Día 22. Palacio perdió dominio de la agenda de la crisis
MÉXICO, DF, 13 de mayo de 2015.- Platicábame un taxista, mientras me llevaba a cumplir un compromiso mañanero, que con frecuencia él es víctima de las manos de funcionarios mañosos, transas, desde agentes de tránsito hasta agentes de “protección” ambiental en la ciudad más contaminada del mundo. La ciudad México. Y usted, a quién se transa, le pregunté al susodicho. El silencio como respuesta.
Pero bueno. El señor taxista tiene tan mala pata que todos los días lo para, en cualquier crucero, un representante de la autoridad, por quítame estas pajas, y le piden, le exigen, como un exigente organillero, que se “caiga con un billete”.
Y ahora ya no se les puede engañar a los agentes. Hace muchos años era fácil meter un billete de a peso detrás de la licencia de conducir en su carterita. El susodicho agente cogía la carterita y al meter la mano sentía el billete y lo cogía sigilosamente sin comprobación alguna. Cuando sacaba la mano de la bolsa corrupta, regresaba la licencia y uno podía zafarse de la bronca con rapidez. El problema era, mentada tras mentada, cuando el oficial veía que sólo se había transado un pinche peso.
Un acto de corrupción por un acto de corrupción engañoso.
Pero, señor, es que todos son corruptos. Bueno. Todos lo somos, porque tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra las patas. Y si nos enseñan a transar desde que salimos del vientre de nuestra madre. Nos enseñan a ser corruptos desde la casa, qué podemos esperar de los que nos gobiernan. Lo que hace la mano lo hace latrás, dice otro refrán.
Esto es absolutamente cierto entre los mexicanos. Roba el méndigo. Roba el mendigo. Roba el profesor, roba el alumno. Roba papá, roba el hijo. Y así en una cadena finita que termina en las altas esferas del poder. Es increíble, pero transar es la filosofía de vida, la forma de vivir entre los mexicanos, con sus raras excepciones. Toda excepción confirma la regla.
Entonces por qué extrañarse de que Roberto Madrazo llegue primero a la meta en una carrera, haciendo trampa, cortando camino. O por qué extrañarse que el Basuritas regentee un negocio de meretrices en los propios pasillos de su partido, si se ha hecho rico a costa de los pepenadores y las pepenadoras de basura en la ciudad.
O que los políticos lleguen medianamente ricos a un puesto público, ya sea de elección popular o de nombramiento, y de la noche a la mañana, sin explicación alguna, se convierta en muy rico, como si hubiera frotado la lámpara de Aladino y pedido los tradicionales tres deseos.
Yo he visto colegas que terminan sus días en residencias de lujo y una vida lujuriosa, después de pasar una vida ganando un miserable sueldo como periodistas. No entiendo como un periodista puede poseer casas, ranchos, joyas, autos de lujo. Imagínese, si un periodista lo puede, qué no podrá hacer un político, sobre todo miembro de esos partidos como el de los verdes que van exclusivamente sobre el billete, billete que pone a aullar a jovenzuelos pretenciosos hijos de papi, a quienes sólo les interesa la vida regalada a costa del erario, de lo que usted y yo entregamos al fisco.
Por eso este escribidor la ha gozado con las penas con las que el INE ha castigado a esos jovenzuelos herederos de Jorge González Torres, el padrino de esa corte de oportunistas y usufructuarios de los recursos con los que los contribuyentes cautivos enriquecen las arcas del gobierno.
Así que no espere usted mucho. Yo diría que nada de ese engendro que crearon los diputados y los senadores, llamado Sistema Nacional Anticorrupción. No pasará de ser un elefante constitucional. No servirá para nada. La corrupción no puede erradicarse de este país. Es la filosofía de vida del mexicano, que graduado de político puede hacer lo que le venga en gana con el dinero de los contribuyentes. Qué terrible. Pero pronto se olvidará la anticorrupción y el derecho a la información, y la transparencia, y la rendición de cuentas, y… Para todo, los mexicanos somos expertísimos…
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