una entrevista por muy menor que parezca o con una audiencia aparentemente menospreciable, exige la máxima concentración, no es posible twittear y pensar al mismo tiempo.
Todos los precandidatos y candidatos a cualquier cargo de elección popular, cualquier funcionario de gobierno que se expone al público, corre riesgos, grandes o pequeños. Los medios de comunicación exigen atención, reflexión y que las palabras, preferentemente, hayan pasado antes por el cerebro, de lo contrario se corren graves riesgos y se está expuesto a tratabillar y hacer el ridículo.
El virtual candidato priísta a la Presidencia de la República puede ya dormir tranquilo por este incidente que, seguro, es una muy buena lección para quienes colaboran con él y sienten que todo lo que ocurra de aquí a las elecciones de julio del 2012 es mero trámite. Está visto que no es así.